Una víctima de la matanza etarra expresa a un etarra el
dolor que provocó su 'comando'
MÓNICA
CEBERIO BELAZA Barcelona 26 MAY 2012 -
20:05 CET
—Te quería ver la cara. Y decirte muchas cosas. Que me habéis devorado la
vida. A mí y a muchos otros. En Hipercor
matasteis a un montón de gente, a un montón de niños... ¿Qué os
habíamos hecho?
—Mire usted…
—Quiero que hablemos de tú a tú. Y mirándonos a los ojos. Porque hablando
se entiende la gente, no con tiros ¿Me puedes contar qué pasó ese día, qué
sentiste? Llevo mucho tiempo queriendo saber muchas cosas.
—Sí, sí. Te lo voy a contar todo.
Rosa interpelaba así en la cárcel, el pasado mes de noviembre, al exjefe
del comando Barcelona de ETA, Rafael Caride Simón. Sus
vidas se cruzaron trágicamente hace 25 años, el 19 de junio de 1987. Ella hacía
la compra, como cada viernes a mediodía, en el Hipercor de la capital catalana
con su marido y su hijo de tres años. A las cuatro y diez estaba en la planta
de arriba, “donde la fruta”, cuando “el techo, comenzó a venirse abajo”. ETA
había colocado un coche bomba en el aparcamiento. Ella, aparte de sufrir
múltiples heridas, quedó sorda de un oído y lleva desde entonces recibiendo
asistencia psicológica por lo que presenció. Fue el atentado más sangriento de
la banda; una masacre indiscriminada en la que murieron 21 personas, la mayoría
abrasadas o asfixiadas, y otras 45 resultaron heridas.
El responsable del comando, Caride Simón, fue condenado a
790 años de cárcel por esos crímenes —junto a Santiago Arróspide,
Santi Potros, Domingo Troitiño y Josefa Ernaga—. Ahora, con 62 años, cumple
pena en Zaballa (Álava) apartado de ETA y su disciplina. A finales de noviembre
de 2011 se encontraba en la prisión de Navalcarnero (Madrid) para testificar en
un juicio en la Audiencia Nacional. Fue allí donde se reunió con su víctima,
dentro del programa de
encuentros impulsado por el anterior Ejecutivo socialista que ha
reunido hasta el momento a 11 reclusos de ETA con 11 víctimas y que el Gobierno
de Mariano Rajoy ha incluido dentro del nuevo plan de reinserción de presos
—aunque aún no está claro cómo se van a llevar a cabo a partir de ahora—. La
prioridad, según el Ministerio del Interior, será reunir a las víctimas con el
autor material del atentado que les afectó directamente. Es lo que ocurrió en
este caso.
La víctima, Rosa M. P., prefiere no aparecer con sus apellidos. Sus hijos
no saben que se reunió con Caride Simón. “Se trata de un tema difícil. Con mi
hijo no puedo aún hablar de ello”, explica en la oficina de la Asociación
Catalana de Víctimas del Terrorismo, en el centro de Barcelona.
El día del encuentro, llegó nerviosa a Madrid. Siguió estándolo mientras
comía con los dos mediadores que la acompañaron a la prisión. La primera
impresión que recuerda es el frío. “La frialdad de la cárcel es terrible. Fuera
de lo normal. Se te mete en los huesos. Cuando llegamos, nos saludó el director
de la prisión. Después empezaron a abrirse y a cerrarse puertas. Como en una
película. Como no sabemos nada de las cárceles, te impresiona cuando lo ves”.
Después entró en una habitación con dos mesas y cuatro sillas. Y un espejo al
fondo.
Al cabo de un rato, entró Caride Simón en el cuarto. Se dieron la mano. La
mediadora hizo la presentación, y comenzaron a hablar. Rosa tenía preguntas
guardadas desde hace años. Así es como recuerda parte de la conversación que
mantuvieron:
—¿Dormisteis en Barcelona la noche anterior a la bomba?
—Sí. En la calle Mallorca. Al día siguiente, el sitio que habíamos elegido
en el aparcamiento para poner el coche no estaba libre. Y acabó en otro sitio.
Hicimos una primera llamada a la policía, pero no nos creyeron. Dijimos: ‘En
tal zona, en tal sitio hay un coche bomba con tanta carga’. Pero nada. No pasó
nada. Hicimos una segunda llamada y tampoco nos creyeron. Insistimos una tercera
vez en que había una bomba. Como no hacían caso, me acerqué yo mismo al
Hipercor. Di unas cuantas vueltas y vi que a la gente la seguían dejando pasar.
—A mí, por ejemplo, me dejaron pasar.
—La policía no hizo nada.
—Ya, pero la culpa no fue de ellos, sino vuestra, tuya, de los que
pusisteis la bomba. Porque si yo ahora le digo a alguien que mate a otra
persona y lo hace, la culpa será suya. ¿Y qué hiciste después de pasar por allí
y ver que no pasaba nada?
