El museo de Edison de Nueva Jersey desvela la hasta ahora
única grabación de la voz del mariscal, que entona la primera estrofa del himno
francés
JUAN GÓMEZ
Berlin 1 FEB 2012 - 08:37 CET
Nadie esperaba ya poder oír la voz de Bismarck, el canciller que unificó
los Estados alemanes en 1871. Menos aún escuchar al viejo aristócrata recitando
la primera estrofa de La Marsellesa, el himno del país al que había
declarado la guerra en 1870. Cuando apenas le quedaban unos meses en la
cancillería del Imperio alemán, Bismarck (1815-1898) recibió en su palacio de
Friedrichsruh a Theodor Wangemann, enviado a Europa por el inventor Thomas Alva
Edison. Wangemann quería promocionar el fonógrafo en Alemania grabando las
voces de sus prohombres más célebres: Bismarck, el mariscal Helmuth von Moltke
y el flamante káiser Guillermo II. Las de Bismarck y Moltke quedaron
registradas en varios cilindros de cera que se creyeron perdidos hasta esta
semana. El museo de Edison en
Nueva Jersey ha desvelado ahora la única
grabación de la voz de Bismarck. La voz de su mariscal de campo
Moltke tiene un interés añadido: no quedan grabaciones de nadie nacido antes
que él, que vino al mundo en 1800, en plenas guerras napoleónicas.
La grabación de Bismarck parece desmentir, además, algunas sátiras de la
época que se mofaban de su voz atiplada y “feminoide”. Las biografías del
canciller señalan que fue un “orador deficiente”, incapaz de dar solemnidad a
sus discursos. La voz del cilindro parece, sin embargo, firme y masculina.
Quizá las críticas a su timbre eran sólo infamias contra el poderoso dirigente.
O tal vez, sabiendo que la cera de Edison lo inmortalizaba, Bismarck impostó
una voz mejor modulada de lo habitual. Tampoco se sabe por qué eligió la
Marsellesa: ¿Se burlaba del archienemigo francés? ¿De los revolucionarios? ¿O,
tal vez, le gustaba la canción?
Los periódicos de la época y hasta una carta de la princesa Johanna von
Bismarck dan fe del entusiasmo que el fonógrafo despertó en el Canciller de
Hierro. Más ambigua era la admiración tecnológica del viejo conde de Moltke,
que recita versos del Fausto en los que Goethe cuestiona los avances
científicos. Pero Moltke, maestro de la estrategia bélica curtido en cien
batallas sangrientas, traiciona ante
el fonógrafo el mote por el que era conocido. “El gran taciturno”
comienza la toma con un particular Elogio del Fonógrafo. “La más
reciente invención del señor Edison es de veras admirable”. El casi nonagenario
Moltke se equivoca al nombrar el aparato, al que llama “teléfono”. Pero a la
segunda atina y concluye que “el fonógrafo permite que un hombre que yace desde
hace mucho en la tumba levante otra vez su voz y salude al presente”. Nos
podemos dar por saludados por el héroe de Sedán, que lleva en la tumba desde
1891.
La unificación de Alemania debió casi tanto al genio bélico de Moltke como
a la implacable Realpolitik de Bismarck. La grabación del canciller
concluye con lo que algunos historiadores consideran una broma dirigida a su
hijo. Le recomienda que no trabaje demasiado y que no coma ni beba
desproporcionadamente. El propio Bismarck era un gran glotón con fama de adicto
al trabajo. También recita sendas estrofas iniciales de La Marsellesa y
del himno universitario Gaudeamus igitur, así como los primeros versos
de un poema de Ludwig Uhland. La grabación comienza con el arranque de la
canción estadounidense In Good Old Colony Times. Probablemente un
homenaje a Edison.
Los cilindros de cera fueron hallados ya en 1957, dentro
de una caja de madera que Edison guardaba cerca de la cama donde echaba la
siesta entre invento e invento. Los conservadores del museo Edison los
mantuvieron en buen estado, pero minusvaloraron su contenido: un hombre con acento
alemán recitando versos en inglés casi inaudibles por los ruidos del cilindro.
Pero en 2011, un experto del museo contactó con historiadores alemanes para
buscar el origen de la grabación. Los expertos conocían ya el sonido original
del piano de Johannes Brahms inmortalizado por Wangemann, que fue el primer
ingeniero de sonido de la historia. Pero han tardaron en percatarse de que
escuchaban a Bismarck y a Moltke saludando al presente.
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