BRAULIO GARCÍA JAÉN MADRID 02/01/2011
Lucie-Henriette Dillon nació en 1770 en el céntrico barrio de Saint-Germain, París, y murió en 1853, en Pisa, Italia, y nada habríamos sabido de ella pues a pesar de su cercanía a las más altas instancias políticas y sociales de su tiempo, no fue nada más que eso, una secundaria de lujo. Pero traspasada la mitad de su vida tuvo una feliz, casi anodina idea: dejar escritos sus recuerdos para sus descendientes. Lo que quedó fue un testimonio crucial entre dos mundos irreconocibles entre sí y separados por la guillotina, de la que ella milagrosamente había salvado la cabeza y las manos para escribirlo.
Bailando al borde del precipio. Una vida en la corte de María Antonieta (Turner), el libro con el que la ensayista británica Caroline Moorehead fue finalista de los premios Costa Award, está escrito a partir de ese privilegiado punto de vista. No sólo porque vivió el corte entre el Ancien Régime y la Modernidad desde los lugares más adecuados en los momentos más oportunos (la Francia de Luis XVI, los Estados Unidos de Whasington y Jefferson, el París de Napoleón o la Inglaterra de Waterloo). Es que en ninguno de ellos dio ese paso al frente que le habría hecho despeñarse por el abismo del título e incluso cuando se decidió a escribir, mantuvo un pie dentro de casa: "la infelicidad no se debió a los acontecimientos por todos conocidos, sino a los secretos pesares que sólo Dios conoce", anotó el 1 de enero de 1820.
La corte del disimulo
Lucie Dillon creció bajo los dos poderes más importantes de Francia: la nobleza y el clero. Lo estuvo además de una forma muy contemporánea: su abuela era la amante, reconocida por todo el mundo, del arzobispo de Narbona, de los más notables del hexágono. Muerta su madre, que había sido dama de compañía de María Antonieta, y bajo la tutela de su abuela hasta que se casó, presintió los "largos años de falsedad que [le] serían impuestos", según escribió.
El libro de Moorehead funciona como una crónica bisagra entre las dos épocas, tan radicalmente diferentes, por las que atravesó Dillon. La vida de ésta le sirve de hilo rojo en esa casi indescriptible transformación, con el valor añadido de que su moral, tan distinta a la de su medio natural, le permitió la distancia adecuada para tejer un relato fidedigno.
En el mundo de Las amistades peligrosas, reflejadas por De Laclos, "Lucie conservó una moral clara y sencilla toda su vida", explica la autora. La propia Lucie se refleja a sí misma en los comentarios de los demás: "Me parece dijo la muchacha que lo amas como se ama a un amante", anotó ella, que amaba a su marido.
El libro se basa principalmente en la vida de Dillon, pero amueblada con una ingente documentación sobre la época, lo que le permite construir, a base de pinceladas minuciosas y precisas, un fresco monumental. Al paso del carruaje de Maria Antonieta con "el famoso labio inferior saliente de los Hasburgocamino de su boda con Luis XVI, vemos desfilar 57 carruajes, su "vestifo de tafetán carmesí y terciopelo rojo bordado en oro", y su carroza, también de terciopelo y oro; de todo deberá desprenderse antes de consumar el matrimonio, ropa interior incluida. "A la futura reina de los franceses no se le permitía conservar nada que perteneciera a una potencia extranjera", anota Moorehead.
Una minuciosidad que no se limita a los protagonistas o los momentos clave de los que se ocupa el libro, sino que van apareciendo, sin subrayados: un París sin aceras, ni números en las fachadas, con escaso alumbrado público (salvo cuando nacía un delfín en la corte), con 650 cafés que abrían a todas horas, "prodigiosa mezcla de esplendor y negligencia", según la expresión de Benjamin Franklin al visitarla por primera vez, y que incluso para las turgotines (diligencia real) distaba cinco días y medio de Burdeos. Dillon: "Bien se ve que la nobleza de Francia es puro viento, que no vale nada".
No habría muerto en la misma Francia en que nació, de haber regresado al país de los Derechos del Hombre. La esclavitud había sido por fin abolida, después de una revolución, un imperio, dos restauraciones, una monarquía burguesa y una república. "Versalles era un museo. El vapor, el telégrafo, los trenes, la luz de gas y las fumarolas de la industria habían transformado el paisaje de su niñez en un mundo que ella ya no reconocería. Charles Darwin estaba a punto de publicar su trabajo sobre el origen de las especies". Murió el 2 de abril de 1853, en Pisa.
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