La editorial Minúscula publica los diarios inéditos del escritor alemán Friedrich Reck, en los que relata antes de su muerte en Dachau el imparable ascenso nazi
PEIO H. RIAÑO - Público- 03/10/2009
Friedrich Reck no es un héroe. No mató a Hitler cuando pudo hacerlo y pasó su vida tratando de mantener sus privilegios de clase. Había estudiado medicina pero nunca se sintió motivado para entregarse al ejercicio. Con dos breves suplencias descubrió el campo de los diagnósticos erróneos y el riesgo de la profesión. Tenía 27 años de edad, era padre de familia y encontró en las haciendas de su padre el mejor remedio para una vida sin preocupaciones como rentista.
Friedrich Reck fue un aristócrata misántropo que moriría en el campo de concentración de Dachau, dos meses y medio antes de ser liberado por las tropas aliadas. Reck es un modelo de virtudes limitado, pero llevó con rigor la escritura de las estampas del horror en un diario que terminó con el título de Diario de un desesperado, en el que recuerda varios encuentros con Hitler de los que salió vivo.
Como una broma macabra, padeció el testimonio del final del proyecto cultural e intelectual en el que se había acomodado con la llegada del régimen nacionalsocialista, al que no hizo ascos en sus primeras luces. Deslumbrado por la desaforada crítica anticapitalista, se abrazó a las ideas que pretendían proteger la tradición, hasta que entendió el peligro de la locura del proyecto nazi. Entonces cayó en el desengaño y la repulsión. Entonces la escritura desairada y así durante nueve años de mucho odio: "Desde hace más de 42 meses pienso odio, me acuesto con odio, sueño odio para despertar con odio: me asfixia verme prisionero de una horda de monos perversos", escribe en 1941. Todavía le quedaba lo peor.
(...)
Friedrich Reck fue un aristócrata misántropo que moriría en el campo de concentración de Dachau, dos meses y medio antes de ser liberado por las tropas aliadas. Reck es un modelo de virtudes limitado, pero llevó con rigor la escritura de las estampas del horror en un diario que terminó con el título de Diario de un desesperado, en el que recuerda varios encuentros con Hitler de los que salió vivo.
Como una broma macabra, padeció el testimonio del final del proyecto cultural e intelectual en el que se había acomodado con la llegada del régimen nacionalsocialista, al que no hizo ascos en sus primeras luces. Deslumbrado por la desaforada crítica anticapitalista, se abrazó a las ideas que pretendían proteger la tradición, hasta que entendió el peligro de la locura del proyecto nazi. Entonces cayó en el desengaño y la repulsión. Entonces la escritura desairada y así durante nueve años de mucho odio: "Desde hace más de 42 meses pienso odio, me acuesto con odio, sueño odio para despertar con odio: me asfixia verme prisionero de una horda de monos perversos", escribe en 1941. Todavía le quedaba lo peor.
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