venres, 24 de setembro de 2010

Flamenco contra franco


Corruco de Algeciras, Ramón Perelló o El Chato de las Ventas fueron algunos de los fandangueros rebeldes que lucharon contra el dictador con las armas y con su voz
JESÚS MIGUEL MARCOS MADRID 18/09/2010
Vivían como podían. Trabajando de día y cantando de noche, siempre para los señoritos. Esperaban a la puerta de la venta, por si al terrateniente le daba por animar la fiesta con cante jondo. A veces ni les pagaban y volvían con los bolsillos vacíos a su casa. La del Bizco Amate estaba debajo de un puente y cada poco lo detenían por vagabundo. Daba igual que fuera o no el ladrón. En la posguerra, el cantaor era el culpable. Las opciones del Bizco eran la celda o el puente, así que quizás lo mismo daba. En sus frecuentes visitas a la trena escribió algunos de sus fandangos más populares: "Me lo cogen y me lo prenden / al que roba pa sus niños. / Y al que roba muchos miles / no lo encuentran ni los duendes / ni tampoco los civiles". Cante protesta para denunciar los abusos de los poderosos. Los cantaores eran pobres, pero no ciegos: "La mentira y la verdad / se enfrentaron en la Audiencia. / La verdad salió perdiendo / y la mentira ganó. / En el reino no hay gobierno", entonaba el Bizco Amate.
Este rebelde fandanguero sevillano es uno de los protagonistas de Historia social del flamenco (Península), un libro en el que el crítico Alfredo Grimaldos cuenta con pasión y detalle las peripecias vitales de los principales cantaores desde el siglo XIX. La obra hace un riguroso recorrido desde la llegada de los gitanos a Andalucía en el siglo XV hasta el apogeo del flamenco en Madrid en las últimas tres décadas, prestando especial atención a los convulsos años de la República, la Guerra Civil y la miserable posguerra.
En la década de los treinta y cuarenta, el flamenco seguía siendo un arte marginal, reducido a zonas muy concretas de la Andalucía baja, principalmente de Triana a Cádiz. "Incluso dentro de Andalucía era muy poco conocido y en muchos momentos desdeñado, vinculado a la mala vida, la noche, el alcohol y los prostíbulos. El flamenco era cosa de gitanos, algunos andaluces vinculados a ellos y poco más", explica José Manuel Caballero Bonald, que escribe el prólogo del libro de Grimaldos. Caballero Bonald alumbró en los años sesenta el Archivo del cante flamenco con grabaciones de campo de los grandes cantaores de la primera mitad del siglo XX, algunos de los cuales vivían apartados del mundo del cante. La posguerra fue, precisamente, el punto de inflexión de la marginación del género, que a partir de los cincuenta comenzó a gozar del prestigio que hoy tiene.
Antes, el flamenco no se mantuvo ajeno a los acontecimientos sociales y políticos de la época de la República. El 12 de diciembre de 1930, los militares Fermín Galán y Ángel García Hernández se levantaron en Jaca contra la monarquía borbónica. Fracasaron y dos días después fueron ejecutados. El mismo Galán dio la orden de fuego al pelotón de fusilamiento y se desplomó al grito de "¡Viva la República!". El sevillano Manuel Vallejo cantó aquella gesta por fandangos: "Por la libertá de España / murió Hernández, y Galán. / Un minuto de silencio / por los que ya en gloria están, / suplico en estos momentos".
Vallejo conoció en uno de sus viajes a una joven promesa: Corruco de Algeciras. José Ruiz Arroyo, su nombre de pila, fue uno de los grandes cantaores payos de esa época. Nacido en La Línea de la Concepción en 1910, desde joven combinó sabiamente la ortodoxia y la innovación. En la década de los treinta grabó varios discos y fue de los pocos cantaores en alcanzar cierta popularidad. Él también cantó por los mártires de Jaca: "Lleva una franja morá, / triunfante nuestra bandera, / lleva una franja morá, / la conquistó España entera: / por Hernández y Galán / rompió España sus cadenas". Corruco se apropió del fandango de una manera extremadamente personal, lo que le convirtió en una de las principales figuras del cante y le llevó a actuar en Barcelona, Madrid y Talavera de la Reina en la época de la Ópera Flamenca. El 11 de abril de 1938, cuando combatía contra el avance de las tropas de Franco a través del Ebro, una bala acabó con su vida. Tenía 28 años y lo enterraron a pocos kilómetros de allí, en el cementerio de Balaguer (Lleida).
Otro ferviente republicano fue El Chato de las Ventas, cantaor madrileño, tornero y simpatizante del Partido Comunista. Sus malagueñas y colombianas trataban cuestiones políticas de la época. El Chato, que cantaba los sábados en el puente de Ventas, murió en la contienda civil. "Sobre su muerte durante la guerra hay dos versiones. En una de ellas se dice que murió de un ataque al corazón cuando iba a ser fusilado. En otra, la que siempre circuló por el barrio de Ventas, se asegura que, efectivamente, fue fusilado por los fascistas tras haber caído prisionero en el frente de Extremadura", relata Grimaldos en su libro.
El cante de la guerra
Juanito Valderrama también tuvo que compaginar el arte del cante y el de la guerra. Comenzó en su tierra, Jaén, "cavando trincheras en un batallón de fortificaciones; después, en el frente de Alcaduete, y por fin, en una compañía artística que daba actuaciones para los combatientes republicanos", cuenta Grimaldos.
Farruco: "Yo no sé ni leer ni escribir, pero he dado la vuelta al mundo"
En la posguerra los cantaores se dedicaron a sobrevivir. Los más significados políticamente lo tuvieron especialmente difícil, como Ramón Perelló, "que era lo que entonces se decía un rojo", cuenta Juanito Valderrama en sus memorias. Perelló, autor de una de las canciones más oídas durante la guerra, Mi jaca, luchó contra Franco e ingresó como preso político en el penal de El Puerto de Santa María al terminar la guerra. Consiguió la libertad condicional y se trasladó a Madrid, donde nadie quería contratarle ni trabajar con él. "Con tanta influencia de la Falange en las cosas del espectáculo, con la censura tan férrea, no se atrevía nadie a estrenarle a Ramón Perelló por temor a [las] represalias", escribe Valderrama.
Uno de los temas más recurridos de los cantaores republicanos era su desprecio por el dinero y el enriquecimiento desmedido. El Carbonerillo, un cantaor de altura que también murió durante la contienda, grabó: "Maldito sea el dinero / y el hombre que lo inventó, / que aunque sea usté un caballero / y le sobre razón, / lo que impera es el dinero".
Las letras flamencas reflejaban el espíritu obrero y conectaban directamente con las de los esclavos negros de EEUU, que basaban sus cantos en la dureza del trabajo. Los cantaores se buscaban la vida actuando en ventas y trabajando en el campo. Se levantaban a las cinco de la mañana para estar en los campos antes de las ocho, normalmente los siete días a la semana, comiendo garbanzos a palo seco y con misa obligatoria. Por eso luego Manuel de Paula, gitano de Lebrija, cantaba cosas como "Mare, llévame al colegio, / a educarme la memoria, / mira que no quiero soñar / con el burro de la noria. / Campesino del arao, / buena semilla será / la sangre que has derramao".
Jueces y guardias civiles
Según Grimaldos, "en las letras flamencas hay un poso de rebeldía, fruto de la persecución y la marginación. La Guardia Civil y la Justicia aparecen siempre amenazantes". El cante social que afloró en los años de la República tuvo uno de sus máximos exponentes en José Cepero, cuyo flamenco de calidad caló rápidamente entre los aficionados. El cantaor escribía sus letras: "A la mujer del minero / se le puede llamar viuda, / que se pasa el día entero / cavando su sepultura. / ¡Qué amargo gana el dinero!". Cepero, como Ramón Perelló, acabó pasando hambre después de la guerra.
Otros se exiliaron, como Miguel de Molina, que terminó en Argentina después de que un grupo de jóvenes de la Falange le diera una paliza tras una actuación en el teatro Cómico. Casi todos los cantaores que se mostraron abiertamente republicanos (Guerrita, Paco El Americano, Vallejo, Cepero, El Chato, Corruco) eran payos. "Más adelante, en la lucha contra el franquismo, ya habrá flamencos gitanos de renombre que se comprometerán claramente con su cante", señala Alfredo Grimaldos.
Como Antonio Mairena, el gran impulsor del flamenco a partir de los cuarenta. Republicano, gitano y cantaor, se tuvo que buscar la vida en fiestas de señoritos que presumían de camisas azules. Una noche, uno de ellos sacó un pistolón, lo puso encima de la mesa y le ordenó cantar el Cara al sol. "Yo estaba blanco, descompuesto, y lo canté", le contó Mairena a Grimaldos en uno de sus encuentros-entrevista. El sevillano luchó toda su vida por la dignificación del flamenco.

