mércores, 8 de setembro de 2010

Ponerse en la piel del otro


JAVIER VALENZUELA
BABELIA - 04-09-2010

Hubert Haddad nació en Túnez en 1947, en el seno de una de esas familias judías de raíz bereber asentadas secularmente en el Magreb y arabizadas con el tiempo. Trasladado desde muy niño a París, creció escuchando los dos lados de la historia más dramática de nuestro tiempo: alguna de la gente a la que quería hablaba con entusiasmo del nacimiento del Estado de Israel en una tierra bíblica de leche y miel; otra lloraba amargamente la pérdida de un país de almendros y olivos llamado Palestina.

Como su nueva familia, Cham, el israelí que ha pasado al otro lado del espejo, sufre en sus propias carnes el tormento de la ocupación. Cisjordania está repleta de colonos israelíes y erizada de vallas, barreras, muros y puestos militares: "Si tuviera la fuerza suficiente como para subir a la cima de la colina, ante sus ojos se extendería un paisaje de despojos esparcidos, como manchas de leopardo; una perspectiva de los territorios perdidos, recluidos tras absurdos deslindes de hormigón y alambradas, apenas decenas de kilómetros de un país sitiado de lado a lado por cada uno de los cuatro costados del horizonte". Los controles de identidad son tan frecuentes como humillantes: "¡Soltadlo!, ordenó el suboficial tras echar un rápido vistazo a los papeles. Ya está bien por hoy. No nos queda espacio para enchironar a nadie más". Y las viviendas palestinas saltan por los aires: "¿Una mujer y un gato en el interior? Les puedo asegurar que registramos minuciosamente la casa antes de proceder a la destrucción".

Si un gentil hace el ejercicio de Haddad es estigmatizado de oficio como "antisemita" y "cómplice del Holocausto" por los funcionarios a sueldo del Gobierno israelí. Si el que hace el ejercicio es un judío, como Hubert Haddad, le llueve la acusación de "odiarse a sí mismo". Y sin embargo, David Grossman y otros pensadores israelíes llevan años señalando que el principal problema moral de Israel es, precisamente, el estar perdiendo la capacidad de empatía. En febrero de 2008 Grossman escribió: "Carecemos de compasión. No nos compadecemos de nosotros mismos y mucho menos de los demás". Y en agosto de 2006, en un inolvidable artículo sobre la muerte de su hijo Uri en una nueva guerra en Líbano, añadió: "Porque en nuestro mundo loco, cruel y cínico, no es cool tener valores. O ser humanista. O sensible al malestar de los otros, aunque esos otros fueran el enemigo en el campo de batalla. Pero de Uri aprendí que se puede y se debe ser todo eso a la vez. Que debemos defendernos, sin duda, pero en los dos sentidos: defender nuestra vida y también empeñarnos en proteger nuestra alma".

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