El festival Visa pour l'Image abre sus puertas en Perpiñán para tomar el pulso a la situación del reporterismo. Su objetivo vuelve mirar los desastres en Haití, Tailandia o Afganistán, además de abrirse este año a temas sociales
ÁLEX VICENTE PARÍS 27/08/2010
Dicen las mentes más simples y los críticos más inflexibles que, desde los albores del fotoperiodismo, todas las fotos de guerra han sido exactamente iguales. Paisajes desolados, rostros marcados por el sufrimiento, soldados abatidos en el campo de batalla y víctimas colaterales con alguna que otra extremidad amputada, que a menudo obligan al espectador a apartar la mirada. Una imagen caricaturesca que el festival Visa pour l'Image se esfuerza en combatir desde hace 22 años en Perpiñán, sede del principal certamen internacional consagrado al reporterismo, que abre sus puertas mañana en la capital del Rosellón. "Si todas las fotos de guerra son iguales, ¿qué decir de las de fútbol? Que yo sepa, siempre aparece un chico en pantalón corto corriendo tras un balón. Y de eso no hay nadie que se harte", protesta el fundador del festival, Jean-François Leroy. Lo sigue dirigiendo contra viento y marea, oponiéndose a la deriva mercantil de los medios de comunicación, que el año pasado aseguró que acabarían fulminando a la profesión.
Algo menos pesimista, Leroy ha matizado este año su sombrío diagnóstico. E incluso ha detectado algunos brotes verdes, a través de nuevos modelos de financiación para los reportajes, la esperanza de Internet como soporte de futuro y la multitud de fotógrafos jóvenes que escogen el reporterismo, mientras todo el mundo insiste en que se trata de un oficio en vías de extinción.
Sin embargo, sigue mostrándose igual de severo con los dirigentes de las principales cabeceras del planeta. "No es el fotoperiodismo el que está en crisis, sino el periodismo a secas. Hace veinte años, los periódicos estaban dirigidos por periodistas. Hoy los dirigen banqueros que no tienen ni idea sobre la jerarquía informativa. Apuestan por los temas que supuestamente venden, como el corazón o los deportes, y prefieren ignorar el resto de asuntos", apunta.
En la edición pasada, cerca de 200.000 visitantes se adentraron en la treintena de exposiciones gratuitas que propone el festival. Para sus organizadores, la prueba definitiva de que el interés por el periodismo gráfico no ha desaparecido. "El director financiero de un diario decide que durante un mes se hablará de la muerte de Michael Jackson o del Mundial, antes que de Chechenia o de Darfur. Pero eso no significa que no exista una demanda fuerte", opina Leroy.
Este año, Visa pour l'Image vuelve a recorrer los múltiples conflictos y catástrofes que siguen aflorando en el planeta, con el terrible terremoto de Haití, la violenta revuelta en Tailandia y la larga guerra en Afganistán como asuntos principales. El australiano Stephen Dupont presenta una retrospectiva que resume sus 15 años sobre el terreno en el país asiático, de la guerra civil de 1993 a la intervención militar estadounidense en respuesta a los atentados del 11-S. El francés Guillaume Herbaut explora la tierra de nadie que en su día ocupó la central nuclear de Chernóbil, convertida hoy en un mercado negro para el tráfico de metales, mientras que Tanguy Loyzance expone su extenso trabajo sobre el terreno en Chad y Cédric Gebehaye se adentra en el Congo en motivo del 50 aniversario de su independencia.
