Que del suelo broten restos humanos de muertos durante la Guerra Civil es casi una rutina en los municipios que sufrieron la batalla del Ebro. "Lo asumimos como una normalidad", explica Carme Pelejà, alcaldesa de la Fatarella (Tarragona), pueblo pegado a los terrenos machacados por la aviación y la artillería franquistas en 1938. "Aquí tropezar con restos humanos siempre ha sido bastante habitual", detalla. Tropezar, literalmente. Porque en estos suelos los fallecidos ni se apilaron en fosas, ni fueron trasladados a cementerios cercanos por una población reducida que quedó diezmada y sin medios durante décadas.
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