martes, 1 de xuño de 2010

Cuando el mundo es un prostíbulo



LOLA GALÁN
DOMINGO - 30-05-2010

Las niñas y jóvenes que se ofrecen por unas pocas rupias en los prostíbulos gigantescos de Kamathipura y Falkland Road, en Bombay, no son muy diferentes de las adolescentes del este europeo encerradas en clubes de alterne de Mestre, cerca de Venecia. O de las jóvenes nigerianas retenidas, bajo amenaza de muerte, en cortijos perdidos entre los invernaderos de Almería, como las que liberó la policía hace unos días. Unas y otras son esclavas sexuales. Un término aparentemente desfasado en pleno siglo XXI que describe, por desgracia, una realidad nada infrecuente. Más de un millón de adolescentes y de mujeres jóvenes alimentan hoy este sórdido negocio que proporciona a quienes lo explotan miles de millones de euros de beneficios al año. Mujeres vendidas, engañadas o raptadas por los propios grupos mafiosos que controlan el tráfico sexual.

En los países del sur y del este de Asia, en Estados Unidos, en el este de Europa, en los Balcanes y en Italia, Kara tomó contacto con esclavas, trabajadores sociales, proxenetas y algún traficante. El resultado de este amplio trabajo de campo es el libro sobre este negocio inhumano, que hace hincapié en los aspectos económicos sin olvidar el drama profundo de las jóvenes explotadas. Dramas como el de Mallaika, una ex esclava sexual que Kara encontró en Bombay. Casada a los 13 años, tras parir dos hijos muertos, el marido la vendió a un proxeneta cuando apenas había cumplido los 16 años. Mallaika trabajó toda su juventud como esclava sexual, obligada a satisfacer a decenas de clientes al día. En el gigantesco burdel imperaba la ley más brutal. Todos los días morían violentamente esclavas como ella. Después pasó a trabajar como prostituta por el sistema indio de adhiya. La mitad de lo que ganaba era para el dueño del prostíbulo. Infectada con el virus del sida cuando Kara la encontró, Mallaika era consciente de que sus días estaban contados.

Cuando Siddharth Kara inició su investigación, se encontró con que no había datos ni evidencias testimoniales de la trata. "Apenas se le dedicaba atención. Ni siquiera en la prensa. Hoy hay más interés, pero no siempre es un interés sano. Hay periodistas y miembros de ONG que sólo pretenden contar historias sensacionalistas con las que construir sus propias carreras. Además los recursos económicos son limitados. Por no sé que razón la lucha contra la trata está subordinada a otros problemas, como el terrorismo, el tráfico de drogas, o la inmigración. Aparte de que hay una apatía institucional histórica a la hora de reconocer las dimensiones de este problema y darle una solución. Seguramente porque las mujeres están todavía discriminadas en el mundo, reciben menor atención".

La vida de las esclavas sexuales está dominada por un mismo horror, ya sea en Oriente o en Occidente, al Norte o al Sur. Kara ha entrevistado a jóvenes que sobreviven medio drogadas en los prostíbulos más sucios de Bombay y a chicas del este europeo obligadas a hacer la calle en Roma, y ha encontrado trágicas similitudes. "Podría parecer más sórdida la situación de las esclavas sexuales en India, pero el trato que reciben estas jóvenes tiene aspectos comunes en ambos países. Todas sufren continua violencia, son torturadas y amenazadas constantemente, y obligadas a mantener relaciones sexuales con decenas de individuos al día. En India, la prostitución está prohibida y todo se hace a escondidas, mientras que en Italia, la prostitución callejera está autorizada salvo para las chicas menores de edad".

El error de Tatyana (los nombres que cita Kara en su libro no son auténticos) fue presentarse al anuncio publicado por un diario de su ciudad natal, Chisinau (Moldavia), en el que se solicitaban chicas para trabajar en el servicio doméstico en Italia. "Nada más salir de mi casa, mis compañeros me violaron, y luego me tuvieron varios días sin comer. Me obligaron a orinarme encima", relata en el libro. Su primera parada fue Serbia, donde fue comprada por traficantes albaneses. Más tarde fue vendida de nuevo en Albania. De allí pasó a Grecia, donde los mafiosos que la acompañaban la subieron a un ferry rumbo a Italia. "Allí los albaneses la metieron en el maletero de su coche", relata Kara en su libro, "y la llevaron directamente a Milán, donde fue vendida al propietario de un club nocturno". Todas las noches tenía que alternar con los clientes, y satisfacerles sexualmente. "Cuando no quería beber, el propietario me inyectaba tranquilizantes para animales".

¿Y la religión? ¿Juega algún papel en este fenómeno? Kara que ha viajado varias veces a Tailandia, otro de los países con mayor oferta de esclavas sexuales y prostitutas menores de edad, cita el budismo theravada, religión oficial, como una de las últimas razones del desprecio hacia la mujer, considerada como una reencarnación inferior al hombre. Pero tampoco el hinduísmo es más compasivo con las mujeres, ni los ritos africanos. Las mujeres nigerianas atrapadas en el tráfico aceptan muchas veces condiciones de vida terribles sin quejarse, por temor a los ritos Ju ju, a los que están sometidas. "Existe todavía una opresión bastante generalizada de las mujeres por parte de los hombres. Y la religión es un medio más para someterlas. No es culpa de la religión en sí, sino del uso que se hace de ella", dice Kara.

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