Los tres principales responsables de la guerra en
Bosnia (Slobodan Milosevic, Radovan Karadzic y Ratko Mladic) se han sentado en
el banquillo del Tribunal de La Haya
Ha envejecido y a los 70 años sus todavía espesos cabellos se han
blanqueado; viste un traje de chaqueta elegante y una corbata vistosa; podría
pasar por un apacible jubilado centroeuropeo con un desahogado retiro que
emplea sus horas en el parque o en tertulias con los amigos. Pero las
apariencias engañan cuando uno lo mira a sus ojos porque esas pupilas frías y
claras desafían a sus interlocutores con un aire desafiante, chulesco e
intimidante. La vejez no ha dulcificado ni atenuado esa mirada de asesino que
el general serbobosnio Ratko Mladic paseó por Bosnia-Hercegovina entre los años
1992 y 1995. El Tribunal de La Haya, que ha comenzado a juzgarlo por genocidio
y crímenes de guerra y contra la Humanidad, ha podido comprobar de nuevo esa
mirada de Mladic que aterrorizó a las poblaciones musulmanas y croatas de
Bosnia que, en los años de la contienda, sufrieron los asedios implacables de
las tropas serbobosnias.
A pesar de las imperdonables tardanzas de Occidente en su búsqueda y
captura, los tres principales responsables de la guerra en Bosnia, que causó
más de 100.000 muertos y cientos de miles de damnificados de uno u otro tipo,
se han sentado en el banquillo del Tribunal de La Haya: Slobodan Milosevic,
Radovan Karadzic y Ratko Mladic. El expresidente de Serbia e instigador de los
conflictos balcánicos, Milosevic, murió en el año 2006 antes de escuchar su
sentencia; mientras el ideólogo-psiquiatra Karadzic, está también a disposición
del alto tribunal. No cabe duda de que pocas de las víctimas y de aquellos que
asistimos de cerca a los horrores yugoslavos confiábamos en que, algún día,
estos tres siniestros personajes se sentaran en un banquillo ante la Justicia
internacional. Un motivo de alegría en tiempos de penurias. Ahora cabe que el
juicio sirva para aclarar las claves de la mayor carnicería en suelo europeo
desde la Segunda Guerra Mundial. Con su gorro de oficial serbio y sus ademanes
autoritarios, Mladic dirigió con mano de hierro todas las operaciones militares
en Bosnia y ahora invita al sarcasmo, si no fuera una tragedia, que el antiguo
general, en sus declaraciones ante los jueces, haya atribuido a sus tropas los
crímenes cometidos.
Capturado el año pasado en Lazarevo, una localidad cercana a Belgrado, los
mercadillos de la capital serbia acogían por aquellas fechas tenderetes donde
podían comprarse camisetas con las efigies de Karadzic y Mladic. Se trata de un
detalle más, cotidiano y callejero, del apoyo brindado por buena parte de la
sociedad y de las autoridades serbias hacia unos personajes que todavía
mantienen la vitola de héroes entre los sectores más nacionalistas. Para
cualquier observador está claro que Mladic vivió protegido por la cúpula del
Ejército serbio y por sus paisanos y vecinos durante los 16 años en los que
consiguió escapar de la Justicia internacional. Su entrega por el Gobierno
reformista y europeísta de Boris Tadic fue el gesto más importante de Serbia
para entreabrir las puertas de su futuro ingreso en la Unión Europea. Días
antes de la apertura del proceso en La Haya, el fiscal Brammertz preguntó en voz
alta acerca de un interrogante que está en la mente de todos los demócratas y
defensores de los derechos humanos: “¿Cómo es posible que Mladic pudiera
esconderse durante 16 años y quién le ayudó?”
El brutal cerco de Sarajevo ha sido uno de los más largos
de la historia contemporánea de Europa y la matanza de Srebrenica, donde fueron
asesinados unos 8.000 varones musulmanes, desde adolescentes hasta ancianos, el
episodio más cruel en el continente desde la II Guerra Mundial. En ambos casos,
Ratko Mladic se hallaba al frente de las tropas serbias. Ha sido una sensación
escalofriante que, en la apertura del juicio en La Haya, se hayan proyectado
imágenes del bombardeo de un mercado de Sarajevo con 30 muertos y cerca de un
centenar de heridos y de un adolescente de Srebrenica que murió tiroteado por
la espalda cuando escapaba de aquel infierno. Los testimonios de los familiares
de las víctimas van a inundar en las próximas semanas y meses las asépticas
salas del Tribunal de La Haya en un país que todavía arrastra su vergüenza
porque los cascos azules holandeses no impidieron la carnicería de
Srebrenica. Esta pequeña ciudad bosnia, encajada entre montañas en un paraje
idílico y conocida hasta la guerra por sus bosques, su balneario y sus minas,
es desde 1995 un sinónimo de la ignominia como puedan ser Auschwitz o Dachau.
Las Madres de Srebrenica acaban de recordar en La Haya su grito desde julio de
1995: “El único perdón es hacer justicia”. El Tribunal de La Haya tiene la
palabra.
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