La Fundación Miró rescata la obra de un pionero olvidado
de la fotografía
J. M. MARTÍ
FONT Barcelona 18 ABR 2012 -
21:28 CET
Hay obras que solo la perspectiva del tiempo sitúa en su lugar. Sucede con
la de Joaquim Gomis (Barcelona, 1902-1991), un fotógrafo valorado por los
profesionales y conocido en el mundo del arte, pero cuyo legado fotográfico de
más de 70.000 piezas adquiere ahora la condición de trabajo seminal. La muestra
Joaquim Gomis. De la mirada oblicua a la narración visual, que puede
verse en la Fundación Miró
de Barcelona hasta el 3 de junio, recoge la punta del iceberg de un
trabajo que recorre el siglo XX a caballo de las vanguardias y de los cambios
en las costumbres de la mirada.
Fotógrafo aficionado, Gomis fue, además, el primer director de la Fundación Miró,
durante el periodo en que se gestó a principios de la década de 1970, mientras
se construyó el edificio de Josep Lluís Sert. Cuando se abrió en 1975 dejó el
cargo con el trabajo hecho. Algo nada fácil en un periodo histórico poco
abierto a iniciativas heterodoxas.
La clave de Gomis es su talante de hombre tranquilo de apariencia burguesa.
Empresario textil catalán de aquellos que servían de pilar a la industria
nacional, nunca se profesionalizó como artista, aunque formara parte desde su
juventud de los movimientos vanguardistas más importantes. Fue socio fundador
de ADLAN,
acrónimo de Los Amigos del Arte Nuevo, grupo nacido en 1932 en la órbita de la
galaxia del surrealismo que pedía a sus miembros que salvaran “lo que hay de
vivo dentro de lo nuevo y lo que hay de sincero dentro de lo extravagante”.
Junto a Gomis ya estaban dos personajes claves: el galerista Joan Prats y el
propio Sert.
La recuperación de este personaje clave de la historia del arte español del
siglo XX ha sido posible porque sus herederos no han querido trocear su legado,
sino que han llegado a un acuerdo con la Generalitat para, conservando la
propiedad, ceder su uso y depositarlo en el Archivo Nacional
de Cataluña (ANC). Este lo ha catalogado, digitalizado y restaurado.
La muestra reúne casi doscientas fotografías y arranca con las
sorprendentes imágenes de la década de 1920, cuando con solo 21 años Gomis,
armado con su cámara —objeto fetiche de aquel momento—, viaja a Estados Unidos
por razones profesionales y entra en contacto con la vida de las ciudades
norteamericanas. No solo Nueva York, también Nueva Orleans, Houston o Dallas,
auténtico “crisol de la vida moderna”. Allí se cocía el paso de la sociedad del
libro a la de la imagen, como explica el comisario de la muestra, Joan Naranjo.
Gomis aprende sobre la marcha a utilizar el lenguaje moderno. “Tanto en la
realización de fotografías, con picados, contrapicados, desplazamiento del eje
de simetría o fragmentación; como en la selección de los temas, que incluía
vistas urbanas, rascacielos o paisajes industriales”, señala Naranjo. Gomis
emplea un lenguaje que se adelanta tanto a los planteamientos de los creadores
de la Nueva Visión como a los programas de László Moholy-Nagy. Y su trabajo
encaja en la estética maquinista que desde L’esprit nouveau predicaba Le
Corbusier.
En 1928, durante un viaje a París, Gomis cae fascinado por otro de los
emblemas de la modernidad: la torre Eiffel. Descubre que para explicarla no
basta con una imagen, sino que es necesaria la aplicación del método
calidoscópico, así que se dedica a fotografiarla desde todos los ángulos
posibles. Ese gesto marca el origen de lo que luego bautizará como fotoscops,
la producción de imágenes con un orden secuencial, que acabarían convirtiéndose
en el espacio discursivo de su práctica artísica.
Durante la Guerra Civil, Gomis se exilia en París, de
donde vuelve en 1940. Fue su amigo Joan Prats quien le empujó a desarrollar su
técnica en formato de fotolibros, algunos de los cuales forman parte de la
muestra. Algunos fueron publicados y bien conocidos, como el realizado sobre la
obra de Gaudí —Gomis impulsó la asociación de Amigos del arquitecto— o el
extraordinario Atmósfera Miró, fruto de su amistad con el pintor. También se
interesó por la abstracción pictórica, lo cual no impidió que, paralelamente su
cámara le llevara hacia lo antropológico: hacia la pulsión por rescatar un
mundo que desaparecía en sus trabajos sobre la cerámica popular (Artesanía) o
en el extraordinario Ibiza fuerte y luminosa. También se exponen fotoscops
inéditos como Eucaliptus, el inquietante Barcelona o la brillante serie sobre
el cuerpo femenino.
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