El ensayo 'Miedo a la democracia' recupera la figura de Claude Bowers, el
embajador de EEUU que dimitió después de que Roosevelt reconociera el Gobierno
de Franco
JESÚS MIGUEL MARCOS MADRID 06/02/2012
Claude
Bowers llegó a Madrid en 1933. Había sido periodista, escritor, político y,
finalmente, embajador. Le enviaba Roosevelt, un fan acérrimo de los panfletos
políticos con los que Bowers le daba dentelladas a la casta conservadora y
aristocrática en la década de los veinte. Su predecesor en el cargo de
embajador, Irving Laughlin, había vivido obsesionado con la idea de que la República
española era la máscara de una revolución comunista, palabra esta última que
ponía a temblar a su presidente Herbert Hoover.
Por contra,
los análisis de Bowers fueron bastante más luminosos: recién llegado y tras el
clima de inestabilidad que creó la victoria electoral de la derecha en
noviembre de 1933, predijo el estallido de la Guerra Civil y hasta dibujó el
mapa bélico. "El terreno se está preparando para una dictadura, que se
instauraría tras un golpe de Estado. Si el golpe fuera de derechas, sería
apoyado en Santander, Castilla La Vieja y Navarra y si fuera de izquierdas,
triunfaría en Barcelona, Andalucía y Extremadura y en las grandes ciudades y
distritos industriales", escribía el embajador en un cable rescatado ahora
por la catedrática Aurora Bosch en Miedo a la democracia (Crítica), un
ensayo sobre la política de EEUU ante la Segunda República y la Guerra Civil
Española.
Bosch se
sumergió en los papeles confidenciales del Departamento de Estado y en la
prensa norteamericana de la época para desentrañar los vaivenes y las polémicas
decisiones de la Administración estadounidense respecto a España durante los
años treinta. "Su postura es coherente de 1931 a 1936, no sólo
reconociendo sino apoyando claramente sobre todo desde 1933 una nueva república
democrática, que permitía cierta descentralización del Estado. Respecto a la
Guerra Civil como la de todas las democracias liberales su posición no es
coherente ni ideológica ni legalmente. La Administración Roosevelt apostaba por
un orden internacional democrático, pacífico, apoyado en el liberalismo
económico que asistiría a un Gobierno legal reconocido", explica la autora
a Público.
Flechazo
republicano
Bowers, el
hombre fuerte de Roosevelt en España, se enamoró de la República, tal y como
contaría dos décadas después en su libro de memorias Misión en España.
Describía a Azaña como un gran intelectual ("el hombre más capaz de
España") y no dejaba pasar una oportunidad para manifestar su simpatía
hacia personajes como Martínez Barrio o Negrín. De ahí sus críticas a la
política de neutralidad de los estados democráticos europeos durante el
conflicto bélico español, a la que también se unió su propio país.
Bowers
comprendió los sucesos españoles enmarcados en el auge del fascismo a nivel
internacional, pero para Roosevelt acabó pesando más la coyuntura interna.
"El embargo moral de 1936 se decidió en un momento muy complejo: en mitad
de la campaña electoral que según Roosevelt debía salvar el New Deal de
los ataques de la derecha, que ya había conseguido que el Tribunal Supremo
declarara anticonstitucionales sus principales medidas. De ahí el temor a la
división su electorado, en el que la clase obrera católica era
importante", sostiene la profesora Bosch.
La Ley de
Neutralidad de 1937, que incluía a las guerras civiles (aunque Bowers nunca vio
el conflicto español exclusivamente como una guerra civil), cerró todas las
puertas a la cooperación. Cuando Roosevelt quiso reaccionar, en las
postrimerías del conflicto, ya era demasiado tarde.
Según
Aurora Bosch, "en el momento de la Batalla del Ebro, Roosevelt ya se
distanciaba de la política británica de apaciguamiento, demasiado débil
políticamente para cambiar de postura respecto a España. Aunque en febrero de
1939 Francia y Gran Bretaña reconocían el Gobierno de Franco, Roosevelt asumía
como un grave error la política seguida en España". Finalmente, el 1 de
abril, Roosevelt reconocía la legitimidad del régimen franquista. Bowers, en
cambio, no lo hizo. Y dimitió.
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