La Biblioteca Nacional recorre la historia cultural de la cocina española
TEREIXA CONSTENLA - Madrid - 23/12/2010
Cartel de 1962 |
Por fortuna hay otras. Según épocas: utensilios, carteles, libros,
fotos, pinturas, recetarios. No muchas, la gastronomía es efímera.
"Tenemos jarrones romanos, pero no conservamos tapas romanas", bromea
Ferran Adrià, uno de los comisarios de la exposición La cocina en su tinta, que recorre la historia cultural de la gastronomía española y que se puede ver desde ayer en la Biblioteca Nacional (BNE).
Pongamos
que Ferran Adrià es el hombre que más sabe de cocina en el mundo.
¿Saben qué no sabe? Cómo se inventó la tortilla de patatas. "Se cree que
tiene dos siglos pero no se sabe muy bien cómo se creó. Tampoco las
tapas, hay muchas leyendas sobre el origen", añade. Hechos los guiños
históricos, Adrià explica que se ha encargado de mostrar la etapa
reciente, desde la fundación de la nueva cocina vasca, en 1975, hasta la
actualidad, cuando España alcanza la cima de la gastronomía mundial
debido a una eclosión de creatividades que encabezó el propio Adrià
desde elBulli. "En la alta cocina, la vanguardia empieza con la
democracia, cuando surge un gran interés por hacer cosas nuevas",
explica. Hasta esa fecha, la cocina parecía estar contagiada del mismo
complejo de inferioridad que el país.
La alta cocina que desde
entonces se democratizó había sido un plato solo disponible en palacios.
Pero ni se daban estrellas Michelin ni los artífices de los manjares
tenían gran reconocimiento. Carmen Simón Palmer, profesora de
investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, hace
una curiosa observación: "A medida que la Corona pierde el poder, los
cocineros lo ganan. Mientras España fue muy poderosa, ellos eran muy mal
tratados". Simón, que es también comisaria de la exposición, pone el
ejemplo de Francisco Martínez Montiño, que guisó para tres monarcas:
Felipe II, Felipe III y Felipe IV. Se le recuerda porque escribió un
recetario, pero a él debió preocuparle más la carta que dirigió al rey
para sensibilizarlo ante su penuria económica y el estado de indigencia
en el que quedaría su mujer cuando él falleciese. La alimentación ayuda a
rastrear en el pasado. Saber qué se comía, con quién y cómo da tantas
pistas sobre la estructura social como el vestir. El contigo pan y
cebolla viene de donde viene: de los pobres. "A un villano se le
identificaba por el olor a ajo y cebolla", indica Simón, autora del
libro La cocina de palacio. Los ricos no olían a cebolla pero...
"como los tratados de medicina aconsejaban a los señores que no comiesen
fruta, leche ni verduras frescas; tomaban mucha carne revestida de
tocino... se morían todos de gota", añade con sorna la investigadora.
El
gusto cambia, aunque Simón cree que se va construyendo por capas
superpuestas. Cuando llegan la patata y el tomate de América no se
abandonan el trigo y la aceituna. Solo en ocasiones, y por
supervivencia, cambiaba de golpe: los conversos se exhibían comiendo
alimentos vetados por judíos y musulmanes. En la muestra se puede ver
una bula de 1530 que regula la forma de comer leche, carne y huevos en
tiempos prohibidos.
Entre las joyas bibliográficas que se exponen,
Isabel Moyano, jefa del Servicio de Reserva Impresa de la BNE y tercera
comisaria de la muestra, destaca el manuscrito Vergel de señores
(siglo XV), que detalla el proceso de elaboración de conservas,
confituras, turrones y otros productos con azúcar y miel. "Es el
recetario más antiguo en castellano, con fórmulas de repostería y
perfumería", indica. Hay también un incunable impreso en Salamanca en
1486, La criança y virtuosa doctrina, con el protocolo y el
ritual en el servicio para la infanta Isabel, y un ejemplar del
Dioscórides -el tratado de farmacopea más influyente hasta el XVIII-
perteneciente a Felipe II. La Biblioteca de la Universidad de Barcelona
ha prestado el citado Llibre de Sent Sovi y el Llibre de Coch de Rupert de Nola, cocinero del rey Fernando de Nápoles, impreso en Barcelona en 1520.
Para
hacer más vívida la exposición se muestran cocinas, utensilios,
pinturas, carteles y fotografías. Para ello, la BNE ha recurrido a
fondos de otras instituciones, como el Prado, el Museo Picasso de
Barcelona, el Museo Nacional de Artes Decorativas, el Museo
Arqueológico, el Museo del Traje o el Palacio Real. La muestra se puede
visitar hasta el 13 de marzo.
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