Nueva York celebra el genio de Weegee con una selección
de sus míticas fotografías de sucesos
Las imágenes fueron tomadas entre 1935 y 1946
BARBARA CELIS
Nueva York 25 ENE 2012 - 15:10 CET
Fileira de sospeitosos no Xulgado, 1941 |
Nunca es tarde para dar el salto, cambiar de vida y además, dejar huella.
Weegee lo hizo con 36 años. Y las más de 20.000 fotografías que tomó a partir
de ese momento demuestran que no se equivocó. La exposición Weegee: Murder
is my Business (Weegee: El asesinato es mi negocio) que se inauguró el
viernes en el Centro Internacional de Fotografía de
Nueva York y podrá verse hasta septiembre, se centra en un centenar
de ellas, concretamente en una selección de las que tomó entre 1935 y 1946,
cuando decidió cambiar el cuarto oscuro en el que durante años se dedicó a
imprimir para otros por su propia aventura tras la cámara. Son las imágenes con
las que cinceló para la historia el turbio paisaje de crímenes y delincuentes
de las malas calles neoyorquinas, instantáneas con las que contribuyó a darle
caché artístico a un género, la incipiente fotografía sensacionalista, que gracias
a Weegee adquirió popularidad pero también respeto, aunque ha llovido mucho
desde entonces y hoy sea un arte más que cuestionable.
Pero la particular mirada de Weegee, cargada de teatralidad, hizo que
asesinatos sangrientos, policías agresivos con fedora y gabardina y
delincuentes magullados de medio pelo se transformaran bajo sus ojos en
retratos de una ciudad en la que sus habitantes, curioseando desde las
ventanas, o acercándose para jalear un arresto, humanizaban esas escenas y
cambiaban el centro de gravedad de lo que se contaba en ellas.
"Su interés por los espectadores de crímenes o de tragedias ciudadanas
construyeron un lenguaje propio que en última instancia sirvió para ofrecer un
retrato veraz de la era de la Depresión. Y aunque se le ha tachado de naive y
hay quien no ha querido tomarle en serio, sus fotos de esa época están a la
altura de la de muchos grandes de la fotografía documental, desde Robert Capa a
Walker Evans. Además, abrió una duda en el fotógrafo y el espectador, cómo
retratamos la muerte, y esa pregunta nos la seguimos haciendo" explicó a
este diario Brian Wallis, comisario de la muestra.
El título de la exposición es el mismo con el que el propio Weegee tituló
la que él realizó en 1941 para la Photo League, esa cooperativa de fotógrafos
neoyorquinos interesados en temas sociales y que agrupó a los mejores nombres
de aquella época, desde Berenice Abbott a Robert Frank. En la muestra también
pueden verse algunas de las fotografías de aquel grupo puesto que Wallis ha
querido contextualizar el trabajo de Weegee, mostrando desde los periódicos en
los que publicaba hasta la habitación en la que dormía. "Weegee vivía
enfrente del cuartel general de la policía, bebía en los mismos bares que los
agentes… Se dice que le sacó unas fotos al hijo de uno de los comandantes y a
partir de ahí se le abrieron todas las puertas y así conseguía llegar el
primero" explica Wallis. El comisario subraya que Weegee no se limitaba a
llegar y tomar la foto -3 o 4 como mucho- si no que "movía el sombrero de
un muerto o incluía ‘attrezzo’ en las escenas del crimen, algo que ha llevado a
algunos a cuestionarle aunque yo creo que es precisamente esa teatralidad lo
interesante de su trabajo".
Era una época periodísticamente muy diferente a la actual, en la que había
ocho tabloides en Nueva York –hoy hay cuatro diarios y sólo dos son tabloides-
que Weegee visitaba cada día tras imprimir múltiples copias de sus fotos y
llevarlas personalmente a cada periódico. "Lo hizo durante toda su
carrera, no permitió que otros manipularan sus negativos" aclara Wallis.
Con un gran sentido del humor no exento de cierto egocentrismo –firmaba Weegee,
el famoso-, aprendió a utilizar la cámara haciéndose autorretratos -el ICP
tiene más de 1500 en sus archivos-. Algunos pueden verse en la exposición,
entre ellos la serie en la que Weegee muestra los pasos a través del sistema
policial desde que un delincuente es arrestado hasta que se sienta frente al
juez. Esa serie fue publicada en la revista Life y le abrió las puertas de una
profesión que por aquel entonces pagaba 35 dólares "por dos
asesinatos", como reza una factura que le dio la misma revista y que él
decidió colgar en su habitación (al cambio, 430 euros de los de hoy, frente a
los 100 que con suerte se cobraría por esas dos fotos en la actualidad).
Su carrera se fue forjando además durante una época, la
de la prohibición, que vio la consolidación del crimen organizado. Weegee, que
como buen fotoperiodista sabía que había que tener amigos hasta en el infierno,
se codeó con miembros de El Sindicato y de Murder Inc, conoció bien a Lucky
Luciano o Bugsy Siegel, pero también a otros que no hicieron historia y que
también le avisaban de donde había que estar para llegar el primero a la escena
del crimen. Ellos contribuyeron amigablemente a hinchar ese curriculum
fotográfico del que a menudo presumía, fanfarroneando con la cifra de 5000
asesinatos, "cercana a la realidad" dice Wallis. Algunos de esos
asesinatos llegaron a exponerse en las paredes del MOMA en la década de los
cuarenta, junto a algunas de las imágenes que realizó para el diario PM, un
tabloide en el que, entre otras cosas, recogió escenas de la vida cotidiana en
Coney Island, que vivió sus años dorados por aquel entonces. Después Weegee
decidió dar el salto a Hollywood. Pero esa, es otra historia.
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