El empeño de una mujer lleva a juicio a una mafia en Argentina
y muestra una realidad oculta
Trimarco investigó 10 años el secuestro de su hija y se
infiltró en los burdeles
ALEJANDRO
REBOSSIO Buenos Aires 16 FEB 2012 -
20:15 CET
Susana Trimarco era una funcionaria en Tucumán, casada y con dos hijos. Su
vida cambió hace casi 10 años cuando su hija María de los Ángeles Verón, de 23
años y con una niña de tres, fue secuestrada en plena calle. Trimarco se
encontró con la inoperancia policial a la hora de buscar a Marita, como llamaba
a su hija. Se puso a investigar, y descubrió el mundo de las redes de trata con
fines de explotación sexual en Argentina. En su lucha, la madre llegó a
disfrazarse de prostituta para averiguar en los burdeles. Así supo que Marita
tuvo otro bebé de uno de sus captores.
Acompañada por una monja del colegio de su hija, Trimarco organizó
manifestaciones para exigir su reaparición. El asunto cobró alcance nacional y
los medios descubrieron una nueva realidad: las esclavas sexuales en Argentina.
El Congreso reaccionó sancionando una ley contra la trata en 2007. Hubo un
momento en que amplió sus pesquisas a Europa. La embajada española apoyó la
búsqueda de Trimarco cuando la mujer aportó informaciones que avalaban la tesis
de que su hija estaba en España, a donde viajó en su busca en 2009.
Trimarco creó una fundación para rescatar a mujeres de este flagelo. Ya
recuperó a cerca de dos centenares, pero aún no a su hija. No está sola: su
marido murió, pero tiene a su nieta, la hija de Marita, de 13 años. Esta madre
coraje ha atraído la atención de muchos de sus compatriotas porque es la
primera en declarar en el juicio que se está celebrando en San Miguel de
Tucumán contra 13 imputados, ocho varones y cinco mujeres, por el secuestro de
su hija. “No sabe el sufrimiento que es saber que la violaron, la apuñalaron y
la obligaron a tener un hijo”, dijo al tribunal. Cree que debería haber “muchos
más” acusados, incluidos un expresidente e integrante de la barra brava del
club de fútbol local San Martín, Rubén Ale. Se trata del primer juicio contra
las redes de trata en Argentina.
Una de las acusadas, Daniela Milhein, admitió ante el tribunal que Ale la
inició en la prostitución a los 16 años. Relató aquellos comienzos: “Un día ahí
es que no termina el día, porque se trabaja las 24 horas, así tengas el periodo
o estés enferma”.
Más de 600 mujeres se encuentran desaparecidas en Argentina y se cree que
una buena parte han sido captadas por redes para prostituirlas, según Fabiana
Túñez, directora general de la asociación civil La Casa del Encuentro, que
se dedica a la prevención de este delito. La mitad de ellas eran menores de
edad cuando desaparecieron. Las redes captan a las mujeres mediante secuestros
o engaños. A muchas las envían a España, México y Suiza, según fuentes
policiales. Las buscan según la demanda. Por ejemplo, jóvenes de clase media, y
por eso el año pasado hubo tres intentos frustrados de secuestros en la
Universidad de Buenos Aires.
Si la joven desaparece de un día para el otro, sin llevarse sus
pertenencias, y manda un mensaje de texto a su familia de que está bien, que no
la busquen y que ha encontrado trabajo en otra ciudad, entonces se sospecha que
fue víctima de una red de trata. La familia la llama al móvil: primero aparece
el contestador, pero después deja de funcionar. “Cuando las secuestran, primero
las tienen en ablande”. Se refiere Túñez a unos 10 o 15 días en los que
amenazan de muerte a ellas y a su familia, las golpean, las drogan y las
violan.
Las mujeres son vendidas a los prostíbulos locales o a una de las tres
principales redes de trata del mundo, las de México, Europa del Este o China,
por entre 12.000 y 26.000 euros. Después comienzan a ser prostituidas: cada
pase, como se denomina al coito, puede costar entre 5 y 175 euros. También son
usadas para vender droga a sus clientes. Las engañadas que se resisten a
prostituirse son sometidas al ablande o son asesinadas, lo que resulta ejemplar
para las demás. “Las chicas pueden entrar o salir del prostíbulo, pero no
pueden dejar de ir porque tienen deudas con sus dueños”, cuenta Núñez. “No las
dejan nunca solas y a veces la policía forma parte de la red”, advierte la
experta. Una mujer se había fugado con otras cuatro con la ayuda de un cliente
camionero, pero unos policías las devolvieron al encierro.
“Las familias de las víctimas hacen sus propias investigaciones y ven la
complicidad de las fuerzas de seguridad, la justicia, la política y los
clientes”, señala Túñez. Cuando Trimarco buscaba a su hija y encontraba algún
dato sobre un prostíbulo en el que podía estar su hija, la policía riojana lo
allanaba siempre horas después de que Verón fuera trasladada a otro club
nocturno, según testimonios de mujeres liberadas.
Las esclavas sexuales son alcoholizadas y drogadas para aguantar la tarea.
Así es que las que logran fugarse o son liberadas muchas veces deben luchar
contra la drogadicción y en general tardan cinco años en recuperarse y rehacer
sus vidas. El Ministerio de Justicia argentino afirma que en 2011 unas 1.597
mujeres fueron liberadas tanto de las redes de trata como del proxenetismo (son
los casos en que deben tributar a un chulo, pero se supone que son libres),
frente a las 569 de 2010. Un 90% de las prostitutas de Argentina son víctimas
de uno u otro delito, según Túñez.
La ley de trata no ha acabado con los prostíbulos ni con las redes de
tráfico de mujeres. “Caen los encargados, pero no los dueños, que suelen tener
varios, porque, si no, no les cierran los números”, cuenta Túñez.
Unas mujeres caían en la red mediante el secuestro,
y otras por engaños. Los reclutadores pasean por los barrios bajos y les
ofrecen a las jóvenes un empleo como asistenta, niñera, cuidadora de ancianos,
comerciante o copera en un prostíbulo. También timan a jóvenes de Paraguay y
República Dominicana para traerlas a Argentina, ya sea para quedarse aquí o
como escala previa a otro destino. A jóvenes argentinas de clase media les
mienten ofreciéndoles una carrera de modelo.
“El caso de Marita Verón mostró que mujeres de clase
media o media alta también podían caer engañadas”, cuenta Túnez, que añade que
en zonas pobres de Argentina algunas familias venden a sus hijas de 12 o 14
años para que supuestamente trabajen en otra provincia, pero desconocen que las
van a prostituir.
Primero las llevan a otra ciudad, las alojan en un
hostal y unos días después las venden. Ellas entonces quieren escapar, pero sus
captores aseguran que les deben los gastos del viaje, el alojamiento, la comida
y la vestimenta. Siempre les adeudan algo más. Además les aplican multas por
mal comportamiento.
“Nunca pagás porque te multan todo
el tiempo, dicen que hablaste con una doña, que le faltaste el respeto a un
cliente, que miraste mal al don. Te multan y te pegan”, testimonió en la
investigación previa al juicio sobre Marita Verón otra esclava sexual, Blanca
Vides, que planeaba fugarse con ella del burdel en el que eran explotadas en la
provincia argentina de La Rioja. Vides logró huir en noviembre de 2003, pero
justo a Verón se la llevaron con rumbo a España, según le contó la cocinera del
prostíbulo. La justicia no sabe si efectivamente cruzó el Atlántico.
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