LOLA GALÁN
Las niñas y jóvenes que se ofrecen por unas pocas rupias en los prostíbulos gigantescos de Kamathipura y Falkland Road, en Bombay, no son muy diferentes de las adolescentes del este europeo encerradas en clubes de alterne de Mestre, cerca de Venecia. O de las jóvenes nigerianas retenidas, bajo amenaza de muerte, en cortijos perdidos entre los invernaderos de Almería, como las que liberó la policía hace unos días. Unas y otras son esclavas sexuales. Un término aparentemente desfasado en pleno siglo XXI que describe, por desgracia, una realidad nada infrecuente. Más de un millón de adolescentes y de mujeres jóvenes alimentan hoy este sórdido negocio que proporciona a quienes lo explotan miles de millones de euros de beneficios al año. Mujeres vendidas, engañadas o raptadas por los propios grupos mafiosos que controlan el tráfico sexual.
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