Corruco de Algeciras, Ramón Perelló o El Chato de las
Ventas fueron algunos de los fandangueros rebeldes que lucharon contra el
dictador con las armas y con su voz
JESÚS MIGUEL MARCOS MADRID 18/09/2010
Vivían como podían. Trabajando de día y cantando de noche, siempre para
los señoritos. Esperaban a la puerta de la venta, por si al terrateniente le
daba por animar la fiesta con cante jondo. A veces ni les pagaban y volvían con
los bolsillos vacíos a su casa. La del Bizco Amate estaba debajo de un puente y
cada poco lo detenían por vagabundo. Daba igual que fuera o no el ladrón. En la
posguerra, el cantaor era el culpable. Las opciones del Bizco eran la celda o
el puente, así que quizás lo mismo daba. En sus frecuentes visitas a la trena
escribió algunos de sus fandangos más populares: "Me lo cogen y me lo
prenden / al que roba pa sus niños. / Y al que roba muchos miles / no lo
encuentran ni los duendes / ni tampoco los civiles". Cante protesta
para denunciar los abusos de los poderosos. Los cantaores eran pobres, pero no
ciegos: "La mentira y la verdad / se enfrentaron en la Audiencia. / La
verdad salió perdiendo / y la mentira ganó. / En el reino no hay
gobierno", entonaba el Bizco Amate.
Este rebelde fandanguero sevillano es uno de los protagonistas de Historia
social del flamenco (Península), un libro en el que el crítico Alfredo Grimaldos
cuenta con pasión y detalle las peripecias vitales de los principales cantaores
desde el siglo XIX. La obra hace un riguroso recorrido desde la llegada de los
gitanos a Andalucía en el siglo XV hasta el apogeo del flamenco en Madrid en
las últimas tres décadas, prestando especial atención a los convulsos años de
la República, la Guerra Civil y la miserable posguerra.
En la década de los treinta y cuarenta, el flamenco seguía siendo un
arte marginal, reducido a zonas muy concretas de la Andalucía baja,
principalmente de Triana a Cádiz. "Incluso dentro de Andalucía era muy
poco conocido y en muchos momentos desdeñado, vinculado a la mala vida, la
noche, el alcohol y los prostíbulos. El flamenco era cosa de gitanos, algunos
andaluces vinculados a ellos y poco más", explica José Manuel Caballero
Bonald, que escribe el prólogo del libro de Grimaldos. Caballero Bonald alumbró
en los años sesenta el Archivo del cante flamenco con grabaciones de
campo de los grandes cantaores de la primera mitad del siglo XX, algunos de los
cuales vivían apartados del mundo del cante. La posguerra fue, precisamente,
el punto de inflexión de la marginación del género, que a partir de los
cincuenta comenzó a gozar del prestigio que hoy tiene.
Antes, el flamenco no se mantuvo ajeno a los acontecimientos sociales y
políticos de la época de la República. El 12 de diciembre de 1930, los
militares Fermín Galán y Ángel García Hernández se levantaron en Jaca contra la
monarquía borbónica. Fracasaron y dos días después fueron ejecutados. El mismo
Galán dio la orden de fuego al pelotón de fusilamiento y se desplomó al grito
de "¡Viva la República!". El sevillano Manuel Vallejo cantó aquella
gesta por fandangos: "Por la libertá de España / murió Hernández, y Galán.
/ Un minuto de silencio / por los que ya en gloria están, / suplico en estos
momentos".
Vallejo conoció en uno de sus viajes a una joven promesa: Corruco de
Algeciras. José Ruiz Arroyo, su nombre de pila, fue uno de los grandes
cantaores payos de esa época. Nacido en La Línea de la Concepción en 1910,
desde joven combinó sabiamente la ortodoxia y la innovación. En la década de
los treinta grabó varios discos y fue de los pocos cantaores en alcanzar cierta
popularidad. Él también cantó por los mártires de Jaca: "Lleva una
franja morá, / triunfante nuestra bandera, / lleva una franja morá, / la
conquistó España entera: / por Hernández y Galán / rompió España sus
cadenas". Corruco se apropió del fandango de una manera extremadamente
personal, lo que le convirtió en una de las principales figuras del cante y le
llevó a actuar en Barcelona, Madrid y Talavera de la Reina en la época de la
Ópera Flamenca. El 11 de abril de 1938, cuando combatía contra el avance de las
tropas de Franco a través del Ebro, una bala acabó con su vida. Tenía 28 años y
lo enterraron a pocos kilómetros de allí, en el cementerio de Balaguer
(Lleida).
Otro ferviente republicano fue El Chato de las Ventas, cantaor
madrileño, tornero y simpatizante del Partido Comunista. Sus malagueñas y
colombianas trataban cuestiones políticas de la época. El Chato, que cantaba
los sábados en el puente de Ventas, murió en la contienda civil. "Sobre su
muerte durante la guerra hay dos versiones. En una de ellas se dice que murió
de un ataque al corazón cuando iba a ser fusilado. En otra, la que siempre
circuló por el barrio de Ventas, se asegura que, efectivamente, fue fusilado
por los fascistas tras haber caído prisionero en el frente de
Extremadura", relata Grimaldos en su libro.
El
cante de la guerra
Juanito Valderrama también tuvo que compaginar el arte del cante y el de
la guerra. Comenzó en su tierra, Jaén, "cavando trincheras en un batallón
de fortificaciones; después, en el frente de Alcaduete, y por fin, en una
compañía artística que daba actuaciones para los combatientes
republicanos", cuenta Grimaldos.
