Una exposición revisa el asociacionismo surgido en el
silencio de la posguerra
DIANA MANDIÁ
Santiago de Compostela 19 ABR 2012
Mientras el dictador inauguraba pantanos y en el campo el éxodo rural
empezaba a vaciar aldeas, el hartazgo por el silencio que el franquismo había
impuesto a la cultura gallega daba sus primeros pasos organizados. El
nacimiento de la asociación O Galo en 1961, promovida por un grupo de jóvenes
universitarios que frecuentaban la casa de Ramón Piñeiro en la calle Xelmírez
de Santiago, marcó el pistoletazo de salida de una desobediencia que se
extendió por ciudades y villas y dio frutos insólitos en los años más duros de
la longa noite de pedra. Sobre esta reivindicación de la cultura propia
vuelve la exposición Un canto e unha luz na noite, comisariada por el
historiador Ricardo Gurriarán y organizada por el Consello da Cultura Galega,
que puede verse en el Museo do Pobo Galego, en Santiago, hasta el 13 de mayo.
El CCG ha editado también un catálogo con textos de los protagonistas de aquel
despertar, entre ellos Antón Santamarina, Henrique Harguindey, Manuel Lourenzo,
Camilo Nogueira, Xesús Alonso Montero o Luís Álvarez Pousa.
La cosecha trajo cursos de gallego —los primeros, dictados por O
Galo—, muestras de teatro —la más privilegiada, la de Ribadavia, alumbrada por
Abrente en 1973—, concursos literarios, cineclubs, jornadas cinematográficas,
edición de textos litúrgicos en el idioma vernáculo o agrupaciones musicales
rendidas, como Voces Ceibes (1968), a la canción popular. Y además
estaba la reivindicación política, más que evidente en la Asociación Cultural
de Vigo, fundada en 1965 con Camilo Nogueira de presidente.
La editorial Galaxia, fundada en 1950, era el precedente más próximo,
heredero aún de la tradición galleguista anterior al 1936. En Santiago, el peso
de los estudiantes universitarios nacidos ya en la posguerra, y la renovación
generacional obligada por los cursos académicos, distinguió a grupos como O
Galo, aún en activo. “En el páramo de la dictadura, no había espacios para
debatir y las asociaciones culturales se convierten en un oasis”, reflexiona
Gurriarán, que durante un año y medio recopiló autorizaciones del Ministerio de
Gobernación, cartas, programas, actas y carteles, más de 20.000 documentos que
ya están catalogados en el Consello da Cultura. Solo Abrente, de Ribadavia, y O
Facho (Coruña, 1963) tenían sus fondos archivados.
Aunque en origen fue urbano, con el nacimiento de Abrente
en 1969 el asociacionismo se extendió por localidades como A Rúa, Ribadeo o
Pobra do Caramiñal, y su presencia traspasó la frontera de lo cultural. En
Viveiro, por ejemplo, fue notorio el papel del grupo A Sementeira en el rechazo
vecinal a la instalación de una central nuclear en Xove.
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