Cinco
mujeres encarceladas sólo por abogar por la democracia en su país se convierten
en un símbolo internacional
LAURA
VILLADIEGO 23/01/2011 08:00
Medianoche del 23 de
agosto de 2007. La primera en caer fue Sandar Min. Era la más activa. Diez días
antes había participado en una manifestación contra la subida del precio de los
carburantes. Era el germen de la Revolución Azafrán, que tiñó las calles
de Birmania con los mantos anaranjados de los monjes budistas. En los siguiente
12 meses, otras cuatro mujeres más serían arrestadas por participar en actos
para reclamar democracia. Todas fueron condenadas a 65 años de prisión en
noviembre de 2008. La Revolución Azafrán no sólo condenó a los monjes, también
las condenó a ellas.
"No sabemos
exactamente por qué han sido encarceladas, pero está claro que el Gobierno
birmano ve una amenaza especial en ellas para haberles impuesto una pena tan
alta", asegura Ko Bo Kyi, secretario de la Asociación de Asistencia a
los Prisioneros Políticos Birmanos, que trabaja desde el exilio en
Tailandia.
Mie Mie fue la siguiente.
Ella también había participado en varias manifestaciones antes de buscar
refugio en una apartada plantación de caucho en octubre de 2007. Como a las
otras, se la llevaron a la famosa prisión de Insein, en la antigua
capital, Rangún, para esperar un juicio que fue especialmente irregular.
"Han intentado
aplicarles todas las leyes posibles para incrementar la sentencia, aunque no
hubiera indicios de que las hubieran infringido", asegura Kim Omhar, refugiada
política en Tailandia y amiga de las prisioneras.
Mientras arrestaban a Mie
Mie, buscaban sin descanso a Thet Thet Aung. Ella consiguió burlar a las
autoridades birmanas durante casi diez días, en octubre de 2007. "El día
9, vinieron a mi casa sobre las dos y me buscaron hasta las seis", aseguró
en una entrevista a Radio Free Asia, dos días antes de ser capturada. "Se
han llevado a mi madre y a mi suegra y no las soltarán hasta que me capturen.
Son inhumanos". Finalmente fue arrestada el 19 de octubre.
Mar Mar Oo y Nilar Thein vivieron
el año siguiente como prófugas escondiéndose en casas de otros activistas
políticos. En agosto, Mar Mar Oo fue localizada y un mes después encontraron a
la última, Nilar Thein. Ambas fueron añadidas al grupo inicial que ya estaba
siendo juzgado.
Su arresto y juicio
conjunto no fue una casualidad. Todas habían participado activamente en la
revolución que en 1988 intentó derrocar a la Junta militar que desde hace casi
50 años somete al país a una implacable represión. Incluso las más jóvenes,
como Thet Thet Aung, con tan sólo 11 años en aquel momento, y Nilar Thein, con
16, impulsaron las manifestaciones y luego quedaron unidas al grupo de la
Generación del 88. Esta revolución le costó a la mayoría de ellas su primera
estancia en prisión.
No sería la única. Todas
fueron condenadas en algún momento de la década de los noventa a penas de cárcel,
menos Thet Thet Aung, la más joven del grupo. Nunca dejaron de ser vigiladas,
pero fueron las revueltas del verano de 2007 las que pusieron de nuevo al grupo
en el punto de mira de la Junta, tras organizar el 15 de agosto de ese año la
primera manifestación que después daría lugar a la Revolución Azafrán.
Sin noticias de las presas
Desde su juicio, la
información que familiares y amigos han podido obtener sobre ellas ha sido
escasísima. "No tenemos prácticamente noticias sobre ellas, ni sobre su
estado de salud y psicológico", lamenta Ko Bo Kyi. Varias de ellas tienen,
sin embargo, serios problemas de salud, especialmente Nilar Thein, quien vomita
continuamente debido a una úlcera en el estómago, sin que haya recibido
asistencia sanitaria.
Nilar Thein probó por
primera vez el sabor de la cárcel a los 19 años,
cuando fue privada de libertad durante dos meses por pertenecer a un sindicato
estudiantil. Su segundo arresto, en 1996, fue más largo, y pasó siete años en
prisión por participar en una manifestación en favor de la democracia. Cuando
llegó a Insein en septiembre de 2008 ya nada era nuevo para ella.
La huelga de hambre
Ahora se encuentra en la cárcel
de Thayet, en el centro del país, alejada de su marido y su hija pequeña que
están en otra prisión. Sin embargo, la batalla no ha terminado para ella. Hace
unas semanas, mantuvo una huelga de hambre, que duró ocho días, en la que pedía
mejor comida para los prisioneros y ser trasladada a la misma cárcel que su
marido. Ganó sólo a medias y tuvo que conformarse con enviarle una carta no
censurada a su familia.
Para muchos birmanos,
estas cinco mujeres se han convertido en un símbolo de la lucha por la
democracia, como para España fueron las Trece Rosas fusiladas en agosto de
1939. Son el ejemplo de una larga batalla que comenzó en los años sesenta,
y que mantiene a 2.200 prisioneros políticos entre rejas y a miles de birmanos
en el exilio. La liberación de la líder opositora Aung San Suu Kyi en noviembre
ha encendido la esperanza sobre una posible apertura de los militares. Muchos temen,
sin embargo, que las cinco rosas se marchiten en el infierno de la tiranía
birmana.
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