mércores, 30 de xuño de 2010

María Jesús Vega: “Tomamos decisiones de vida o muerte”


“La situación es dramática; falta dinero y personal. En Kenia, los somalíes mueren antes de entrar al refugio”

CRISTINA AMIGO Actualizado 20/06/2010

A finales del año pasado, 43,3 millones de personas se vieron obligadas a abandonar sus hogares huyendo de la violencia y los conflictos armados. Se trata del mayor número de desplazados desde mediados de los años 90. En el Día del Refugiado, y, después de casi 20 años trabajando en asentamientos, la portavoz de Acnur en España, María Jesús Vega, advierte de que se están viviendo situaciones dramáticas. La última, los cientos de miles de uzbekos que huyen de la violencia interétnica en Kirguistán.

Cifras que se remontan a mediados de los 90, ¿por qué?

Principalmente porque se está prolongando la situación de refugiado. Normalmente, regresan a sus hogares un millón de personas al año. En 2009, solo volvieron 250.000 porque no se están dando las condiciones de seguridad para que retornen con dignidad y sin que su vida corra peligro. Los conflictos que parecían iban a culminar o estaban en vías de resolverse, como en el sur de Sudán o en Irak, están estancados.

¿Ha cambiado mucho en estos años el perfil del refugiado?

Ha cambiado el perfil del refugiado, pero, sobre todo, ha cambiado mucho la naturaleza de los conflictos. Ya no son guerras entre países sino conflictos internos de grupos rebeldes contra fuerzas gubernamentales. La población civil sufre más porque está en el medio del campo de batalla, el espacio humanitario se reduce y nosotros tenemos muchísimos problemas de acceso. Acnur se creó hace 60 años. Nuestro mandato era por cinco años y, desgraciadamente, en 2005 decidieron dejarlo con carácter permanente. La gente sigue abandonando sus casas por miles.

Una vez que se identifica una situación de emergencia, ¿cuál es el dispositivo que pone en marcha Acnur?

Lo primero que hacemos es una evaluación para saber cuantas personas están afectadas, cuál es el perfil de esa gente y qué permisos necesitamos para poner en marcha un operativo. A nivel diplomático, debemos pedir las autorizaciones correspondientes a los gobiernos para montar el dispositivo y luego buscar subvenciones, porque dependemos en un 98% de fondos voluntarios. Luego hacemos acopio de materiales de ayuda humanitaria que tenemos de reserva en lugares estratégicos desde los que montamos puentes aéreos. Tenemos equipos especializados que se pueden desplegar en 48 horas y llegar a cualquier lugar.

¿Cómo se organiza la vida en los asentamientos de refugiados?

El interés de todos es que regresen lo antes posible con los suyos, con su cultura, con su idioma. Pero cada vez más vemos situaciones de desplazamiento prolongado. Tenemos ejemplos de campamentos de más de cinco años, más de diez y más de treinta años, como el de los saharauis. En Kenia, hay somalíes que llevan desde el año 91. En Tailandia, en Myanmar, también llevan dos décadas. Entonces, de lo que se trata es de organizar la vida como en un pueblo, un gran pueblo, a veces, con más de 300.000 personas. Lo primero que hacemos es que los propios refugiados escojan a su líder, que haya un porcentaje igualitario de hombres y mujeres representándoles. Ellos trabajarán con los miembros de Acnur, que organiza la colaboración con los gobiernos –dan protección– y las organizaciones no gubernamentales.

¿Con qué problemas se encuentran?

Principalmente, son problemas de financiación. Si no hay donaciones nos vemos obligados a hacer recortes en alimentos y en agua. En vez de 14 litros de agua recomendados, a veces, no llegan a nueve; la escolaridad también queda reducida porque hay que cubrir necesidades básicas. A veces hay que tomar decisiones muy, muy difíciles, de vida o muerte en muchos casos.

¿Con la crisis la situación se ha agravado mucho?

Lo estamos notando mucho. Los alimentos se han encarecido. También los carburantes. Y las donaciones han bajado. Nos encontramos con que los costes se han incrementado considerablemente, pero la ayuda es ahora más necesaria que antes. Si no, la gente se muere. Estamos viviendo situaciones muy, muy duras. Por ejemplo, Kenia es un país extremadamente generoso para dejar pasar a todos los que huyen de Somalia. Pero en Somalia hay un millón y medio de desplazados internos y 500.000 fuera del país. Están en una zona desértica, aislada, no pueden salir del campo, no tienen permiso de trabajo, dependen exclusivamente de la ayuda internacional. A nosotros nos falta personal. Hay miles de personas esperando a ser registradas, a que se les dé una tienda de campaña, una ración de alimentos. La gente se muere en el proceso.

Más de mitad de los desplazados son dentro del país. En concreto, 27,1 millones. Y la mayoría, en Colombia.

También es una situación muy complicada. No cruzan la frontera porque no pueden y no cuentan con la protección de su país. Colombia lleva 40 años de conflicto silencioso, complejo. Los actores armados van cambiando de región, hay gente que se desplaza una y otra vez, hay reclutamiento forzoso de menores, poblaciones indígenas que están desapareciendo y población afrocolombiana que también está siendo víctima de desplazamiento masivo.

Un trabajo muy duro...

He estado en Colombia, en Kenia. Es un trabajo duro, pero a la vez muy gratificante cuando ves que la gente se reunifica y salva la vida.

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