Una muestra celebra los 50 años del monográfico sobre
España de la revista suiza ‘Werk’
Esa prestigiosa publicación dio carta de naturaleza
europea a la nueva arquitectura española
ANA MARCOS
Madrid 3 MAY 2012 - 00:00 CET
Laboratorios de Seat, en Barcelona (1958-1959), dos arquitectos Rafael Echaide e César Ortiz-Echagüe. |
Cuando el régimen franquista pasó del ataque al desprecio ante cualquier
manifestación artística, los arquitectos españoles amarraron más fuerte sus
aperos y se pusieron manos a la obra conscientes de que tenían un país entero
que construir. Habían pasado dos décadas del final de la Guerra Civil y la
autarquía y el aislacionismo se habían adherido tan fuerte a las costuras que
los españoles llegaron a creer que habían nacido con ese traje puesto. Tal vez
por eso, el trabajo de José Luis Fernández del Amo, José Luis Iñiguez de
Onzoño, Antonio Vázquez de Castro y Oriol Bohigas, entre muchos otros, tuviera
que esperar a que la insistencia de César Ortiz-Echagüe, un joven arquitecto de
Madrid, encontrara una vía de salida para “una arquitectura que se rebeló
contra un tipo de construcción grandilocuente, cara y oficialista, en favor de
otra con vocación social”, explica el arquitecto.
La Universidad
de Navarra celebra estos días con una exposición, Werk 6/62, y un
congreso, el 50º aniversario del monográfico que la revista
especializada en arquitectura Werk dedicó a España. La publicación
suiza, precisa como sus relojes, tuvo que improvisar su planificación editorial
en 1962 cuando César Ortiz-Echagüe, que había aparecido unos años antes en sus
páginas como ganador del premio Reynolds por sus comedores de la fábrica de
automóviles Seat en Barcelona, les envió un dossier con “propuestas
mucho más interesantes y originales” de las que se hacían en su país, como
expresarían Philip Roth, primer responsable de Werk y William Dunkel,
profesor de arquitectura, en una conferencia en Zúrich, a principios de los
sesenta.
“Después de haber tenido ciertos reparos respecto a la publicación de un
número sobre España –por el hecho de que una parte de la anterior generación de
arquitectos y de críticos de arte no están dispuestos a olvidar, tan pronto, el
pasado– la selección a la que llegamos nos convenció de que podíamos afrontar
el monográfico con segura conciencia”, escribe en una carta Lucius Burckhardt,
director de Werk a Ortiz-Echagüe. “Es evidente que después de 1945,
terminada la Segunda Guerra mundial, el régimen de Franco tenía una pésima
imagen en los países de régimen democrático, entre los que Suiza se consideraba
en cabeza, especialmente entre los intelectuales”, explica el arquitecto,
retirado desde los setenta en Alemania. “Es muy probable que les llegasen fotos
de algunos edificios construidos en esos años con un estilo inspirado en la
arquitectura de los Austrias, y que concluyeran que los arquitectos españoles
se habían sometido a las presiones de un régimen dictatorial”.
Para vencer el prejuicio, Ortiz-Echagüe comenzó una ofensiva para lograr
que sus compañeros le enviaran el material necesario para convencer a la
publicación. “Casi ningún estudio disponía entonces del tiempo y de los medios
para preparar documentación publicable en revistas: buenas fotografías y planos
simplificados. Tuvo que pasar algún tiempo hasta que algunos fotógrafos, sobre
todo Catalá-Roca en Barcelona y Pando en Madrid, se especializaran en
fotografía de edificios. Uno de los pocos que estaba organizado era el estudio
de Coderch”, recuerda el arquitecto. “El problema es que entonces se dedicaban
a construir, no pensaban en sus monografías o futuras posibles publicaciones
porque no había revistas en España y fuera eran unos desconocidos”, apostilla
José Manuel Pozo, comisario de la exposición.
De las casi 30 obras que el arquitecto madrileño envió, la revista
seleccionó 11, la mayoría realizadas en equipo. Además de artículos sobre
Chillida, Oteiza y Tàpies. La generación de los cincuenta se parapetó tras una
causa común, demostrar que habían desechado los dejes escurialenses y eran capaces
de adoptar las maneras europeas. “Surgió un sentimiento de solidaridad entre
ellos, como en una cruzada, más de tipo estético que político porque tenían la
pretensión de convertirse en arquitectos de vanguardia”, explica Pozo. “También
ayudaron mucho los pequeños congresos que organizó el entonces director de la Revista
Nacional de Arquitectura, Carlos de Miguel, en Madrid, Barcelona y San
Sebastián”, acompaña Ortiz-Echagüe.
La irrupción de la arquitectura española en el circuito internacional a
través de Werk no solo supuso el final de un velo que cubría un país que
despertaba poco a poco del letargo, sino la vuelta del bumerán en forma de
nuevas técnicas y materiales que hasta entonces, y pese al empeño de los
arquitectos, se desconocían. “No solo consiguieron cierta autoridad que
permitió que su criterio perdurase, sino que se produjo un salto tecnológico y
se empezaron a importar nuevos materiales”, dice Pozo.
Hasta ese momento, Ortiz-Echagüe y sus compañeros habían exprimido la
creatividad del ladrillo en armonía con la vocación de sus centros de
enseñanza, viviendas, y demás construcciones sociales, en unos medios
constructivos “pegados a la tierra y con una gran tradición en la arquitectura
popular”, relata el arquitecto.
El camino que se abriría con la llegada de la democracia
en la Transición se bifurcaría en una multiplicidad de escuelas de arquitectura
que culminarían en el boom de los ochenta. Para entonces, el legado de
Ortiz-Echagüe, ya retirado en Alemania tras ser ordenado sacerdote en 1983,
quedaría en el recuerdo. “Sus obras fueron muy maltratadas”, asegura Pozo. “La
arquitectura española se hubiera conocido igual sin la aportación de
Ortiz-Echagüe, pero de otra manera, con otros tiempos, no con el puñetazo en la
mesa que supuso el monográfico”.
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