Una biografía traza la agitada vida política del
historiador: “socialcatalanismo”, pro-Eje, Opus Dei y resistente teórico
CARLES GELI
Barcelona 21 MAY 2012 - 09:30 CET
En 1931, un osado, joven y un punto ambicioso historiador salta a la
palestra con unos artículos y se posiciona en lo que define como
“socialcatalanismo”, entre Esquerra Republicana y la Unió Socialista de
Catalunya. Ocho años después, el 15 de julio de 1939 publica en Destino
‘Teoría del espacio vital’, justificación de la anexión alemana de Danzing,
alineación con los países del Eje que también respirarán sus textos de
geopolítica de entre octubre de 1939 y septiembre de 1940 en el mismo
semanario, ahora bajo el seudónimo de Lorenzo Guillén. A partir de 1943,
asumirá las tesis tradicionalistas y reaccionarias del sector opusdeísta de
Rafael Calvo Serer y Florentino Pérez Embid, alejadas de las catalanistas con
las que, ya a fines de la década de 1950, obnubilará a Josep Tarradellas… Sí,
por todas esas aguas ideológicas navegó el historiador Jaume Vicens Vives,
cuyas vidas políticas repasan de forma documentada (archivos particulares, 14
entrevistas…) Cristina Gatell y Glòria Soler en Amb el corrent de proa
(Quaderns Crema).
“No se le puede acusar de chaquetero ni de hacer posibilismo; él navega
buscando un rendimiento de cada momento político; siempre fue liberal, de
pensamiento social y catalán más que catalanista”, resumen las autoras.
En su lecho de muerte, 50 años recién cumplidos, Vicens Vives escribe a su
colega Santiago Sobrequés hablando de su profesión pero, en realidad, de su
vida: “Ha sido una lástima que siempre tuviera la corriente de proa”. Pero
“echado para adelante”, su primera aparición será sonada: contra Antoni Rovira
i Virgili y Ferran Soldevila, a quienes acusa de historiadores románticos. Esa
falta de sensibilidad catalanista de la que se le acusará será “una piedra que
arrastrará toda su vida Vicens Vives”, como la de casarse en el rectorado de la
Universidad de Barcelona, que constará en su expediente de depuración académica
en 1939.
Los artículos pro-Eje en Destino eran una manera de hacer méritos
ante las nuevas autoridades. Le sirvió de poco: le cayeron dos años de
inhabilitación y en 1942 fue destinado, como profe de instituto, a Baeza. Ello
iría acompañado de diversas pérdidas de oposiciones a catedrático desde 1940.
Tenaz y taimado, se percató de que sin padrinos nunca alcanzaría la
cátedra. Los halló arrimándose a la facción del Opus de Pérez Embid y Calvo
Serer, a través del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y la
revista Arbor. Un tradicionalismo que ahora se sabe que criticó en España
contemporánea (1814-1953), libre de censura por ser un encargo
italiano. “Fue del Opus coyunturalmente, nunca entró en ella”, recalcan las
autoras. La operación benefició a todos: los de Arbor vieron que Vicens
Vives era, por Destino, un adalid frente a la pugna que mantenían con
otra familia del régimen más abierta encarnada por Dionisio Ridruejo. Por otro
lado, Vicens Vives se convertiría en un conseguidor frente a la censura
franquista. Su amistad con Pérez Embid permitió desatascar muchos títulos de,
entre otros, Josep Pla. “Me ha hecho un gran favor, sobre todo un favor moral,
no tengo palabras para daros las gracias. Disponga de mí”, le escribirá Pla en
1954. El historiador le tomó la palabra, sabedor de que el autor “conoce bien
el paño de la política” y le evitará “caer en trampas infantiles”; se
convertirá en su mejor asesor cuando empiecen sus inquietudes
sociopolíticas.
Estas llegaron cuando en 1948 Vicens Vives gana la cátedra de Barcelona, la
plataforma soñada. Arranca un plan triple: hacer de puente entre Madrid y
Barcelona; en Cataluña, crear una vanguardia política, y engarzar a gente del
exilio (Trueta, Ferrater Mora, entre otros) con el interior.
Es el viraje de quien pasa de hacer consideraciones de historiador a
estratega político. Y así irá de los primeros contactos con la Cataluña
resistente (el grupo Miramar; Jordi Pujol, si bien “será una influencia más
post mórtem”, acotan las biógrafas) a crear un manifiesto, insólito en 1956,
con voluntad de futuro grupo político: la Aliança pel Redreç de Catalunya, que
tendrá nuevo intento en el Moviment Català de Coordinació Social (1958), que
involucrará al abad Escarré de Montserrat. En ambos casos, el fin es remover
las conciencias de la burguesía (Valls i Taberner, entre otros) para que
encabecen la vanguardia que agite Cataluña, nunca por la vía separatista, sino
dentro de “un Estado federativo gradual”. Parte de su bibliografía —Notícia
de Catalunya e Industrials i polítics del segle XIX— responde
a esa estrategia.
El resultado es que tanto Pla (“tengo verdadera necesidad de escribirle”)
como Josep Tarradellas (hasta en 11 cartas le pide a su exconsejero Frederic
Rahola, cuñado de Vicens Vives, hablar con él con urgencia) le requieren. Al
fin, el 14 de noviembre de 1959 se reunirá en París con el político. Sintonía
alta: superar la Guerra Civil y sus partidos y crear un equipo “explícita y
sinceramente anticomunista” (resume Pla) que hiciera posible la caída de la
dictadura “sin explosión nacionalista y obrerista”.
Tarradellas le reservaba un papel clave. “Su aportación
es esencialísima”, escribirá. La muerte del historiador siete meses después lo
rompe todo. Desaparecía “el mejor soldado de Cataluña”, según Tarradellas.
¿Pero habría formado equipo con él en la transición? “Vicens Vives tenía una
fortísima personalidad y no era hombre de partido; ni estos se fiaban mucho de
él; era un hombre libre”, dicen las autoras. Y un navegante con —mayormente
sobrevenida pero a veces también buscada— la corriente de proa.
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