Dos musulmanas confrontan sus opiniones sobre el pañuelo islámico
De cría, Karima aborrecía llevar el hiyab (pañuelo islámico). Por eso, antes de entrar en la escuela, se lo quitaba, se vestía moderna y se maquillaba. Un día, su padre se enteró y se lo cosió al pelo. De eso han pasado ya más de 20 años. Karima, belga de 34 años y de origen marroquí, reniega del hiyab y del machismo con el que su padre interpretó el Corán.
"No me dejaba ir a la piscina ni a la clase de gimnasia. Se ponía enfermo sólo de pensar que podía echarme un novio que no fuera musulmán. Me tenía secuestrada", contaba Karima la semana pasada, en la sede de la Liga Pro Derechos Humanos, en Madrid. Esta organización la reunió con Amina El Mejanaoui, marroquí que vive en España desde hace 20 años y que lleva el hiyab porque quiere. Dos visiones totalmente enfrentadas del mismo símbolo.
"El pañuelo no hace daño a nadie, no es nada malo, las musulmanas lo llevamos porque queremos", insiste Amina, que preside en Madrid la Asociación por la Igualdad y Apoyo a la Mujer Árabe. Para ella, lo ocurrido con Najwa Malha (la adolescente madrileña que fue cambiada de instituto por llevar hiyab) "es muy duro, no se ha pensado en la niña, tenía que haber primado su educación por encima de todo".
La Liga Pro Derechos Humanos también apoyó en su momento la decisión de la menor y "sulucha por la libertad religiosa". "El problema es que cada centro no puede tener su normativa. El Ministerio de Educación tiene que poder tomar decisiones que afecten a todo el ámbito educativo nacional", señala Francisco José Alonso Rodríguez, presidente de la organización.
En cambio, Karima milita en Bélgica para que las chicas no puedan ir al colegio con el hiyab. Ahora mismo el uso del pañuelo en las escuelas belgas no está prohibido. "A partir de los 18 años, que las jóvenes hagan lo que quieran. Pero antes, el pañuelo islámico tiene que estar prohibido en clase, porque muchas niñas lo llevan obligadas, como me pasó a mí. Yo he visto en Bélgica a pequeñas con 3 y 4 años con hiyab. No creo que lo hayan elegido", se exalta Karima.
Interpretación radical
Esta mujer ha escrito un libro con su dramática experiencia. Su padre, emigrante marroquí en Bélgica, abrazó la interpretación más radical del islam y esclavizó a su hija, que tuvo que recurrir a un juez de menores para escapar de su situación. "Además, mi familia me casó con un primo sin mi consentimiento", cuenta.
Amina, que es trabajadora social, escucha lo que cuenta su compañera de debate y niega con la cabeza. No está de acuerdo con Karima en casi nada. "Nunca he conocido a nadie que lleve el hiyab obligada, ni por machismo", afirma. Ella se puso el hiyab hace diez años, después de leer detenidamente el Corán. "Dice que tenemos que llevarlo. Pero yo me lo pongo de colores y me visto a mi manera, moderna, ya me ves", dice mientras se señala el pantalón vaquero con el que va vestida.
"No soy cerrada ni rara. Tengo amigos españoles, les saludo, les doy dos besos", dice Amina, que se separó de su marido, también marroquí, hace unos años "porque se acabó el amor". "Él en ningún momento me obligó a nada, ni con el pañuelo ni con el resto del islam. Ni él ni nadie de mi familia", insiste.
En la otra cara del debate, la belga Karima afirma que no tiene nada en contra del islam. "Al principio lo odiaba, pero luego lo leí muy despacio y vi que no era machista, que el único machista había sido mi padre por interpretarlo como él quería", concluye esta mujer que se confiesa, a pesar de todo, "practicante musulmana".
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