luns, 7 de xuño de 2010

La "anormalidad" franquista y la novela.


JOSÉ-CARLOS MAINER
BABELIA - 05-06-2010

La historia de la novela española posterior a 1939 ha sido habitualmente contada como un relato unitario, dotado de principio, trama y fin. Lo hizo el veterano y admirable libro de Eugenio G. de Nora, La novela española contemporánea, al presentarla como la conclusión de una marcha que la narrativa española emprendió en 1898 en pos del realismo crítico. En 1970, el expresivo subtítulo que Gonzalo Sobejano puso a su Novela española de nuestro tiempo, 'En busca del pueblo perdido', explicitaba mucho de su propósito, igual que -aunque de otro modo- lo hacía el de 'Historia de una aventura' con el que José María Martínez Cachero apostillaba su título de 1972, La novela española entre 1939 y 1969: el primero contaba un despertar político-literario en tiempo de penitencia y el segundo exoneraba paladinamente al franquismo de cualquier responsabilidad en el desaguisado. Incluso quienes se han asomado a este recuento desde la condición de partícipe o la de observador ocasional han adoptado la misma perspectiva causal: pienso en la excelente síntesis de Aranguren, 'El curso de la novela española contemporánea', incluida en sus Estudios literarios (1976) y en el reciente testimonio de Miguel Delibes, España (1936-1950): muerte y resurrección de la novela (2006).

Conviene recordar todo esto porque al último libro de Santos Sanz Villanueva, La novela española durante el franquismo, no le faltan antecedentes ilustres en la idea de contar esa historia como una unidad de sentido. Y pocos están tan autorizados para volver a hacerlo: se acreditó con un libro juvenil pero importante, Tendencias de la novela española actual (1972), luego con un panorama fundamental e insuperado, Historia de la novela social española (1942-1975) (1980), y después mediante bastantes monografías sobre autores, además de un largo ejercicio como crítico de la actualidad literaria. También ha querido que un subtítulo revelador amalgame las casi seiscientas tupidas páginas de La novela española durante el franquismo: Itinerarios de la anormalidad. Porque el franquismo -que el título no esconde- ha sido precisamente la negación de cualquier normalidad lingüística y política y porque lo que aquí se cuenta son los pasos del "derecho de la novela a desprenderse de agobios y opresiones": lo que vale decir de cortapisas externas y de mentiras u ocultaciones afrentosas, pero también de misiones redentoras imaginarias, de encapsulamientos egolátricos o de complicaciones formales gratuitas. La "normalidad" no niega estas últimas como ingredientes estéticos, por supuesto, pero les hace perder su carácter militante o trascendentalista.

Este planteamiento ha llevado a tomar dos decisiones quizá discutibles pero muy coherentes. Por un lado, se ha excluido la narrativa producida en el exilio (de la que Sanz Villanueva es un estudioso precoz y meticuloso, por cierto) ya que en ella no contaban directamente los condicionantes del franquismo; por otra parte, el historiador ha analizado las obras de todos los autores que empezaron a publicar antes de 1975 hasta llegar a sus novelas de nuestros días, con lo que este libro presenta una "literatura durante el franquismo" donde éste parece seguir contaminando lo que tocó siquiera fuera en sus inicios, al modo del pecado de Adán y Eva que concierne también a las generaciones sucesivas. Podría discutirse si el lugar de esa prolongación debe formar parte de la semblanza y trayectoria de cada autor, como se ha hecho, o si habría de ocupar un lugar específico y aparte. En este caso, su arranque estaría en el estupendo capítulo final -que estudia el grupo leonés (Luis Mateo Díez, Merino y Aparicio) y la aparición de "el caso Mendoza", justo en la primavera de 1975- y su desarrollo ampliaría mucho las brillantes pero muy breves páginas de la 'Coda final: la narrativa en el tiempo de la Transición', algo de lo que un día Santos Sanz Villanueva hablará largo y tendido. Y así lo esperamos sus lectores de ahora...

Pero esos son los derechos de quien, con toda legitimidad científica a su favor, ha preferido construir un libro "entre el ensayo y la monografía informativa", sin aparato crítico ni bibliografía acurrucada a pie de página (aunque a veces se aloja en su propio texto, con menciones nominales de los estudiosos). Quien habla, a fin de cuentas, es un lector voraz y ponderado que en una frase sabe resumir un juicio más extenso, como cuando define la "impresión de adanismo, escritura poco decantada" de los primeros libros de Matute, la "creativa aleación de dureza y profunda piedad" de los últimos de Juan Marsé, el "ternurismo delicuescente" que malogra alguna novela de Sampedro, la indecisión de Delibes entre "subjetivismo y distanciamiento", el paso de Javier Marías a la "novela como estructura mestiza, flexible y discursiva" o el lugar de Castillo Puche, "ni común, ni cómodo", siempre "poderoso y algo desmesurado". Alguna certera apreciación biográfica también da en clavo, así sea cuando se refiere a la "estampa personal inconfundible" de Martín Gaite, a la "fatuidad arrogante" de Cela o a la errancia final de Torrente Ballester entre la "presencia mediática y la literatura para hacer dinero".

Se puede disentir de algunos pero no hay juicio gratuito en este libro de madurez y análisis, claramente favorable a una novela con fundamento en la realidad, aunque la gama de sus posibilidades pueda incluir a Francisco Umbral ("asociación extrema entre vida y literatura") y una abierta y meditada defensa de la novela de Manuel Vázquez Montalbán, frente al "reconocimiento cicatero de la crítica". Y no se puede por menos que agradecer su rescate de escritores mal o poco leídos: desde Castillo Navarro, Pablo Antoñana y Félix Grande a Mario Lacruz, Isaac de Vega o el último Juan Pedro Quiñonero. Por parte del autor, no hay ninguna pretensión de reprochar olvidos sino de subsanar las lagunas que crea la rutina, como tampoco la hay de subvertir la periodización habitual aunque la use siempre con alguna sorna escéptica, salvo cuando defiende, con buenas razones, la existencia de una "generación de 1968", como ya había hecho en otras ocasiones. No es, sin embargo, un entusiasta incondicional de ella, como tampoco lo es de aquellos otros escritores de los años cincuenta inquietos, bastante crédulos y muy ambiciosos, que dejaron una "mínima huella en la historia literaria", desbancados por la promoción de realistas críticos. A propósito de aquellos, nadie -salvo los propios interesados- echará de menos que esta meticulosa historia de la novela durante el franquismo no mencione la "novela metafísica" de los primeros sesenta, invención del crítico, novelista y funcionario de Información y Turismo Manuel García Viñó: en definitiva, fue otra demostración de los "itinerarios de la anormalidad" que aquí se nos cuentan con tanta sabiduría.

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