Gays y lesbianas que viven su homosexualidad abiertamente, la ocultan en el
trabajo. Algunos perdieron el empleo por ser sinceros. Otros ganaron en
libertad
ANNA FLOTATS MADRID 13/02/2012
Es similar a
la sensación de liberación y alivio que se siente cuando un ruido continuado y
molesto deja de zumbar en tu oído. "No te das cuenta de lo incómodo que es
hasta que para. Y entonces piensas: Qué descanso, qué bien se está así".
Con esta metáfora describe Laia, de 28 años, el peso que se quitó de encima
cuando contó a sus compañeros de trabajo que su pareja era una mujer.
"Llevaba
seis años inmersa en una mentira, jugando con el lenguaje para que nadie en mi
trabajo descubriera la verdad", recuerda esta periodista barcelonesa. Lo
curioso es que durante todo este tiempo, Laia vivía su homosexualidad
abiertamente en su vida privada. Su familia y amigos lo sabían. Tenía pareja.
No se escondía de nada ni de nadie. Pero entrar en la oficina era como meterse
de nuevo en el armario. "En realidad era como si no hubiese terminado de
salir de él. Llevaba una doble vida, pero no me daba cuenta", explica.
El caso de
Laia no es anec-dótico. Aunque se suele pasar la mayor parte del día en el
trabajo, el ámbito laboral es donde el colectivo LGTB (lesbianas, gays,
transexuales y bisexuales) tiene más dificultades para hacerse visible.
"Es nuestra asignatura pendiente", reconoce Toni Poveda, presidente
de la Federación Española de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales
(FELGTB), que ya está trabajando con los sindicatos para frenar comportamientos
homófobos en el ámbito laboral. El miedo a sufrir estas actitudes es
precisamente lo que obliga a este colectivo a invisibilizarse. "Te
proteges porque tienes miedo de que te hagan daño, pero al final te das cuenta
de que te estás haciendo más daño a ti misma manteniendo la mentira",
cuenta Laia.
En su primer
trabajo mintió y dijo que no tenía pareja: "Me sentía fatal y, además, me
impedía hacer amigos porque la gente percibía mi tensión cuando hablábamos de
temas personales". Un día, en su nuevo y actual trabajo, Laia soltó que
tenía pareja. "Fue como abrir la caja de los truenos. Sabía que me estaba
poniendo en riesgo, que tarde o temprano me preguntarían cómo se llamaba, pero
sentía que eso no era vida".
Laia pasó
página y le fue bien. Sus compañeros recibieron la noticia con respeto y
naturalidad. Aunque cree que "es mucho peor vivir con miedo a decirlo y
que te rechacen", Laia insiste en que ese miedo "no es
infundado".
A la calle
por ser lesbiana
De hecho, es
probable que las parejas homosexuales hayan sido el centro de conversaciones de
bar y de trabajo durante la última semana a raíz de las "opiniones
personales" del ministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón, y el
portavoz del PP en el Congreso, Alfonso Alonso. Ambos están a favor de las
bodas gays, a pesar de que el partido al que pertenecen tiene presentado un
recurso en el Tribunal Constitucional contra la ley del matrimonio homosexual.
Precisamente,
una boda acabó con la carrera de Isabel Quintairos, extrabajadora de la cadena
Cope en Santiago de Compostela, de 48 años. Ni siquiera decidió contar que era
lesbiana en su trabajo, pero sus jefes la despidieron cuando se enteraron de
que se había casado con Rosa. "Yo vivía mi homosexualidad abiertamente en
mi vida privada, pero sólo algunos compañeros sabían que estaba con una mujer.
No quería hacerlo público porque era evidente que traería consecuencias".
No se
equivocó. Aunque el Tribunal Superior de Xustiza de Galicia declaró el despido
nulo por "violar los derechos fundamentales" de la trabajadora, el
litigio se alargó más de un año. Con la batalla ganada, Quintairos se fue a
casa con una buena indemnización y dos años de paro. Pero llegó la crisis. Hoy
ha agotado su prestación por desempleo y su mujer también se ha quedado sin
trabajo. "Me han destrozado la vida", dice refiriéndose a los
responsables de la cadena para la que trabajó casi 20 años.
Quintairos,
quien señala que hay muchos más prejuicios con las lesbianas que con los gays,
añade que el colectivo LGTB es el que pierde más fácilmente el empleo y el que
tarda más en encontrar otro. "La gente piensa que no tenemos familia. Que
en casa entran dos sueldos y que, como no tenemos hijos, apenas gastamos",
critica la periodista.
