martes, 28 de febreiro de 2012

La vida prefabricada como alternativa


Arquitectos jóvenes recuperan el montaje como construcción para sortear las dificultades
Módulos para vivendas do estudio FRPO
Los arquitectos jóvenes están recuperando posibilidades que la abundancia, la tradición o la ignorancia despreciaron hace años. Con un pie en los concursos europeos y otro en las pequeñas reformas, Fernando Rodríguez y Pablo Oriol, que formaron en 2007 el estudio FRPO, han ideado la vivienda MO, de madera maciza, un material que pedía el propio solar: una parcela arbolada en la que resultaba muy difícil cimentar un edificio más convencional.
Fue ese problema, los árboles y sus raíces, el que aconsejó trabajar con un sistema estructural ligero de micropilotes de acero. La madera contralaminada ofreció la solución, pero exigió también un método de trabajo: todo debía estar previsto. Cada uno de los paneles de 72 milímetros de grosor que forman la casa se preparó en Austria, donde una máquina de control numérico recortó las piezas que luego se ensamblaron en la obra en un proceso de montaje preciso, limpio y rápido.
El resultado es una vivienda realizada con un material aislante (que posteriormente se protege) y con un peso final equivalente a un tercio del de una vivienda tradicional. Más allá de solucionar los cimientos, los paneles de madera hacen también posible la convivencia con los troncos y las ramas de los árboles que la casa, desgajada en módulos, sortea. “La combinación de múltiples espacios de extrema sencillez resulta en una experiencia espacial de máxima riqueza”, cuentan los arquitectos. Y lo cierto es que, entusiasmados, se han tomado las leyes de la combinatoria como si tuvieran que aprender a manejar un juguete nuevo.
Son varios los estudios españoles que están diseñando, y construyendo, viviendas prefabricadas. Al contrario que la cultura nórdica o la norteamericana —cuyas viviendas tradicionales se han construido mayoritariamente con ese método— en España la prefabricación es una asignatura pendiente entre los constructores, los propietarios y, consecuentemente, los arquitectos.
Sin embargo, la sencillez y la rapidez constructiva que ofrece este sistema, su bajo coste, o la sostenibilidad y la flexibilidad a la hora de admitir cambios y ampliaciones hace que cada vez haya más estudios de arquitectura dedicados a estudiar su potencial y su viabilidad. Sucedió en Lleida, donde Josep Bunyesc construyó, también con madera, la primera casa pasiva española —que acumula la energía que consume—. Y ocurrió de nuevo cerca de Madrid. Aquí, el colectivo Elii —formado por Eva Gil, Uriel Fogué y Carlos Palacios— apostó por emplear paneles de madera contralaminada formados cruzando tablas de pino y abeto encolado. “Gracias a esa disposición cruzada, la rigidez y la resistencia aumentan mucho en comparación con otros productos de madera que resisten únicamente en la dirección predominante de las fibras”, explican.
También con madera de abeto, pero en Finlandia, los arquitectos Anna y Eugeni Bach autoconstruyeron su propia vivienda de vacaciones. Mejor dicho, la de sus hijos Uma y Rufus. Tardaron 14 días en concluirla y contaron con la ayuda de los chavales y con la aportación de los abuelos maternos, que dieron muchos consejos y cedieron unos metros de bosque en la granja Pälölá.
El resultado es una casa completa reducida a 13,5 metros cuadrados. Y un coste de 800 euros. Para la estructura y los suelos de la cabaña, los Bach utilizaron madera de árboles plantados por el bisabuelo de los niños y cortados por su abuelo.
Durante la construcción de la vivienda, emplearon sistemas tradicionales en la construcción de graneros —como dejar la distancia de un clavo entre listones para que la casa ventile, o superponer los tablones de madera ranurada para evitar la entrada de agua por la cubierta—. “Fue un proceso tan gratificante como educativo: los niños vieron, y entendieron, que las cosas se consiguen con esfuerzo, y que uno mismo puede fabricarse sus propios sueños”, explican los arquitectos.

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