Por: Blogs ELPAIS.com | 30 de enero
de 2012
A familia de Lin Liguo |
Ninguna simpatía por el diablo
Mamá le buscaba novias a su altura. Papá le colocó en la cúpula de las
Fuerzas Aéreas. Dinámico, Tigre formó pandilla y todos juntos lanzaron una
mirada crítica a su alrededor. Tras 22 años de maoísmo, éste fue su retrato de
China: “Los altos cargos sienten ira pero no se atreven a hablar. Los
campesinos carecen de comida y ropa. La juventud educada ha sido enviada al
campo, para trabajos forzados. Los Guardias Rojos, engañados, fueron usados
como carne de cañón y ahora son cabeza de turco. Los sueldos de los obreros
están congelados, en una explotación disimulada".
Y decidieron actuar, escudándose en el prestigio del padre. Pero Lin Biao
era una sombra del gran manipulador de otros tiempos. El duro general había
desarrollado fobias al agua, a las brisas. Pasó temporadas de adicción al opio
y la morfina. Además, estaba lastrado por su esposa, enamoradiza y liante. En
una reunión del politburó, en 1966, debió defender su honor, explicitando que
ella había sido virgen antes del matrimonio y que él era el progenitor de sus
hijos. Como en un programa de la telebasura.
Tigre y sus compañeros estudiaron diversas formas para matar a Mao, “el
mayor tirano feudal que ha conocido China”. Resultaba tarea compleja: el Gran
Timonel era paranoico, se rodeaba de una aguerrida Guardia Pretoriana y se
desplazaba en tren blindado. Aquí el relato se pone novelesco. Dodo, la hermana
de Tigre, odiaba a su madre y era leal al sistema.
Bien pudo ser ella quien delató a los conspiradores o simplemente ocurrió
que Mao se adelantó. Perseguidos de cerca, Tigre, sus padres y varios cómplices
huyeron hacia un aeropuerto militar. Despegaron en el Trident de Lin Biao, que
no había terminado de repostar. Pusieron rumbo a la URSS pero, dos horas
después, el avión se estrelló en Mongolia y quedaron carbonizados.
Así concluyó el intento de golpe de estado del rockero Tigre, la más
peligrosa conjura interna contra Mao Zedong. Al menos, según la versión
oficial: hay demasiados misterios en toda la trama. Todavía se dedican a
denigrar a los rebeldes: han publicado transcripciones de supuestas
conversaciones telefónicas entre la madre de Tigre y su amante. En Hangzhou hay
un “museo de la traición” (¡de pago!) en unas antiguas oficinas de Lin Biao.
Centenares de altos oficiales fueron purgados en 1971, aunque sus desdichas
parecen una gota de agua en el océano de sufrimiento desatado por Mao: en los
escasos cinco años del Gran Salto Adelante, murieron –victimas de hambrunas,
epidemias y violencia rutinaria- unos 45 millones de personas. Una catástrofe
tan inimaginable que hay exiliados que le discuten al buenazo de Billy Bragg el
usarlo como metáfora en Waiting for the
Great Leap Forward.
El genocida, como figura pop
Tras su épica conquista de China, el maoísmo tuvo gran gancho en Asia;
surgieron discípulos tan aventajados como los jemeres rojos camboyanos, que
batieron cualquier récord en eliminación de sus compatriotas. Lo extraordinario
es que alcanzó cierto eco en Europa, donde incluso fue “tendencia” en el mundo
pop. Se imitaba a los ilustradores chinos o se tomaban imágenes originales.
Hasta ese cazador de curiosidades llamado Brian Eno se inspiró en una ópera
revolucionaria para bautizar su Taking tiger mountain (by strategy).
Todavía era tendencia en 1984, cuando Holger Czukay, antes en Can, grabó
una deslumbrante recreación del himno El Este es rojo. Al
menos, hubo quién bromeó sobre moda tan discutible: Nino Ferrer lanzó Mao et moi en 1969.
Supongo que el tema estará en esos índices de canciones
prohibidas en la República Popular sobre los que tenemos noticias regularmente.
Ninguna broma: no es capricho que los repertorios de Bob Dylan o los Rolling
Stones pasen censura antes de conseguir permiso para tocar en China. Nos
explican que Hu Jintao, actual cabeza máxima del régimen, anda ahora muy
preocupado por la invasión musical de Occidente. Llama a una
guerra cultural y, de paso, busca evitar que surja un nuevo Tigre
con ideas locas.
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