La obra del
autor francés fue prohibida por el órgano represor del franquismo y perseguida,
como ocurrió con 'Diario de un ladrón', hasta 1976
PEIO H. RIAÑO
Madrid 05/01/2011
La formación al margen de
la ley y la entronización de una sórdida ópera de presos, soldados, siervos y
vagabundos tenía todas las papeletas para quedarse a las puertas de la Dirección
General de Propaganda durante la dictadura franquista. Y así tumbó la censura
una tras otra, incansablemente, las obras de Jean Genet (París, 1910-1986) que
varios de los grandes editores en ciernes trataban de publicar en este país,
mientras él se recreaba en la elaboración de un personaje que alardeaba de
traidor, ladrón y homosexual. Uno de los más originales y sólidos novelistas
franceses del siglo XX fraguaba a finales de los cuarenta una extraordinaria
obra sobre criminales y sexo angustioso y España castraba a aquel genio
arrebatado, del cual hace unas semanas Francia celebraba los cien años de
su nacimiento.
Una vez pasados los fuegos
artificiales, aquí el mejor homenaje que se le puede hacer al autor de Querelle
de Brest (1947) es recordar cómo la censura le tenía todavía bajo
cuchillo en 1974. El 22 de marzo de ese año, uno de aquella tribu que
firmaba los expedientes de represión como "lectores", desautorizaba
la impresión de 3.000 ejemplares de Diario de un ladrón (escrita hacía
25 años): "Se trata de la misma obra que fue denegada en su día a la
editorial Anagrama [cinco años antes de este informe]. Como no han cambiado las
circunstancias y el texto es un verdadero canto a las aberraciones sexuales,
crimen y vida inmoral, de la que se diría se siente orgulloso el autor,
además de contener ataques a España y nuestras instituciones por transcurrir
gran parte de la narración en nuestro país, a mi juicio procede tener el mismo
criterio de la ocasión anterior y considerar la obra no autorizable".
Si pensamos que en 1946
también se prohibía la importación y publicación del Ulises de James
Joyce, no extraña que un ataque tan severo contra las técnicas coercitivas de
la familia, el ejército, la escuela, el sistema judicial, la cárcel y la
Iglesia pudiera recalar entre las librerías de aquellos años. Sin embargo, es
curioso comprobar cómo los censores levantaban la mano ante la trascendencia de
la trayectoria reconocida de otros autores como Yukio Mishima (Tokio,
1925-1970), quien compartía con Genet, además de su homosexualidad, su gusto
por el teatro antes que la novela. "Es uno de los más grandes escritores
japoneses contemporáneos, ha sido publicado en varios idiomas y recomendado por
la Unesco[] Un poco nostálgico", escribía en 1962 sobre El pabellón de
oro un censor entregado al criterio del máximo organismo internacional del
patrimonio cultural.
Tampoco encontraron signos
de subversión contra la moral católica del régimen en el Autorretrato
de Dorian Gray, de Oscar Wilde; Mrs. Dalloway, de Virginia Woolf; La
bella y la bestia, de Jean Cocteau, o Una temporada en el infierno,
de Rimbaud, a la que señalaron como el retrato de una "vida
desequilibrada, apasionada e inquieta". Eso sí, nunca tragaron a Tennessee
Williams ni a Truman Capote. De Desayuno en Tiffany's tachan y
desautorizan la novela un año después de su publicación mundial por ser
"morbosa y deshonesta", donde "el vicio de Lesbia ocupa buen
lugar". Tres días después, la lee un nuevo censor: "Nada gana, ni el
buen gusto ni la literatura, con esta obra".
Incluso el guión
convertido en novela del Evangelio según Mateo, de Pier Paolo Pasolini, pasa
el corte en 1965, sobre todo, debido al reconocimiento que tres años antes
obtiene la película. "El tema, planteo y resultado de este filme ha sido últimamente
discutido en todos los sentidos. En general, y pese a la filiación ideológica
del autor, la crítica, incluso la católica, se ha pronunciado en sentido
favorable", escribe el censor sobre el libro que llevaba introducción de
José Monleón.
Miedo al genio
Algo parecido debieron
pensar cada vez que les llegaba una nueva petición de publicación de Diario
de un ladrón, de Genet. La primera vez que se encontraron con el texto fue
por la solicitud de Jorge Herraldepara publicarlo en su editorial, diez años
después de su aparición en Francia. La ficha de expediente del escritor francés
demuestra que el verdadero peligro de Genet no eran sus temas, su
universo macerado al calor de la voluptuosidad, sino su maestría al contarlo.
Aquellos ilustres cuervos
sentenciaron a Genet al olvido para impedir su contagio: "La finalidad de
esta obra literaria es la de poner de manifiesto la profundidad, la anchura e
incluso la sublimidad, como vividas, de la abyección, de la inmundicia, de la
aberración y del crimen, cuando uno se entrega a ellos en cuerpo y alma. Muy
bien. Pero el caso es que la obra resulta excesivamente cochina, y como, además,
por lo que se refiere a los homosexuales y pederastas (que es lo más
frecuente en esta novela), se despiertan muchas vocaciones en nuestro tiempo,
creo será mejor anteponer otros valores más sublimes que el valor literario de
la obra. NO PUEDE PUBLICARSE".
