Las víctimas de trata tienen las de perder cuando, pese a
las amenazas, denuncian
Colectivos de ayuda a las prostitutas critican la
“connivencia” institucional
SILVIA R.
PONTEVEDRA Santiago de Compostela 6 MAY 2012 - 02:43
CET
Las que denuncian ¿qué alternativa tienen? ¿Ir a un centro de acogida a
cambio de una hipotética protección? Conozco víctimas de trata que se
arriesgaron a denunciar y desaparecieron. No volví a saber de sus vidas. La
gente no ve el trastorno psicológico que llevan con ellas. Intentan dejar la
prostitución, patean de puerta en puerta dejando el currículum, y al año vuelven
a caer porque solo las quieren en los clubes. Se van a otras zonas, cambian de
nombre y siguen ejerciendo”. Carmen Lago, presidenta de Faraxa, la asociación
abolicionista de Vigo que sustituyó a Alecrín en el apoyo a las prostitutas,
atiende el móvil primero desde Urgencias, que está allí con una chica, y luego
desde la sede de su colectivo con el oído atento al portero automático porque
la policía ha quedado de llevarle a varias inmigrantes que cayeron de madrugada
en el Witiza de Mos. “Conmigo, ellas se sienten más cómodas. A la poli no le
cuentan nada. Se callan porque los propios dueños de los clubes las tienen
aleccionadas de que los agentes son sus amigos”.
Los proxenetas son una especie protegida. La Rede Galega contra a Trata,
que agrupa a colectivos como Cáritas o Médicos del Mundo, pero también
investigadores de la materia como la socióloga de la Universidade de Vigo
Silvia Pérez Freire, prepara estos días un escrito que denuncia de la
connivencia “judicial, policial, gubernamental”, y por supuesto también social,
que existe con estas tramas. Las noticias sobre prostitución no interesan, casi
nadie las lee. Ni siquiera las aberraciones humanas y los escándalos
beneméritos del caso Carioca. Es como si se asumiese que estas mujeres
pertenecen a un submundo invisible, con el que no hay que cruzarse.
El 19 de abril se conoció el último fallo judicial para desaliento de las
que pensaban dar un paso adelante y salir del agujero. Una colombiana de nombre
supuesto Cristina había denunciado a algunos de los más conocidos empresarios
del alterne en Galicia por amenazas, retención ilegal y otras prácticas
esclavistas como la absorción total del dinero que generaban sus pases. El
proceso comenzó en 2001, pero el juicio tuvo que suspenderse sucesivas veces y
no concluyó hasta el pasado 20 de marzo porque la testigo oficialmente
protegida desapareció y no volvió a dar señales hasta ahora. La “dilación
indebida” llevó al fiscal, Augusto Santaló, a reducir la pena demandada de 10 a
cuatro años, y al final en la decisión del tribunal, en la Audiencia de
Pontevedra, pesaron como el plomo el tiempo transcurrido y las contradicciones
en los testimonios de la acusación y de otras mujeres traídas para la ocasión.
“¿Por qué tiene que ser la
declaración de la víctima lo más importante para la sentencia?”, pregunta Pérez
Freire. “Si la policía hiciese bien las diligencias y aportase pruebas
documentales (que las hay en todos los clubes, basta con ver los libros de
actividad), habría más condenas. Pero resulta que ellas, para la justicia, no
son testigos de total credibilidad, terminan teniendo lagunas porque los
procesos son muy largos. En todo ese tiempo reciben muchas presiones y muchas
de las contradicciones son derivadas del miedo”, defiende esta investigadora
del fenómeno de la prostitución. “Eso de testigo protegida es un paripé. Ellas
están amenazadas y no sienten ninguna protección”.
“Muchísimos policías siguen pensando que ellas vienen a esto porque
quieren, no tienen en cuenta la situación paupérrima de sus familias. Deberían
ir a cursos de sensibilización”, dice la socióloga. “Para los fiscales estos
juicios son una patata caliente. No los quieren”, continúa. El día de la última
sesión en Pontevedra, en los pasillos, todo el mundo vaticinaba la absolución.
Según personas próximas a la investigación Carioca, la juez que instruye
el mayor sumario sobre prostitución que recuerda Galicia seguía atenta el
proceso. Temía que, en el último momento, Cristina se desdijese, pero mantuvo
sus acusaciones.
Para evitar un resultado semejante cuando algún día acabe la instrucción y
pase el caso a otro juzgado de Lugo, la magistrada Pilar de Lara ata y ata
cabos desde 2009. “Está sola, cada vez más”, porque en su investigación de la
red mafiosa “toca resortes cada vez más importantes”, cargos más altos de las
diferentes instituciones y cuerpos de seguridad salpicados, asegura Pérez
Freire.