De manera más infrecuente, Perpiñán también acoge un porcentaje de temas alejados de la guerra, la violencia y la desigualdad, enfocados en los cambios sociales con una lente algo menos tremendista. "Este giro no responde a una voluntad política, sino a la falta de materia prima. Se producen cada vez menos series sobre la guerra. Por ejemplo, es la primera vez desde 2003 que este festival no puede presentar ninguna exposición sobre Irak", cuenta el director, que asegura que no encontró ni un solo tema de fondo entre los más de 4.000 portafolios examinados. Una nueva evidencia de la falta de interés por invertir presupuesto para producir este tipo de trabajos. "Nadie quiere gastarse más de mil euros diarios en una serie sobre Bagdad. Pero luego pagan una fortuna por las fotos de boda de la monarquía monegasca", ironiza Leroy. Pese a todo, el fantasma de Irak sigue sobrevolando Perpiñán a través de las imágenes de Craig Walker, fotógrafo de plantilla de un diario local de Denver, que se pasó dos años siguiendo a un joven soldado mientras de preparaba para combatir en la guerra.
Las otras revelaciones
Al otro lado del espectro, entre las 27 exposiciones gratuitas que propone el festival, destaca la gran retrospectiva dedicada al inoxidable William Klein, fundamentada en las cuatro series urbanas sobre Nueva York, Roma, Moscú y Tokio que disparó durante los cincuenta y los primeros sesenta. Además, dos exposiciones de National Geographic uno de los últimos medios que sigue concediendo presupuestos holgados a sus fotógrafos recorren otro tipo de paisajes. Michael Nichols expone sus grandes formatos sobre los árboles más altos del mundo y el veterano William Albert Allard muestra sus retratos de anónimos de colores cálidos y saturados.
Esta nueva edición también abre espacios a los fotógrafos jóvenes: casi una decena de los seleccionados rondan la treintena. Entre ellos, el francés Corentin Fohlen, de 28 años, ganador del sustancioso premio al fotoperiodista joven que concede cada año este certamen, que presenta dos series sobre el terremoto en Port-au-Prince y la revuelta en Bangkok. "Elegí este oficio porque tenía una visión algo romántica del fotoperiodismo, aunque luego no siempre corresponde con la realidad. Para salir adelante, tienes que poner mucho de tu parte", confiesa.
Fohlen subvenciona sus proyectos de su bolsillo, pero gracias a su esfuerzo y pasión ha conseguido publicar en medios como Time o Le Monde. Olivier Laban-Mattei, de 33 años, acaba de dejar la agencia France Presse para trabajar con más libertad y más tiempo. Reputado por sus imágenes de la campaña presidencial de Nicolas Sarkozy, hoy recorre el mundo en dirección a los conflictos más sangrientos, como demuestra su exposición en Perpiñán, donde recorre Gaza, Georgia, Birmania e Irán. Otra de las revelaciones del festival podría ser Tomas van Houtryve, belga de 35 años, con un impresionante trabajo sobre la vida en los reductos comunistas que persisten en el mundo: Cuba, Corea del Norte, Moldavia, China, Nepal, Vietnam y Laos. "Me interesaba la contradicción entre la visión nostálgica con la que algunos ciudadanos de países capitalistas observan a los estados comunistas y la realidad cotidiana que se vive en ellos, a menudo marcada por los totalitarismos", dice el fotógrafo desde Pakistán, donde trabaja estos días en un nuevo encargo.
La única debutante presentada en esta edición se llama Andrea Star Reese. La curiosidad es que ya suma 59 años. Sintió la vocación de forma tardía, pero ha conseguido despuntar gracias a The Urban Cave, una serie sobre los sin techo que ya ha dado mucho que hablar. El secreto de su éxito: "Tener voluntad y paciencia, así como crear una conexión emocional con la gente a la que retratas", apunta desde su estudio en Nueva York. Su descubrimiento es un motivo de orgullo para Leroy, que sostiene que, mientras sigan llegando fotógrafos del mismo planeta que Reese, el futuro del festival no peligrará. Ni tampoco el de toda la profesión. "Siempre existirá un público compuesto por gente responsable que querrá observar estas imágenes. Mi combate no es quijotesco. Soy un tipo que intenta comprender el mundo en el que vive, que se pregunta cómo es posible que existan multimillonarios mientras otros se mueren de hambre. Este festival está pensado para la gente como yo", concluye el director.
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