'Pensar en el siglo XX' es a la vez un libro de historia,
una biografía y un tratado de ética. Esta obra está estructurada en una serie
de conversaciones íntimas del lúcido historiador Tony Judt con su colega Timothy
Snyder. Una reflexión sobre el pasado que se prolonga al futuro
La diferencia cultural entre Europa y Estados Unidos, y la magia del
nacionalismo estadounidense que une a los ciudadanos ricos y pobres, son el
sueño americano. Los europeos del continente por lo general pueden decir con
exactitud dónde se hallan personalmente situados en comparación con otros en
términos de renta, y sus expectativas para la jubilación son modestas. En
Estados Unidos, cada vez más gente cree que está más arriba de lo que realmente
está y otro grupo muy numeroso cree que estará arriba cuando se jubile. De modo
que los estadounidenses están mucho menos dispuestos a mirar a alguien más rico
o más privilegiado y considerarlo una injusticia: ellos meramente se ven a sí
mismos en una especie de futura encarnación optimista.
Los estadounidenses piensan: dejemos el sistema más o menos como está
porque yo no querría sufrir unos impuestos más altos cuando me haga rico. Este
es un marco de referencia cultural que explica bastantes cosas respecto a las
actitudes hacia el gasto público: a uno no le importa tener que pagar impuestos
por un sistema ferroviario que solo utiliza de vez en cuando si cree que le
están gravando igual que a los demás por un beneficio que en principio es
compartido por todos. Pero le dolerá más pagarlos si tiene la expectativa de
convertirse un día en el tipo de persona que nunca utiliza este medio público.
Sin embargo, lo maravilloso de la construcción de los Estados de bienestar
fue que el principal beneficiario fue la clase media (en el sentido europeo, en
el que se incluye a la élite profesional y cualificada). Fue la clase media
cuya renta se vio súbitamente liberada, porque tuvo acceso a una escolaridad
gratuita y a una asistencia sanitaria también gratuita. Fue la clase media la
que adquirió una verdadera seguridad privada a través de la provisión pública
de seguros, pensiones, etcétera.
El Estado de bienestar crea la clase media en este sentido, y la clase
media entonces defiende el Estado de bienestar. Incluso Margaret Thatcher se
dio cuenta de ello cuando comenzó a hablar de la privatización de la asistencia
sanitaria, y sus propios votantes de clase media fueron los que más se
opusieron a ello.
[Palabras de Timothy Snyder] Parece que la clave radica en crear, en
primer lugar, esa clase media. Sin ella, tienes gente que no quiere pagar
impuestos porque quiere ser rica, y gente que no le ve sentido a pagar
impuestos porque ya son ricos. Yo veo la clase media como ese grupo que, sin
ser enormemente rico, vive despreocupado de las pensiones, la educación y la
atención médica. Según este criterio, que en realidad es bastante modesto, no
hay una clase media americana. (…)
Los estadounidenses permitirían al Estado un abanico bastante amplio de
acciones intrusivas con el fin de protegerles contra el terrorismo o mantener
alejadas las amenazas de peligro. En los últimos años (y no solo en los últimos
años, fijémonos en la década de 1950, de 1920 o las Leyes de Extranjería y
Sedición de la década de 1790), los ciudadanos estadounidenses han demostrado
una espeluznante indiferencia por el abuso por parte del Gobierno de la
Constitución o por la represión de ciertos derechos en tanto que ellos no se
vean directamente afectados.
(…) También ha quedado demostrado y ejemplificado innumerables veces que
las sociedades con graves disfunciones en la renta o en la distribución de los
recursos se convierten en sociedades en las que al final la economía se ve
amenazada por el desequilibrio social. De manera que no es solo que sea bueno
para la economía o para los trabajadores, sino que para cierta abstracción
llamada capitalismo es bueno no llevar demasiado lejos la lógica de su propio
funcionamiento defectuoso. Esto fue aceptado en Estados Unidos durante bastante
tiempo. Las brechas que separaban a los ricos de los pobres en la década de
1970 en este país no divergían radicalmente de las que se conocían en los
países más ricos de Europa occidental.
