CARLOS BOYERO 05/01/2011
A cualquier cinéfilo joven le resulta familiar que han existido
ancestralmente géneros denominados comedia, terror, bélico o western
(aunque este lleve mucho tiempo en estado de defunción) pero le puede sonar a
marciana la certidumbre de que en una duradera época se prodigaron etiquetas
tan prestigiosas como cine político, social y de denuncia. Y se preguntarán cuáles
eran los imprescindibles requisitos para inscribirse en esas temáticas. También
la fe en que el cine podía ser utilizado como un arma para cambiar el mundo.
Los posmodernos, esos impostores que no inventaron nada aunque supieran tanto
del vacío vendible, se partieron de risa años más tarde ante esos
planteamientos entre naifs y apolillados del cine militante. Y como todo en la
vida, en esos géneros con vocación de trascendencia convivieron lo mejor y lo
peor, el planfletario necio y el retratista complejo, el voceador de consignas
esquemáticas y el intelectual en posesion de matices y capacidad para sembrar
la duda.
El guionista Paul Laverty, habitual colaborador para bien y para mal en
el siempre identificable cine de Ken Loach, y la directora Iciar Bollain,
representan dos visiones del mundo, sensibilidades, formas de acercarse a la
realidad, que estaban destinadas a encontrarse. El resultado en También la
lluvia destila cosas buenas, matices, verosimilitud, sentimiento, las
mejores esencias de ese cine político que dejó de estar de moda hace tanto
tiempo.
Cine
dentro del cine
Hay varias historias en esta película, incluida esa tan arriesgada del
cine dentro del cine. Todas ellas funcionan. adquieren sentido al mezclarlas.
Está la del rodaje en Bolivia de una concienciada película que reconstruirá el
expolio y la legalizada barbarie que sufrieron los indígenas cuando las
carabelas de Colón desembarcaron en América, la rebelión de éstos ante el
tributo en oro que les exigen los civilizados depredadores, la protesta ante la
voracidad de los colonizadores y la indefensión de los nativos del cura
Bartolomé de las Casas. Le acompaña el retrato sicológico de la gente que está
haciendo esa película, sus relaciones con la población indígena que actúa como
secundaria y extra a precios tercermundistas, los tormentos internos y las
dificultades externas para lograr que esa ficción que reconstruye un pasado
atroz pueda llegar al final en medio de las tensiones ambientales, el dilema y
el desgarro del posibilista productor, el angustiado director y los acojonados
o dignos actores protagonistas al ser obligados por las circunstancias a tomar
partido entre el arte y la realidad. La tercera historia se centra en el grito
popular y las manifestaciones en Cochabamba contra la privatización del agua
concedida a una multinacional, acaudillada por un indio que interpretaba en la
película al lider indígena que se sublevó contra los invasores españoles.
El tema es suculento para las tentaciones de maniqueísmo, algo contra lo
que no tengo prejuicios si es inteligente, si logra convencerme de que existen
los buenos y los malos. Pero aquí tampoco aparece. Sí las luces, sombras,
dudas, miedos, huidas, miserias, coraje , paradojas y contradicciones de los
que pretendiendo denunciar mediante el arte atrocidades del pasado descubren
que en la vida real y en su presente se está repitiendo la antigua tragedia de
los eternos perdedores.
También la lluvia es algo más que un retrato digno acompañado de inmejorables intenciones.
Es una buena y compleja película. Iciar Bollain cree en lo que está contando y
lo sabe transmitir con talento.
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