Un filme rescata la figura del cura anticomunista Jerzy
Popieluszko, asesinado por la policía política
Adam Woronowicz, era un inocente colegial polaco cuando varios agentes de
la policía política secuestraron al sacerdote Jerzy Popieluszko y lo lanzaron
al Vístula atado a un saco de piedras después de torturarlo brutalmente. Corría
el mes de octubre de 1984, y el asesinato del cura y combativo defensor del
entonces prohibido sindicato Solidaridad conmovió el alma de Polonia y supuso
un duro revés para el régimen, que cayó cinco años después. “Yo tenía 11 años y
recuerdo perfectamente que jugaba al futbol con otros niños cuando vi pasar una
multitud acompañando el féretro”, afirma Woronowicz. “Aquello era algo muy
grande, pero entonces no sabía que el sistema comunista podía desaparecer…”.
El protagonista de Popieluszko. La
libertad está en nosotros admite que “no fue cosa fácil” dar
vida a un personaje como el sacerdote anticomunista, un verdadero mito en su
país y símbolo de la lucha contra el régimen y de la causa de la libertad. “No
queríamos hacer de Popieluszko un héroe de cartón piedra; él era un hombre que
tenía dudas y defectos, como la vanidad, pero que supo superarlos y dominar sus
miedos, y se convirtió en un ejemplo”, dice el director de la película, Rafal Wieczynski, que
tardó cinco años en hacer la investigación y reconstruir los hechos y dos más
para hacer el guion.
El filme
-que se estrena en España el viernes 27 de enero, después de que en su país la
hayan visto más de un millón de personas- comienza con imágenes de la primera
visita que realizó a Polonia Karol Wojtyla después de ser nombrado Papa, en
1979, y concluye con Juan Pablo II arrodillado ante la tumba de Popieluszko,
cuando visitó la parroquia de San Estanislao de Kostka en 1987.
Entre esos dos momentos, se cuenta la historia y evolución personal de
Popieluszko desde que en el verano de 1980, casi por casualidad, le tocó ir a
una fábrica tomada por huelguistas y ofició su primera misa para los obreros
atrincherados de Solidaridad -semilla de lo que se convertiría en el poderoso
movimiento popular que acabó por desgastar al régimen totalitario-, hasta que
fue secuestrado por tres oficiales del Ministerio del Interior y asesinado el
19 de octubre de 1984.
Como telón de fondo están los acontecimientos que rodearon el nacimiento y
las luchas del primer sindicato independiente de los países de la Europa del
Este, la declaración de la ley marcial con la que el régimen quiso aplastar a
Solidaridad, y por supuesto el papel que jugó la Iglesia Católica y el Papa en
el cambio de Polonia. Una historia fascinante y llena de luces, también de
abundantes sombras, que ha tardado 25 años en llevarse al cine, algo chocante.
Wieczynski tiene una teoría. “Quizás para la generación que participó
directamente en los hechos era más difícil tratar las cosas con la necesaria
distancia. Nosotros fuimos observadores, y al abordar el proyecto no tuvimos la
sensación de que podíamos insultar a alguien, ni miedo a los reproches de los
protagonistas. Pero lo cierto es que hasta ahora nadie había hecho la
película”.
Cuando mataron a Popieluszko, Rafal Wieczynski tenía 16 años. Asistió como boy
scout a su gigantesco funeral en Varsovia, en el que participaron más de
250.000 personas, y recuerda el impacto que supuso para él. “Mientras caminaba
por las calles de regreso a casa empecé a preguntarme si yo hubiera sido capaz
de sacrificarme por mis ideas, por mi país, como hizo él… fue mi iniciación en
la vida consciente del ciudadano”.
Popieluszko –beatificado recientemente por Benedicto XVI- se convirtió de
inmediato en un mártir y en referente para toda una generación de polacos. Ivon
Zielinska, que trabaja en Madrid en el Instituto Polaco de Cultura y nos sirve
de traductora, asegura que como todos los polacos de aquella generación tiene
grabado en la memoria el juicio a los asesinos de Popieluszko, durante el cual
se proyecto un video con las imágenes del momento en que el cuerpo del cura era
rescatado del Vístula. “Fue un trauma nacional”.
Popieluszko y otros como él contribuyeron a que los
polacos pudieran vivir en dos sistemas, admite Adam Woronowicz. “Pero si el
socialismo era un gran fraude, el capitalismo también fue un engaño para mucha
gente en Polonia”, dice, al criticar que hoy en Polonia importa más el dinero
que las personas. La diferencia “básica”, asegura el director, es que en el
socialismo no se permite el desarrollo del individuo, y ahora, pese a las
injusticias, existe la libertad individual. Y amén.
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