Hoy día sí es así. En Estados Unidos, el abismo que separa a los pocos
ricos de los muchos que hoy viven en la pobreza o la inseguridad es cada vez
mayor, así como el que media entre la oportunidad y la ausencia de ella, entre
los privilegiados y los desposeídos, etcétera, algo que, por supuesto, ha
caracterizado a lo largo del tiempo a las sociedades atrasadas y depauperadas.
Lo que acabo de decir de Estados Unidos también describiría perfectamente al
Brasil de hoy, por ejemplo, o a Nigeria (o, más en concreto, a China). Pero no
sería una descripción exacta de ninguna sociedad europea al oeste de Budapest.
(…)
Yo creo que para convencer a la gente de la necesidad de que el Estado
proporcione algo se necesita una crisis: una crisis provocada por la ausencia
de esa provisión. La gente en general nunca asumirá que un servicio del que
solo tiene una necesidad ocasional debiera hacerse disponible permanentemente.
Solo cuando experimentan la incomodidad de no tenerlo disponible para ellos
puede argumentarse a favor de una provisión universal.
En la actualidad, las socialdemocracias se encuentran entre las sociedades
más ricas del mundo, y ni una sola de ellas ha tomado ni remotamente una
dirección que suponga en lo más mínimo una vuelta al autoritarismo al estilo
alemán que Hayek consideraba el precio que había que pagar por entregarle la
iniciativa al Estado. De modo que lo que sí sabemos es que los dos argumentos
que con más fuerza se esgrimen en contra de que un Estado se dedique a
construir una buena sociedad —que no funcionará económicamente y que conducirá
a una dictadura— son, sencillamente, erróneos. (…)
Hemos vuelto a entrar en una era del miedo. Atrás ha quedado la sensación
de que las habilidades con las que uno cuenta al empezar en una profesión o un
trabajo serán habilidades importantes para toda su vida laboral. Atrás ha
quedado la certidumbre de que después de una trayectoria laboral exitosa espera
una jubilación cómoda. Todas estas inferencias demográfica, económica y
estadísticamente legítimas del presente respecto al futuro —que caracterizaron
la vida americana y europea durante las décadas de la posguerra— han quedado
borradas del mapa.
De modo que la era del miedo en la que ahora vivimos consiste en el temor a
un futuro desconocido, así como a unos extranjeros desconocidos que pueden
venir y lanzarnos bombas. El temor de que nuestro Gobierno ya no puede
controlar más las circunstancias de nuestras vidas. Ya no puede convertirnos en
una comunidad cerrada contra el mundo. Ha perdido el control. Esa parálisis del
miedo, que yo creo que los estadounidenses experimentan muy intensamente, se
vio reforzada por la toma de conciencia de que la única seguridad que creían
tener ya no la tenían. Esta fue la razón por la que muchos estadounidenses se
mostraron dispuestos a unir su suerte a la de Bush durante ocho años:
ofreciendo su apoyo a un Gobierno cuyo atractivo radicaba exclusivamente en la
movilización y la explotación demagógica del miedo.
A mí me parece que el resurgimiento del miedo, y las consecuencias
políticas que entraña, constituye el mejor de los argumentos a favor de la
socialdemocracia: tanto como protección para los individuos frente a las
amenazas a su seguridad reales o imaginarias, como protección para la sociedad
frente a las amenazas muy probables a su cohesión, por una parte, y a la
democracia, por otra.
Recordemos que, sobre todo en Europa, los que han tenido más éxito a la
hora de movilizar estos miedos —a los extranjeros, a los inmigrantes, a la
incertidumbre económica o la violencia— son principalmente los políticos
convencionales, anticuados, demagogos, nacionalistas y xenófobos.
Pensar el siglo XX. Tony Judt / Timothy Snyder.
Editorial Taurus. Fecha de publicación: 16 de mayo. Precio: 23 euros.
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