El relato de supervivientes permite reconstruir el
combate de 1804 entre España e Inglaterra en el que se hundió el tesoro que
recuperó Odyssey
Durante dos horas y cuarto, Pedro Afán de Ribera permaneció en el agua
sobrecogido, aferrado a un trozo de la proa con el único brazo posible, el
izquierdo, tras haber perdido el derecho en la explosión de la fragata Nuestra
Señora de las Mercedes. El navío acababa de irse a pique con un tesoro de
vidas (se salvaron apenas medio centenar de sus casi 300 tripulantes y
pasajeros) y haciendas, incluido medio millón de monedas de oro y plata que dos
siglos después extraería del fondo del mar una empresa de cazatesoros llamada
Odyssey.
Pedro Afán de Ribera ignoraba aún que era el único oficial que había
sobrevivido a la voladura de la fragata. Pero en esas horas aciagas del 5 de
octubre de 1804, mientras continuaba el combate entre cuatro embarcaciones inglesas
y la disminuida escuadra española frente al cabo de Santa María, a la altura de
la costa del Algarve, cuando ya avistaban la sierra portuguesa de Monchique, el
teniente de navío Pedro Afán de Ribera solo debió pensar que su vida se había
acabado.
El ataque inglés le sorprendió en el castillo de la cubierta pasadas las
9.30. Un solo cañonazo. Certero. En la diana: el corazón de la santabárbara, el
lugar donde se depositaba la pólvora del barco. La Mercedes voló por los
aires sin que sus 34 cañones hubieran siquiera abierto fuego.
La cruda crónica de lo ocurrido fue firmada por el propio Pedro Afán de
Ribera en una carta al rey Carlos IV, mediante la que solicitó un ascenso que
le permitiese pasar sus últimos años con cierta dignidad tras el desastre que
le había arruinado, física y económicamente. El documento, junto a los usados
en este artículo, se conserva en el Archivo General de la Marina Álvaro de Bazán
y es una de esas joyas testimoniales que ha salido a flote gracias al pleito
entre España y Odyssey por la propiedad de La Mercedes.
Como en todas las tragedias, el azar había repartido cartas marcadas. Afán
de Ribera, embarcado hasta entonces en otra fragata, recibió la orden de
transbordar a La Mercedes para la travesía que zarpó de Perú con
“caudales” de la Hacienda real y particulares. Godoy había recomendado fletar
una flota de guerra al ministro de Marina, Domingo de Grandallana, en
septiembre de 1802 dada la inseguridad en la navegación, con Inglaterra al
acecho. Un sabio consejo, que resultaría insuficiente: los ingleses apresaron
las fragatas Fama, Clara y Medea y volaron La Mercedes.
“Solo tuvo la fortuna de salvarse milagrosamente el suplicante de la
primera”, escribe el oficial Afán de Ribera, que relata su tragedia en tercera
persona, “y como 48 hombres de la segunda, habiendo estado debajo del agua con
parte de la artillería del castillo (cuyo puesto cubría) y otros fragmentos
sobre sí (...) y después asiendo un trozo de la proa, se sostuvo sobre él como
dos horas y cuarto, hasta que finalizado el combate, lo recogieron, habiendo
padecido extraordinariamente, de cuyas resultas ha quedado cojo con parte del
pie izquierdo menos, manco del brazo derecho por la clavícula, con un afecto al
pecho continuado, y en general toda su máquina trastornada”.
El teniente suplica al monarca un ascenso a capitán de fragata para elevar
su “retiro” y compensar la pérdida de sus ahorros (“se halla en una indigencia
tal que le han cubierto las carnes sus compañeros de limosna”, se conduele) y
un traslado a Montevideo por beneficiarle para sus achaques. Carlos IV accede a
ambas peticiones el 23 de junio de 1805.
No fue el único testimonio de la batalla. Miguel de Zapiaín, a bordo de la Fama,
aportó una minuciosa reconstrucción. A las 6.30 los españoles habían divisado
cuatro navíos ingleses y habían mantenido el rumbo “con una confianza que daba
conocer la ninguna sospecha que tenía nuestro general de un rompimiento de
guerra con la Inglaterra”. Pero a las 7.30 se toca a zafarrancho. Las fragatas
inglesas se sitúan estratégicamente, a barlovento de las españolas, a una
“distancia de algo menos de medio tiro de cañón” (unos 50 metros). “El comodore
inglés envió un oficial a bordo de la Medea, cinco minutos después tiró
el mismo comodore un cañonazo con bala que pasó entre la Clara y La
Mercedes, a los 15 minutos tiró otro cañonazo sin bala llamando según
comprendimos a su bote”.
En ese tiempo, prosigue el relato, La Mercedes se
había “sotaventeado bastante”, lo que hizo sospechar a los ingleses que
pretendía huir. Poco después de las 9.30, tras el regreso del bote inglés a su
fragata, los ingleses abrieron fuego. “La primera descarga nos hizo mucho daño
(...) sin embargo ya habíamos contado con la primera descarga cuando de repente
oímos una fuerte explosión. Creímos un instante que había sido la Medea,
pero poco después conocimos que había sido La Mercedes”. No tardaron en
arriarse las banderas españolas en dos fragatas. La tercera, Fama, trató
de defenderse y huir a pesar de los daños y las bajas. “Seguimos el fuego
esperando zafarnos de un enemigo bien superior a nosotros y de quien nos
hubiéramos burlado si después de la rendición de nuestros buques no se hubiese
destacado otra fragata inglesa que nos alcanzó a la hora y media”. Fama
aún combatió hasta pasado el mediodía, cuando arrió la bandera y pudo contar
sus bajas: 11 muertos, 40 heridos, cinco pies de agua en la bodega y timón y
piezas auxiliares rotas. Un amargo anticipo de lo que aguardaba un año después:
Trafalgar.
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