Sólo una semana más tarde
vuelve a confirmarse el juicio contra una de las grandes novelas, en las que
Genet apuntaba la estrecha relación entre los delincuentes y las flores, ya que
la fragilidad floral procedía de la misma naturaleza que la insensibilidad del
criminal. En Diario del ladrón, la violencia, la traición, la histeria y
la cobardía son formas de heroísmo. Los ojos del órgano represor lo veían
inaceptable pero probable. Lo temieron porque la realidad no le era tan
extraña al relato de Genet, y como si el censor ya tuviera constancia de
quién era y qué hacía el escritor francés, apuntaba: "Novela típica de
Genet. Autobiográfica. Historia de sus tiempos de mendigo, criminal, pederasta,
etc, etc. Un canto a la homosexualidad, el delito, la suciedad, la coprofilia,
etc, etc. [] y como además todo ello está muy bien escrito y por tanto
resulta más convincente, creo que sobran los motivos para no autorizar la
traducción de esta obra, sin la que el lector español puede pasar
perfectamente".
Contra la homosexualidad
Aquella sociedad feudal
ignoró que la obra de Genet fraguó el reconocimiento de Jean Cocteau, de Sartre
y Simone de Beauvoir, que lo definió como un matón genial, un ser dogmático y
libre. Sartre le dedicó su estudio sobre Baudelaire (1947) y lo consagró en su San
Genet, comediante y mártir (1952). En Nueva York, nueva capital universal
después de la Gran Guerra, Sartre presentó a Genet como el verdadero genio
literario francés y la crítica norteamericana lo situó entre Proust y Céline.
Mientras, en España no pasó de escritor maldito cuyo mayor delito a los ojos de
la censura fue su abierta homosexualidad en obras como Santa María de las flores
(1943), Milagro de la rosa (1946) y Pompas fúnebres (1947).
Y eso no cambió en años.
En 1976 lo intenta la editorial Planeta. Las cosas han cambiado o, al menos, en
apariencia; el 19 de mayo, el ya Ministerio de Información y Turismo Dirección
General de Cultura Popular pasa un informe escrito todavía por una de aquellas
siniestras mentes: "Autobiografía novelada de un homosexual. Es un canto
constante a las aberraciones sexuales, al crimen y a la vida inmoral. Trata
de forma irreverente a la Iglesia católica. Toda la obra es inmoral. A
juicio del lector, salvo superior criterio, la obra DEBE SER DENUNCIABLE",
sentenciaba en mayúsculas.
Cinco meses después de la
muerte del dictador, la censura seguía mordiendo, aunque los trámites entonces
ya obligaban a separar el "informe" de las "observaciones".
Y los censores se camuflaron en democracia con los vestidos de la retórica,
para no mostrar su veneno. Las observaciones se hacían apelando cínicamente
a "un punto de vista estrictamente jurídico" para escribir en el último
párrafo la sangría más obscena en nombre de la sanidad moral: "Lo
conflictivo de la obra se centra en la descripción sin ningún recato del fenómeno
homosexual. No existen ciertamente descripciones obscenas o directas; pero todo
el libro es una exaltación a la homosexualidad, sin crítica alguna, que hace
que su contenido deba considerarse socialmente peligroso e incluso incurso en
la figura delictiva del escándalo público".
Con los años y la
insistencia pasaron las obras de teatro Las criadas y Estricta
vigilancia, de la que en su expediente de 1973 se cuenta que es una obra de
teatro "insípida, sin el menor interés, reiterativa e irrepresentable".
La censura había puesto el listón de Genet muy alto: en esta pieza ni
siquiera se advirtieron "intención política alguna". Les decepcionó
hasta cuando no se encontraron con el salvaje Genet.
Tennessee Williams, otro
crucificado más
"De las tres obras de
teatro que se recogen en este volumen, ‘Un tranvía llamado deseo' figura según
los antecedentes como prohibida por la censura de teatro", sentencia el
censor que confirmaba la prohibición de esta obra de teatro en 1953. La pieza
de Tennessee Williams, Premio Pulitzer en la categoría de Drama en 1948,
considerada como una de las obras más importantes de la literatura
estadounidense, cuenta la vida altanera de Blanche DuBois, una dama sureña con
delirios de grandeza.
Así que aquel censor advertía
que el libro que reunía las tres obras podía publicarse, siempre y cuando se
suprimieran todas las tachaduras que señalaba en ‘Un tranvía llamado deseo'.
Para el siniestro personaje, una lectura tenía menos peligro que una
representación teatral, pero los caminos de la censura son inexplicables:
"El tema y el tipo central de la trama son francamente duros desde el
punto de vista moral. Pero el lector estima que siempre que no se representen
en público, sino que sirva exclusivamente de lectura a los aficionados de la
literatura, puede autorizarse su publicación".
Insiste
con ‘Verano y humo', que también lleva muchísimas tachaduras, en que la censura
de teatro se aplique, pero no para el "literato aficionado". Sobre
papel puede publicarse. Por otro lado, ‘El zoo de cristal' es calificado como
"un problema de clase media inferior, completamente inocuo y puede
autorizarse". El lápiz rojo se cernió sobre la obra de Williams por ser
considerada "extravagante". La perversión de los censores hizo que
también se refugiaran en criterios más allá de la moral para legitimar su
actividad.
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