Se cumplen 35 años de los últimos fusilamientos de la dictadura
franquista. Las familias de dos de los ejecutados siguen buscando resarcir la
memoria de los suyos
JORGE OTERO Madrid 27/09/2010
En
septiembre de 1975 Franciso Franco era un dictador agonizante: a sus problemas
de salud, que terminarían por llevarle a la tumba dos meses después, se sumaban
sus preocupaciones y desvelos por mantener en pie una dictadura que empezaba a
mostrar que estaba tan enferma como su propio jefe.
Nerviosos
por la salud del dictador y acosados por las crecientes demandas de libertad y
por la tensión entre los que propugnaban una apertura y los más acérrimos
franquistas —"los del búnker" les llamaban—, los prebostes de la
dictadura necesitaban dar un golpe de autoridad. Lo hicieron de la única
forma que sabían: matando.
El
27 de septiembre de 1975 cinco jóvenes izquierdistas fueron fusilados. Tenían cara y nombre: Juan Paredes Manot, Angel Otaegui, José Luis
Sánchez Bravo, Ramón García Sanz y José Humbero Baena Alonso. Sus nombres
pasaron a la historia por ser los últimos ejecutados por una larga dictadura de
casi 40 años que empezó
matando por la "Gracia de Dios" y terminó haciendo lo mismo.
Los dos primeros pertenecían a ETA; los tres últimos militaban del Frente
Revolucionario Antifascista y Patriota (FRAP), la organización creada por
el PCE (m-l).
Estaban
acusados de participar en varios atentados contra policías y guardias civiles.
Algunos de los acusados habían empuñado un arma pero otros no. Las única prueba
con la que contó el tribunal fue la propia declaración de los acusados,
obtenida bajo tortura.
Todos
estaban condenados de antemano: el Consejo de Guerra que les condenó a la pena
capital fue una farsa, sin ninguna garantía jurídica, sin pruebas.
"Todos habíamos asumido que se iban a confirmar las penas de muerte", declaró a Público
el año pasado Pablo Mayoral uno de los militantes del FRAP a los que
en el último momento se les conmutó la pena de muerte por otra de 30 años de
prisión.
Las
últimas ejecuciones del régimen tuvieron una enorme repercusión en toda
España y en toda Europa. Hubo una enorme movilización, sobre todo en
Europa, para evitar aquellas muertes. Hasta el Papa Pablo VI pidió clemencia a
Franco, pero éste, pese al pavor que le producía una hipotética excomunión
papal, firmó las penas de muerte.
En
la madrugada del 26 al 27 de septiembre, España vivió su noche más larga. Luis
Eduardo Aute inmortalizaría aquel suceso en una célebre canción: Al alba. Como dice la
letra, aquel día de hace 35 años llegó con hambre atrasada.
Paredes
Manot y Otaegui, los miembros de ETA, fueron ejecutados en Burgos y Barcelona,
respectivamente. Sánchez Bravo, García Sanz y Baena Alonso fueron trasladados
desde la cárcel de Carabanchel hasta un cuartel en Hoyo de Manzanares (Madrid),
donde poco antes de las ocho de la mañana fueron acribillados por el pelotón de
fusilamiento.
Las
familias buscan Justicia
Desde
entonces, ninguna otra bala ha sido disparada en España en nombre de la
Justicia. Pero a ésta aún le queda un largo camino que recorrer para resarcir
la memoria de las víctimas y el dolor de sus familias. 35 años después las
familias de dos de los fusilados luchan por la memoria de los suyos. Flor Baena,
hermana de José Humberto Baena Alonso, no ceja en su empeño de que los tribunales
de la España democrática anulen aquella sentencia y decreten la
inocencia de su hermano, que nunca empuño una pistola. No lo ha conseguido,
pero no se rinde.
Silvia Carretero, viuda de Luis Sánchez Bravo y ella misma detenida y
torturada en las mismas fechas —salvó la vida porque estaba embarazada—, presentó el
pasado mes de mayo una demanda en Argentina para exigir una reparación
"con todas las consecuencias". Quizá ella tenga más éxito
que Flor Baena: Argentina ha demostrado más sensibilidad y más interés en hacer
Justicia que la propia España, donde un juez,
Baltasar Garzón, va a ser juzgado por investigar los crímenes del franquismo.
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