Tres héroes del flamenco del siglo XX
TÍO BORRICO. EL JORNALERO
"Si Tío Borrico levantara la cabeza y viera lo que cobra hoy un artista, se daría chocazos", decía en 2006 Luis El zambo en una entrevista con Flamenco-world'. Tío Borrico, uno de los cantaores jerezanos más carismáticos de posguerra, alternaba el cante con el trabajo en el campo. "Yo lo mismo estaba una temporá de artista que iba después al campo con mi pare cuando le salía una manijería. [] Y me recuerdo que estaban en el cortijo La Sierra, cogiendo semillas, mira qué gente: Rafael El carabinero, La Piriñaca y yo", le contaba el cantaor a José Luis Ortiz Nuevo, que en 1984 publicó una biografía suya.
ANTONIO EL ARENERO. EL INDEPENDIENTE
El Arenero, carpintero en Sevilla, fue uno de los grandes conocedores de las soleares de Triana. Siempre fue reacio a cantar en ventas y prefería vivir de su empleo. Se reservaba el cante para sus amigos. "Hace años, el alcalde y el gobernador, que estaban en la piscina, querían oírme y mandaron a un tonto para que me avisara. [] Yo le contesté: Pues mira, vete y di al alcalde y al gobernador que si quieren escuchar cante, que se compren un grillo'. Lo que a mí me hace falta para cantar bien es estar a gusto, en mi ambiente", le dijo el Arenero al autor de Historia social del flamenco'.
JUAN TALEGA. EL AFICIONADO
Nunca fue profesional ni lo quiso , lo que no impidió que se le considere uno de los grandes cantaores del siglo XX. "Yo sabía de él sólo por los discos. Es el que más me ha gustado; compraba todo lo que él había grabado cuando yo no tenía todavía ni tocadiscos", dice en el libro Rancapino. La última vez que Talega cantó fue para el programa Rito y geografía del cante', una serie deTVE que incluyó cien capítulos de media hora.

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