Farruco: "Yo no sé ni leer ni escribir, pero
he dado la vuelta al mundo"
En la posguerra los cantaores se dedicaron a sobrevivir. Los más
significados políticamente lo tuvieron especialmente difícil, como Ramón
Perelló, "que era lo que entonces se decía un rojo", cuenta
Juanito Valderrama en sus memorias. Perelló, autor de una de las canciones más
oídas durante la guerra, Mi jaca, luchó contra Franco e ingresó como
preso político en el penal de El Puerto de Santa María al terminar la guerra.
Consiguió la libertad condicional y se trasladó a Madrid, donde nadie quería
contratarle ni trabajar con él. "Con tanta influencia de la Falange en las
cosas del espectáculo, con la censura tan férrea, no se atrevía nadie a
estrenarle a Ramón Perelló por temor a [las] represalias", escribe
Valderrama.
Uno de los temas más recurridos de los cantaores republicanos era su
desprecio por el dinero y el enriquecimiento desmedido. El Carbonerillo, un
cantaor de altura que también murió durante la contienda, grabó: "Maldito
sea el dinero / y el hombre que lo inventó, / que aunque sea usté un caballero /
y le sobre razón, / lo que impera es el dinero".
Las letras flamencas reflejaban el espíritu obrero y conectaban
directamente con las de los esclavos negros de EEUU, que basaban sus cantos en
la dureza del trabajo. Los cantaores se buscaban la vida actuando en ventas y
trabajando en el campo. Se levantaban a las cinco de la mañana para estar en
los campos antes de las ocho, normalmente los siete días a la semana, comiendo
garbanzos a palo seco y con misa obligatoria. Por eso luego Manuel de
Paula, gitano de Lebrija, cantaba cosas como "Mare, llévame al colegio, /
a educarme la memoria, / mira que no quiero soñar / con el burro de la noria. /
Campesino del arao, / buena semilla será / la sangre que has derramao".
Jueces
y guardias civiles
Según Grimaldos, "en las letras flamencas hay un poso de rebeldía,
fruto de la persecución y la marginación. La Guardia Civil y la Justicia
aparecen siempre amenazantes". El cante social que afloró en los años de
la República tuvo uno de sus máximos exponentes en José Cepero, cuyo flamenco
de calidad caló rápidamente entre los aficionados. El cantaor escribía sus
letras: "A la mujer del minero / se le puede llamar viuda, / que se pasa
el día entero / cavando su sepultura. / ¡Qué amargo gana el dinero!".
Cepero, como Ramón Perelló, acabó pasando hambre después de la guerra.
Otros se exiliaron, como Miguel de Molina, que terminó en Argentina
después de que un grupo de jóvenes de la Falange le diera una paliza tras
una actuación en el teatro Cómico. Casi todos los cantaores que se mostraron
abiertamente republicanos (Guerrita, Paco El Americano, Vallejo, Cepero, El
Chato, Corruco) eran payos. "Más adelante, en la lucha contra el
franquismo, ya habrá flamencos gitanos de renombre que se comprometerán
claramente con su cante", señala Alfredo Grimaldos.
Como Antonio Mairena, el gran impulsor del flamenco a partir de los
cuarenta. Republicano, gitano y cantaor, se tuvo que buscar la vida en fiestas
de señoritos que presumían de camisas azules. Una noche, uno de ellos sacó un
pistolón, lo puso encima de la mesa y le ordenó cantar el Cara al sol.
"Yo estaba blanco, descompuesto, y lo canté", le contó Mairena a
Grimaldos en uno de sus encuentros-entrevista. El sevillano luchó toda su vida
por la dignificación del flamenco.
Tres
héroes del flamenco del siglo XX
TÍO BORRICO. EL JORNALERO
"Si Tío Borrico levantara la cabeza y viera lo que cobra hoy un
artista, se daría chocazos", decía en 2006 Luis El zambo en una entrevista
con Flamenco-world'. Tío Borrico, uno de los cantaores jerezanos más carismáticos
de posguerra, alternaba el cante con el trabajo en el campo. "Yo lo mismo
estaba una temporá de artista que iba después al campo con mi pare cuando le
salía una manijería. [] Y me recuerdo que estaban en el cortijo La Sierra,
cogiendo semillas, mira qué gente: Rafael El carabinero, La Piriñaca y
yo", le contaba el cantaor a José Luis Ortiz Nuevo, que en 1984 publicó
una biografía suya.
ANTONIO EL ARENERO. EL INDEPENDIENTE
El Arenero, carpintero en Sevilla, fue uno de los grandes conocedores de
las soleares de Triana. Siempre fue reacio a cantar en ventas y prefería vivir
de su empleo. Se reservaba el cante para sus amigos. "Hace años, el
alcalde y el gobernador, que estaban en la piscina, querían oírme y mandaron a
un tonto para que me avisara. [] Yo le contesté: Pues mira, vete y di al
alcalde y al gobernador que si quieren escuchar cante, que se compren un
grillo'. Lo que a mí me hace falta para cantar bien es estar a gusto, en mi
ambiente", le dijo el Arenero al autor de Historia social del flamenco'.
JUAN TALEGA. EL AFICIONADO
Nunca fue profesional ni lo quiso , lo que no impidió que se le
considere uno de los grandes cantaores del siglo XX. "Yo sabía de él sólo
por los discos. Es el que más me ha gustado; compraba todo lo que él había
grabado cuando yo no tenía todavía ni tocadiscos", dice en el libro
Rancapino. La última vez que Talega cantó fue para el programa Rito y geografía
del cante', una serie deTVE que incluyó cien capítulos de media hora.
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