El histórico sindicalista Rafael Pillado inicia la
publicación de sus “memorias colectivas”
Los grises retrocedían y los trabajadores arañaban metros. Iba casi en
cabeza de la multitud. Había 4.000 personas, volaban balas y piedras. Sin saber
por qué, pensó en gorriones chocando entre sí sobre el cielo de China. Por
delante solo corría Daniel, con el buzo de Bazán envuelto bajo el brazo
derecho. A la altura de lo que hoy es el instituto de FP, de repente, le vio
caer. Daniel se quedó tendido en el suelo, doblado sobre sí mismo, en una
posición que le pareció extraña. “Por un instante, pensé que había tropezado”,
recuerda ahora, 40 años y algunos días más tarde. “Al acercarme e intentar
levantarlo, vi como desde el centro de la frente manaba una fuente de sangre”.
Estaba allí, a unos pasos, cuando la policía abatió de un disparo a Daniel
Niebla. Rafael ni siquiera había cumplido los 30, pero conserva intacta esa
imagen. Esa y las otras de aquel marzo de 1972 en Ferrol, cuando la policía se
ensañó con los trabajadores. Se negociaba el convenio colectivo del astillero y
la represión del Estado, aún impune, se cobró también el cadáver de Amador Rey.
Hubo más de cien heridos. Para Rafael la revuelta terminó unos días después. Un
jeep se le cruzó en la carretera y dos grises se abalanzaron sobre su
coche. Uno de ellos le puso una pistola bajo la axila y le advirtió que por la
patria estaba dispuesto a todo. Probablemente era una redundancia.
“Me llamo Rafael Pillado Lista. Nací en San Cibrao, provincia de Lugo, en
1942. Mi madre se llama María y mi padre, Manuel. Resido en Ferrol desde los
dos años”, dijo al llegar al cuartelillo. “Ahora, si quieren, mátenme”. Lo
cuenta así en O latexo da vida e da conciencia, el primer tomo de las
memorias que publica la asociación Fuco Buxán. Unas 500 páginas llenas de
interrogatorios —el primero, a los nueve años—, cárceles —de niño para ver a su
padre, también comunista, y luego por méritos propios— y una vocación:
organizar la primera persona del plural en la clandestinidad. Fue impulsor de
las Comisiones Obreras en Bazán y cofundador del Partido Comunista de Galicia.
La tirada inicial de mil ejemplares, en gallego y prologados por Manuel
Rivas y Santiago Carrillo, está casi agotada. Pronto saldrá en castellano,
también de su puño. Pillado prefiere que no le atribuyan la gesta. Por eso las
llama “memorias colectivas”. Porque le han ayudado a recordar y poner en orden
los trabajos y los días y porque no son solo suyas. “Lo que pasó en Bazán”,
dice, “no me pasó solo a mí, y esto tampoco es únicamente una mirada al pasado,
sino al futuro. Cuento cómo nos enfrentamos nosotros a aquella situación por si
sirve de algo ahora que la democracia, limitada por los poderes financieros,
está otra vez en cuestión. Para los jóvenes y para nosotros”.
Entre la niñez secuestrada por la miseria y la caída del régimen, Pillado
desgrana “una sucesión de pequeñas victorias y pequeñas derrotas”. A veces con
instinto documental, como al reconstruir el proceso de los 23, en el que se
enfrentaba a 17 años de cárcel por asociación ilícita, manifestación no
pacífica y terrorismo, y a veces con la mirada benévola con la que recuerda sus
pinitos como propagandista a bordo del crucero Canarias, en plena mili.
Menos mal que las botellas de cerveza que lanzó al mar por un ojo de buey se
hundieron de inmediato con los panfletos dentro.
Un relato de vida marcado por su incorporación como aprendiz a los
astilleros Bazán en 1957, su entrada al PCE y las Juventudes Comunistas de la
mano de su padre y la progresiva organización de las Comisiones Obreras junto a
las organizaciones católicas. Hay dos puntos y aparte “cruciales”: el
rocambolesco viaje a la RDA en 1964, los 22 recién cumplidos, para formarse
durante tres meses con el partido, y la tragedia de Ferrol. “Nos dio la medida
exacta de lo que era la dictadura: probaba que Franco seguía dispuesto a matar,
pero también que era posible derrotarlo en su propia cuna”.
La ficha policial de Rafael Pillado dice que en 1972 se paseó
“descaradamente” por Ferrol, junto a su familia, con coronas de claveles rojos
en recuerdo de Amador Rey y Daniel Niebla, y que en el momento de su enésima
detención llevaba encima mil esquelas rogando, no la gloria ni otra vida ni
lujo parecido, sino un lugar en la memoria colectiva para los obreros
asesinados. A quien lea O latexo da vida e da conciencia desde el
principio no le extrañará el episodio. Cuando era aprendiz en Bazán, Pillado
llegó a acariciar el suspenso en Higiene por no saber explicar con precisión
cómo debía uno lavarse los dientes. En Conducta, sin embargo, siempre sacaba un
diez.
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