—Desde una cabina cercana yo mismo volví a llamar de nuevo. Y luego me fui
a casa. Allí pusimos la tele. Y empezamos a ver lo que estaba pasando.
—¿Y qué sentiste? Te voy a contar cómo fue para mí. De repente se me cayó
todo el techo encima. Eran como cuchillos cayendo sobre la gente. Cortando
cuerpos. Había mucho humo. Mucho fuego. Mi marido nos arrastró a mi hijo, a mí
y a otra chica. Salimos entre las llamas. Cuando nos cogíamos entre nosotros,
la carne se nos quedaba en las manos. Había mucha gente ensangrentada. Quemada.
La gente gritaba ‘el gas, el gas, que va a explotar el gas…’ Fuimos a la planta
de arriba y ya no puedo contar nada más porque no me acuerdo de lo que pasó.
Pero sí te digo que a los 15 días yo me hubiera tirado por el balcón. Porque mi
vida no tenía sentido. No me importaba nadie. Me habíais roto la vida. Ver
volar a la gente es una imagen que no se me olvidará nunca. A mi hijo, que iba
en el carrito, se le reventó el bollo que llevaba encima y pensé que se le
había reventado el corazón. No sabes el infierno que fue aquello que tú
provocaste. Porque la responsabilidad última es del que organiza el atentado y
pone la bomba. Si yo le digo a alguien que mate y lo hace, la culpa será suya.
¿Qué sentiste cuando viste lo que había pasado?
—Uf... no sé.
—¿No sentías nada? ¿Qué pensabais cuando mirabais la tele?
—Decíamos ‘joder, joder’.
—¿Y os fuisteis a dormir tranquilamente?
—Y qué íbamos a hacer...
—¿Y pusisteis tarta y todo para celebrarlo?
—No. Nada de eso.
—Piensa que yo vengo a hablar contigo y puedo hacerlo, y que ese día no
murió ninguno de mis seres queridos, pero hay gente que no podría. Personas que
ese día se quedaron sin hijos, o sin marido o mujer, o sin nadie. O quemados de
por vida. Poner una bomba y causar tanto dolor a personas que no te habían
hecho absolutamente nada es de una cobardía infinita. Muchas víctimas no podrían
perdonarte.
—Lo entiendo.
—¿Qué pensarías si alguien hubiera tratado de matar a tu familia?
—Pues probablemente estaría peor que tú en este momento.
Este diálogo no es una reconstrucción literal, sino el recuerdo que guarda
en su memoria la víctima. Ella asegura que estuvo tranquila, serena. “Le quería
decir muchas cosas, pero con calma. Se lo dije: ‘Con odio no se consigue nada.
Solo genera más odio. No es lo que les he enseñado a mis hijos, y nosotros
vivimos en paz con nosotros mismos. Vosotros, nunca debisteis pegar tiros y
poner bombas. El sufrimiento que causasteis en Hipercor fue inmenso,
indescriptible”.
Recuerda que él le reconoció que se había dado cuenta del daño causado por
él mismo y por ETA y de que matar no era el camino para alcanzar objetivos
políticos. Le explicó que había tenido problemas con la organización cuando
empezó a desvincularse, y que tanto entrar en ETA como abandonarla le había
causado problemas con distintas personas de su entorno. Porque es mucho más
fácil entrar que salir de una banda terrorista.
Antes de irse, ella le entregó una carta que le había escrito. “Para que la
leas muchas veces”, le dijo. Y le regaló un libro sobre los ángeles.
—No soy religioso
—No es sobre Dios. Es para que te haga compañía. A mí me ha ayudado cuando
he estado más desesperada”.
Después de casi tres horas, se despidieron. Se dieron la mano. “Te doy las
gracias por la valentía que has tenido al venir”, le dijo Caride. “Dile a tu marido
que lo siento. De todo corazón”.
Al salir de la cárcel, ella rompió a llorar por la tensión. Aún tenía
que asimilar lo que había ocurrido. Ahora ya lo ha hecho. “Entiendo que muchas
víctimas no podrían ni querrían hablar con el terrorista. Pero a mí me ha
ayudado. Las imágenes de ese día, y sobre todo, como ahora, cuando se acerca el
aniversario, las tengo siempre encima. Es como un libro del que siempre leo la
misma página. Pero quiero pasar a la siguiente. Nunca se me olvidará lo que
pasó, pero, si hablas, lo sacas. Y prefiero que él se haya dado cuenta de lo
que ha hecho y sea consciente del dolor que ha causado. Yo le mostré el
sufrimiento, el mío propio y el de otra gente cercana, que han causado las
bombas que él usaba para conseguir un fin político”.
La mediadora le contó más tarde que Caride había leído el
libro que le regaló, y más de una vez. Quizá se vean de nuevo. Ella asegura que
estaría dispuesta.
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