martes, 15 de xuño de 2010

Víctimas del oro rojo



JERÓNIMO ANDREU Y LIDIA JIMÉNEZ
DOMINGO - 13-06-2010

Tienes que ser buena".

Resulta difícil encontrar en Huelva a alguien que acepte hablar mal de la fresa a cara descubierta. El fruto se conoce como el "oro rojo" y factura anualmente 320 millones de euros. Guardia Civil, jueces, políticos, empresarios, periodistas... Todo el mundo ha oído algo sobre abusos, pero no es un tema de conversación agradable: la fresa es el sustento de media provincia. Hace dos semanas, una campaña institucional intentaba relanzar su proyección internacional después de que una serie de documentales en Francia y Alemania hayan atacado las condiciones de trabajo y el desgaste medioambiental que supone el cultivo. Probablemente la indignación europea no sea completamente altruista: la presión de Huelva, que exporta el 80% de su producción, está siendo atroz para los freseros de Europa central, que han encontrado en la buena voluntad de ecologistas y activistas un asidero para relanzar su producto contra la "perversa" agricultura española.

La cosecha de este año, a punto de finalizar, ha empleado a unas 65.000 personas, bastantes menos que otros años debido a la crisis económica y a las pérdidas provocadas por el temporal del invierno. El cupo mayor lo componen 50.000 trabajadoras locales, es decir, extranjeras con residencia en España, europeas (rumanas y polacas) y un mínimo de españolas. La situación más dura corresponde a las marroquíes contratadas en origen, que deben abandonar sus países durante cinco meses. Este año han sido unas 4.500, un contingente muy inferior a los 35.000 extranjeros que acudieron a Huelva en 2005, cuando los nacionales cambiaron el campo por El Dorado del ladrillo. Los empresarios prefieren mujeres por una retahíla infinita de argumentos (mansedumbre, resistencia al dolor después de horas agachadas...), pero sobre todo porque conservan lazos familiares que les invitan a regresar a sus países. Tener niños suma puntos a la hora de lograr un contrato.

Pese a las suspicacias que pueda suscitar la cruzada europea, la realidad de la fresa es indiscutiblemente dura. Desde que el reportaje La rançon de la fraise (El precio a pagar por la fresa) de France5 señaló los invernaderos onubenses, Europa los observa con lupa. Una delegación de eurodiputados los visitó hace casi un mes para elaborar un informe. "No me quedan ganas de comer fresas", anunció la eurodiputada de los Verdes Hélène Flautre al fin de la inspección. La francesa calificó la situación de "trágica". Protestó por la ausencia de agua potable, el hacinamiento y la "complicada" situación de las mujeres, "muy vulnerables y absolutamente dependientes de su empleador". Lejos de los gritos de indignación de Bruselas, en su despacho un abogado de oficio de Moguer pasa silenciosamente las páginas de una agenda: dos o tres casos de violencia de género por semana, alguna rueda de reconocimiento por violación... Un paseo por varios bufetes del pueblo deja un muestrario de historias terribles. "Tres marroquíes a una polaca", rememora un letrado: "Lo más frío que he visto. Uno de los acusados afirmó que ella le pidió que lo hiciera. Claro: dos ya la habían violado y ella quería terminar".

Una de las naves en terreno ilegal estaba destinada a fiestas con las inmigrantes. La sala-discoteca se iluminada con luces tenues y tenía una barra para servir bebidas. El trasiego de coches era constante, tanto que la policía llegó a sospechar que existiera una red de prostitución. Las chicas declararon que eran "novias" de los imputados. El juicio se celebrará en los próximos meses y el fiscal solicita 20 años de prisión por cohecho, negociaciones prohibidas y omisión del deber de denunciar delitos. "Esos cargos están muy claros, pero en lo sexual no se puede demostrar nada más allá de que existía un trato de favor hacia las chicas que los guardias identificaron como sus novias", apunta una fuente de la investigación. Entre los beneficios, las mujeres trabajaban menos horas y contaban con habitaciones individuales.

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