El principal imputado de la Carioca, el proxeneta José Manuel García Adán,
dueño del Queen's, también se sentaba en el banquillo de la sala segunda de la
Audiencia de Pontevedra y, como los demás, salió indemne de esta, igual que de
una anterior denuncia. En Lugo, en cambio, “le ha caído medio Código Penal
encima en imputaciones”, describen abogados relacionados con el caso. Pero
Cristina también se había atrevido a denunciar a otros reyes de la noche como
Manuel Manteiga Rodríguez, alias El Increíble (liberado por el Supremo de una
condena de 34 años) y sus socios (ambos en paradero desconocido desde 2004 a
causa de la misma sentencia) Manuel Ulloa Manteiga, El Melenas, y José Isolino
Rico Chorén, El Pelao.
La lista de acusados (y absueltos) del juicio de Pontevedra se completaba
con otro histórico, Manuel Antonio Ferreiro López, El Gato; su empleado en el
Keops de Ourense Carlos Varela Sánchez; y la mujer que, según Cristina, captaba
a las mujeres y las trasladaba de club en club, a través de la maraña de
empresarios del sexo ajeno, Ana Milena Gómez Reyes.
Durante el juicio, el sistema de videoconferencia y el biombo (tan
torpemente instalado) fueron la prueba empírica de lo absurdos que son los
mecanismos de protección que se ofrecen a estas víctimas. Una testigo pidió el
biombo en la sala, pero fuera de ella fue llamada a voz en grito por la
asistente del juez y se sentó a esperar que terminase el juicio anterior en el
mismo vestíbulo que los acusados.
Todos sabían quién se escondía tras el seudónimo de Cristina. El fiscal
Santaló también lo reconoce: “Si una mujer dice que trabajó con unos señores,
esos señores van a saber quién es. Esto es la Administración de Justicia y se
pone un biombo... A lo mejor habría que revisar la Ley de Protección de
Testigos”.
El temor a las represalias está por encima de cualquier garantía de papel.
“La gran mayoría de las veces, las víctimas no denuncian, los delitos no llegan
al juzgado, ¡tienen un miedo tan grande!”, lamenta Lago. “Tengo un caso entre
manos que sé que va a quedar en nada. Declarar, para ella, es un suplicio.
Volver al club para explicarse con la policía va a ser horrible. En general,
pasa el tiempo y pierden las ganas de luchar”.
Aquí no tienen a nadie. Son ellas, su deuda (dependiendo el país de
procedencia puede variar entre 6.000 y 55.000 euros; y hasta se ven obligadas a
entregar la casa de sus padres en depósito) y las amenazas. Contra ellas mismas
y contra sus familias en otro extremo del mapamundi. Son jovencísimas, pero
muchas ya han parido varios hijos. Deuda aparte, en Galicia hay empresarios que
multan a las mujeres por faltar un día al trabajo. Una ausencia, 100 euros.
Tres días de menstruación, 300 euros. Para no perderlos, se introducen una
esponja y siguen. “Yo ya he tenido que ir a Urgencias con algunas que se
olvidaron de quitarla. Al mes siguiente se acordaron porque no les bajaba la
regla. Tenían una infección de caballo”, relata Lago.
Cristina, en el juicio, insistió en que no la dejaban salir de los clubes.
El informe policial dijo que el pestillo se accionaba libremente desde dentro.
“No es cuestión de cerrojos”, defiende Lago, “el miedo es la puerta cerrada a
cal y canto”. “Si elaboras un clima de coacción y terror no tienes que tener a
una mujer cerrada en una habitación”, coincide la fiscal de Extranjería de
Pontevedra, Susana García-Baquero. En cuanto vencieron el pánico y fueron en
procesión al juzgado a contar lo que habían vivido, las testigos de la Carioca
empezaron a recibir terroríficas advertencias a través del móvil o mediante
emisarios.
“Cuando hay una redada, ellas son las víctimas y las delincuentes”, los
proxenetas, que se presentan como hosteleros, señalan a sus huéspedes y se
lavan las manos. Son ellas las que pasan hasta 72 horas en el calabozo. Y el
letrado que les mandan los clubes, solo por visitarlas en comisaría, “les cobra
300 euros” que luego, en el papeleo subsiguiente “se convierten en 2.000”. Lago
asegura que “hay un mogollón que viven de esto” y está preparando una “lista
negra” de abogados.
Resulta que yo he hablado con las chicas y me cuentan cosas muy diferentes, como que reciben presiones y extorsiones policiales para declarar lo que les dicen. Que a quien realmente le tienen miedo es a nuestras autoridades, no porque los proxenetas las aleccionen sino porque han sufrido en sus carnes los abusos de los agentes.
ResponderEliminarDesde luego contrasta fuertemente la versión oficial que se da de estas cosas y lo que te encuentras luego hablando con las chicas, sus familiares (en muchos casos imputados por proxenetismo) y sus abogados defensores.