Cazadores de instantáneas, entre el trabajo artístico y
documental. Fotógrafos al servicio de la policía de Los Ángeles de 1925 a 1960.
Reconstrucciones de sangrientos casos y retratos de víctimas y de criminales
con traje, al más puro estilo ‘L.A. Confidential’
DANIEL VERDÚ 17 FEB 2012
Corpo a carón do río, 1955 |
De brazos cruzados, una brecha en la frente sellada con esparadrapo y el
cuerpo cubierto con lo primero que ha encontrado al salir escopetada de casa
después de que algún mal nacido la golpeara. Parece una mujer fuerte y
desengañada, porque mira como si esa no fuera la primera vez que le parten la
cara y acaba sola en comisaría. Y total… para nada. Porque todo en adelante
seguirá igual, revelan sus ojos. Sabe de sobra que el mundo, hasta la fecha, no
pertenece a los perdedores. La foto, en blanco y negro, es real, pero parece
sacada de L.A. Confidential o de cualquier otra novela de James Ellroy.
Sale del archivo de la policía de Los Ángeles. De un extenso y fascinante alijo
de documentos gráficos capturados por fotógrafos de uniforme, con un pie en
Hollywood y el otro allá donde hubiera un asesinato. O algo peor.
Crímenes, recreaciones, asesinos,
víctimas, ladrones… todos pasaron por delante de un objetivo en este tesoro que
va de 1925 a 1960 y que habla sobre los límites del trabajo documental,
puramente rutinario, y la fotografía artística. Entre el cazador de
instantáneas y el mero posado. Precisamente acerca de este asunto se interroga
también el último número de la revista CPhoto (Ivorypress). Sobre lo que
es verdad y sobre aquello que traspasa la difusa línea de la mendacidad
artística. El número ha invitado al comisario Tobia Bezzola, que ya expuso una
selección de estas fotografías en 2005 en Zúrich. Un archivo gestionado hoy por
Fototeka, propiedad del fotógrafo y oficial de reserva en la policía de Los
Ángeles Merrick Morton. No debe ser casualidad que también fuera director de
fotografía en L.A. Confidential o en La Dalia Negra.
Estas imágenes también podrían ilustrar las novelas de Raymond Chandler,
esas en las que los policías y, sobre todo, los criminales todavía vestían con
traje y corbata y poseían un refinado y cínico sentido del humor. Una ciudad
retratada hasta la médula por la industria cinematográfica que la alimenta; a
ella y a muchos de esos depredadores de imágenes. Una dicotomía entre lo
laboral y el arte, que también surgió con otros fotógrafos como el célebre
retratista de edificios Julius Shulman (o Brangulí en España). “También tiene
ese acercamiento cinematográfico a Los Ángeles. Supongo que también es porque
conocemos muy bien esa ciudad, incluso sin haberla visitado, gracias al cine”,
explica Bezzola.
¿Alguien busca un arranque para una novela negra ambientada en los años
cincuenta en la meca del cine? Está de suerte; ahí va otra. Observen la
impresionante fotografía del cadáver bajo un puente de Los Ángeles en 1955.
Alguien se ha cargado a un infeliz y su cuerpo yace junto a un neumático
abandonado. Amanece cargado de niebla. Dos agentes custodian el cadáver y han
sacado de la cama a uno de los detectives de la brigada de homicidios. Llueve y
la brisa del río les hiela los huesos, pero, qué diablos, este va a ser un buen
caso. Sobre el puente, dos hombres observan la escena. Está claro que alguno de
ellos sabe demasiado.
De este modo, a los nombres de maestros de la fotografía documental –como
Walker Evans, Dorothea Lange o el mítico Weegee– tendrían que añadirse los de
James Watson, alguien llamado Howatt, a secas, y quizá otro identificado con
las iniciales E. B. Sucedió en la edad de oro de los negativos de gran formato,
las cámaras de velocidades lentas (en algunas imágenes se aprecia el movimiento
de los cuerpos) y cristalinas lentes que capturaban hasta el último detalle.
Fue cuando la calle de Los Ángeles escribía sus propios guiones.
Las fotografías de este reportaje, sacadas del
archivo de la policía de Los Ángeles, forman parte de uno de los temas
centrales del último número de ‘CPhoto’, que cuenta con Tobia Bezzola como
editor invitado.
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