sábado, 18 de febreiro de 2012

Un republicano en el Departamento de Estado


El ensayo 'Miedo a la democracia' recupera la figura de Claude Bowers, el embajador de EEUU que dimitió después de que Roosevelt reconociera el Gobierno de Franco
JESÚS MIGUEL MARCOS MADRID 06/02/2012
Claude Bowers llegó a Madrid en 1933. Había sido periodista, escritor, político y, finalmente, embajador. Le enviaba Roosevelt, un fan acérrimo de los panfletos políticos con los que Bowers le daba dentelladas a la casta conservadora y aristocrática en la década de los veinte. Su predecesor en el cargo de embajador, Irving Laughlin, había vivido obsesionado con la idea de que la República española era la máscara de una revolución comunista, palabra esta última que ponía a temblar a su presidente Herbert Hoover.
Por contra, los análisis de Bowers fueron bastante más luminosos: recién llegado y tras el clima de inestabilidad que creó la victoria electoral de la derecha en noviembre de 1933, predijo el estallido de la Guerra Civil y hasta dibujó el mapa bélico. "El terreno se está preparando para una dictadura, que se instauraría tras un golpe de Estado. Si el golpe fuera de derechas, sería apoyado en Santander, Castilla La Vieja y Navarra y si fuera de izquierdas, triunfaría en Barcelona, Andalucía y Extremadura y en las grandes ciudades y distritos industriales", escribía el embajador en un cable rescatado ahora por la catedrática Aurora Bosch en Miedo a la democracia (Crítica), un ensayo sobre la política de EEUU ante la Segunda República y la Guerra Civil Española.
Bosch se sumergió en los papeles confidenciales del Departamento de Estado y en la prensa norteamericana de la época para desentrañar los vaivenes y las polémicas decisiones de la Administración estadounidense respecto a España durante los años treinta. "Su postura es coherente de 1931 a 1936, no sólo reconociendo sino apoyando claramente sobre todo desde 1933 una nueva república democrática, que permitía cierta descentralización del Estado. Respecto a la Guerra Civil como la de todas las democracias liberales su posición no es coherente ni ideológica ni legalmente. La Administración Roosevelt apostaba por un orden internacional democrático, pacífico, apoyado en el liberalismo económico que asistiría a un Gobierno legal reconocido", explica la autora a Público.
Flechazo republicano
Bowers, el hombre fuerte de Roosevelt en España, se enamoró de la República, tal y como contaría dos décadas después en su libro de memorias Misión en España. Describía a Azaña como un gran intelectual ("el hombre más capaz de España") y no dejaba pasar una oportunidad para manifestar su simpatía hacia personajes como Martínez Barrio o Negrín. De ahí sus críticas a la política de neutralidad de los estados democráticos europeos durante el conflicto bélico español, a la que también se unió su propio país.
Bowers comprendió los sucesos españoles enmarcados en el auge del fascismo a nivel internacional, pero para Roosevelt acabó pesando más la coyuntura interna. "El embargo moral de 1936 se decidió en un momento muy complejo: en mitad de la campaña electoral que según Roosevelt debía salvar el New Deal de los ataques de la derecha, que ya había conseguido que el Tribunal Supremo declarara anticonstitucionales sus principales medidas. De ahí el temor a la división su electorado, en el que la clase obrera católica era importante", sostiene la profesora Bosch.
La Ley de Neutralidad de 1937, que incluía a las guerras civiles (aunque Bowers nunca vio el conflicto español exclusivamente como una guerra civil), cerró todas las puertas a la cooperación. Cuando Roosevelt quiso reaccionar, en las postrimerías del conflicto, ya era demasiado tarde.
Según Aurora Bosch, "en el momento de la Batalla del Ebro, Roosevelt ya se distanciaba de la política británica de apaciguamiento, demasiado débil políticamente para cambiar de postura respecto a España. Aunque en febrero de 1939 Francia y Gran Bretaña reconocían el Gobierno de Franco, Roosevelt asumía como un grave error la política seguida en España". Finalmente, el 1 de abril, Roosevelt reconocía la legitimidad del régimen franquista. Bowers, en cambio, no lo hizo. Y dimitió.

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