José Albes,
profesor del colegio concertado del Patronato del Sagrado Corazón de Jesús, en
Cartagena (Murcia), también fue víctima de la homofobia, según denunció
recientemente. Hace tres años se separó de su mujer y el curso pasado decidió
dejar de esconder su condición sexual. Poco después, recibió una carta de
despido de la dirección del colegio que se limitaba a decir que si el profesor
seguía en el centro podría "causar un perjuicio grave a sus alumnos y a la
imagen del centro".
Privacidad
personal
A pesar de
estos dos últimos ejemplos, ante un mercado laboral precario como el de ahora,
el colectivo LGTB opta por pasar inadvertido. "Se produce una especie de armarización.
Los gays y lesbianas se protegen de la posible discriminación
invisibilizándose. En ocasiones, por no decir que están casados, por ejemplo,
pueden perder derechos laborales", explica Ximo Cádiz, vocal de Laboral de
la FELGTB.
Ese es
precisamente el supuesto en el que Raúl, de 33 años, rompería el silencio sobre
su homosexualidad. "Se lo diría al responsable de Recursos Humanos. En
ningún caso renunciaría a los 15 días libres que me corresponden", explica
este auxiliar de enfermería que lleva 12 años en el mismo centro. Sólo algunos
de sus compañeros saben que es gay. "No es que lo oculte, simplemente no
lo voy diciendo por ahí porque soy muy celoso de mi vida privada",
argumenta Raúl, que también reconoce que, en el caso de hacerlo público,
temería "posibles represalias indirectas". "Si lo dices, seguro
que no te echan, pero puede cambiar la relación con los compañeros, puedes
perder autoridad o tener dificultades para promocionar", explica. Por eso,
él ha encontrado la solución perfecta para no mentir sin decir toda la verdad:
"Hablo de mi pareja, en genérico. Me sale solo", asegura.
El
presidente de la Fundación Triángulo, José María Núñez, explica que romper ese
silencio forma parte del proceso psicológico de aceptación personal:
"Ocultar la homosexualidad en el trabajo es perder un espacio de tu
vida". Núñez está convencido de que las personas LGTB que no dicen que son
gays en su trabajo lo hacen únicamente por miedo. "Ellos llaman prudencia
a lo que, en realidad, es ocultamiento, de manera que son víctimas de un
autoengaño". Desmontar su propia coartada no es fácil. Núñez reconoce que
este tipo de cambios personales, y sociológicos por extensión, son lentos y no
se pueden decidir desde fuera. Aun así, advierte: "Cada segundo que no
vives de acuerdo a como eres, te lo está robando la sociedad". Laia coincide:
"Cuando lo dije en el trabajo, me sentí igual de liberada que cuando asumí
que me había enamorado de una mujer".
Núñez tiene
claro que la única manera de vencer el temor al rechazo y a la discriminación
es "ir de frente". "Nuestra debilidad es la fuerza del homófobo",
reivindica. Pero eso tampoco es tarea fácil. Laia, por ejemplo, soportó
comentarios homófobos de su jefe en su trabajo. En ese ambiente, Laia nunca se
vio capaz de dar un paso al frente. Pero cambió de empleo y aprovechó la
oportunidad para empezar de cero y vivir su homosexualidad abiertamente,
también en el trabajo.
Belén, que
trabaja en el ámbito de la comunicación y vive con una mujer, todavía está
lejos de lograrlo. No tiene tanto miedo de los jefes como de los compañeros.
"No digo la verdad porque generaría cotilleos y no quiero que se
sorprendan ni me pongan caras raras", se sincera. Aun así, Belén reconoce
que la situación es violenta. "Me siento incómoda. He estado a punto de
contarlo alguna vez, pero al final siempre lo voy dejando. En el fondo, sé que
me quitaría un gran peso de encima", reconoce.
Consecuencias
Rubén Lodi,
activista LGTB, está en las antípodas de Belén. No oculta que es homosexual en
el trabajo, pero tampoco lo anunció públicamente. De hecho, no hizo falta
porque sus compañeros ya lo sabían. "Mi jefa había leído una carta al
director que yo había mandado a un periódico", explica este joven de 31
años, que trabaja en el Ministerio de Fomento desde hace cuatro años y medio y
coordina la asociación Arcópoli, en defensa de los derechos del colectivo
homosexual.
"Si
no puedes hablar con libertad de ti mismo, estás creando un muro infranqueable
de desconfianza que te puede acabar perjudicando", opina este ingeniero
superior de comunicaciones desde El Hierro, donde está destinado desde que
estalló la crisis volcánica. Rubén considera que mostrarse "retraído"
o no empatizar con los compañeros de trabajo daña las relaciones personales y
profesionales: "Si ellos no cuentan contigo en lo social, dejarán de
contar contigo en lo laboral", concluye.
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