Apenas queda nada de Yugoslavia, el país que supo nadar entre dos mundos enfrentados durante la guerra fría. No queda Estado en cualquiera de sus manifestaciones ni idioma común. Aunque serbios, croatas y bosnios hablan la misma lengua se empeñan en afirmar que son diferentes. Sólo permanece la memoria de un tiempo mejor entre los más ancianos, que vinculan la figura de Josipa Broza Tita, como se dice en serbocroata, a la paz, a los viajes y a la libertad de usar vaqueros.
Hoy se cumplen 30 años de la muerte del hombre que gobernó durante 35 con puño más o menos de hierro un país con seis nacionalidades, varios idiomas y tres religiones inventado tras el hundimiento de los imperios. Diez años después de su muerte, su obra saltó por los aires devorada por los nacionalismos serbio y croata, y sobre todo por el odio acumulado y el miedo. Una historia compleja y dolorosa en manos de políticos irresponsables como Franjo Tudjman y Slobodan Milosevic provocó decenas de miles de muertos y heridos y millones de desplazados y refugiados.
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