La fotografía ganadora del Pulitzer reabre el debate
ético de la violencia en los medios
Massoud Hossaini capturó la imagen de Tarana Akbari (11 años) con su Nikon
el pasado 6 de diciembre durante la celebración de la festividad chií de la Ashura,
cuando un atentado suicida
dejó el terrible balance de 55 muertos y 150 heridos en las puertas de una
ermita de Kabul, Afganistán. La fotografía de Tarana gritando, vestida de un
verde salpicado de rojo, en medio de un mar de cuerpos ensangrentados, ha
recuperado el protagonismo que le dio The New York
Times al publicarla en su portada un día después por un doble
motivo: se ha convertido en la última ganadora del Pulitzer y ha supuesto un retorno al eterno
debate ético de los límites de las imágenes violentas en el fotoperiodismo.
La instantánea fue lo suficientemente potente para convertirse en la
portada del diario norteamericano. Sin embargo, diarios como The Wall Street
Journal o The Washington
Post prefirieron dar otras versiones de la escena que restringen
parte de la tragedia. Otros medios digitales optaron por no publicar la imagen
o mostrarla cortada. El portal MSNBC
(Microsoft y NBC) solo decidió publicarla tras serle concedido el galardón y
bajo advertencia. Algo parecido hizo el Huffington Post,
que ofrece un corte de la imagen en la parte superior de su web con posibilidad
de verla completa más abajo con una alerta. La razón, según los responsables de
estos medios, es que la visión de los cuerpos –especialmente los menores– podía
herir la sensibilidad de los lectores y que basta con intuir el horror sin que
sea necesaria una imagen explícita.
Hossaini, autor de la imagen premiada, confiesa sus propios límites cuando
las imágenes son excesivamente violentas en una entrevista telefónica con este
periódico desde Ámsterdam: “Yo mismo corto algunas de mis fotos, porque son muy
gráficas. Lo que no esperaba es que otros lo hicieran. Había dos opciones:
mostrarla como era o no hacerlo”. Al fotoperiodista Enrique Meneses, en cambio, le indigna la
sola mención de la sensibilidad del lector: “La gente está tan sensibilizada
que da vergüenza– continúa. Estamos haciendo periodismo del miedo, quien no se
quiera informar que no se informe”. Meneses no comparte tampoco la
justificación de que basta con insinuar la violencia. “La guerra no se intuye,
se vive o no se vive”, sentencia.
Más cercano esta visión se encuentra Gervasio Sánchez,
Premio Nacional de Fotografía 2009: “La guerra es sangrienta y cuando se
produce una explosión hay muertos y heridos, muchas veces niños y niñas. Las
bombas no preguntan la edad a sus víctimas. Explotan, matan, descuartizan”.
Sánchez, empeñado desde hace años en poner el acento en las secuelas de la
violencia, es rotundo: “Es importante que el público conozca la verdad sobre
las consecuencias de las guerras para que reflexione sobre la necesidad moral
de buscar soluciones. Que los ciudadanos se enfrenten al dolor de la guerra,
que sepan que los que sufren o mueren desconocen las razones de sus tragedias.
Una sociedad que reivindica imágenes asépticas de la violencia está condenada
al fracaso”. Son razones similares a las que esgrime también Marisa Flórez,
editora gráfica de EL PAÍS, que decidió publicarla a cuatro columnas en la
sección de Internacional para ilustrar el atentado. “Es una foto informativa y
de denuncia, de lo que está ocurriendo en ese país – explica Flórez–. Se ve el
grito de una niña llena de horror por todas partes. Y va mucho más allá de los
cadáveres; es la imagen de la desolación”.
En el difícil equilibrio entre lo necesario y lo gratuito, Javier Bauluz,
director de Periodismo Humano, lo
tiene claro: “Yo siempre digo que la línea está en que [las imágenes] lleguen
al corazón y la cabeza, no al estómago. Que te hagan pensar”. Bauluz, único
español ganador de un Pulitzer en 1995, introduce un nuevo elemento. “Si sabes
que algo es tan duro que no se va a publicar, de alguna manera te
autocensuras”, afirma mientras recuerda que en Sarajevo las imágenes eran tan
“salvajes” que muchos días los fotógrafos no tenían nada que mandar. “Bastante
nos censuran los demás como para que nos autocensuremos nosotros”, considera
Meneses, radicalmente opuesto.
Massoud Hossaini conoce bien, a sus 30 años, el horror con el que trata a
diario. Nacido en Afganistán en 1981 y exiliado en Irak desde los seis meses,
cuando su padre fue detenido por el régimen comunista, Hossaini regresó a su
país de origen tras los atentados del 11-S decidido a contar al mundo lo que
allí ocurre. “La verdad en Afganistán es mucho más amarga que todo esto. La
gente debería saber lo que pasa en este país, hablar de ello y ejercer presión
sobre sus Gobiernos”, sueña. Revela “sentimientos ambivalentes” en torno al
premio: se siente feliz porque cree que ayudará a que el mundo conozca la
tragedia de la población afgana pero “triste por lo que pasó aquel día” que aún
le provoca pesadillas cuando le deja dormir.
“Hubo una explosión –recuerda: me caí al suelo, tenía una mano herida… pero
no me sentía mal. La gente corría en dirección contraria al humo y yo hacia
él”. Pese a ser consciente del riesgo de que en Afganistán a una explosión
suele sucederle otra Hossaini afirma que “necesitaba” quedarse. Y lo hizo. “Me
encontré a la niña en medio de un círculo lleno de cuerpos ensangrentados.
Estaba gritando, aterrorizada, y no sabía qué hacer. Yo hice la foto para
mostrárselo al mundo”, concluye. Siete personas de la familia de Tarana, que
empieza a recuperar la sonrisa, murieron aquel día. Aunque los más cercanos
tuvieron la fortuna de resultar solo heridos, su hermana podría perder un
brazo, cuenta Hossaini.
"Es muy difícil cubrir la guerra de tu propio país.
Yo no lo haría”, asegura Gervasio Sánchez que, feliz por el premio de Hossaini,
concluye: “La imagen de Hossaini es un magnífico documento que demuestra el
absurdo en que vivimos, incapaces de poner coto a la violencia. Censurar esta
imagen es matar al ruiseñor, es como matar la inocencia de nuevo”.
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